Lima. Con la reciente decisión de los diputados brasileños de cambiar la ley para permitir la reelección presidencial, ya son tres los presidentes latinoamericanos que han sido o intentan ser reelegidos por un nuevo período, contra las tradiciones políticas de la región: Menem (Argentina), Fujimori (Perú) y Cardoso (Brasil).
Fujimori, el primero en buscar la reelección presidencial, no tuvo que enfrentar las dificultades y tensiones que encontraron Menem y Cardoso para cambiar las reglas del juego electoral. Tras el «autogolpe» de abril de 1992 y cabalgando en la popularidad que le dio la captura del líder de Sendero Luminoso, Abimael Guzmán, Fujimori pudo modificar íntegramente la Constitución en un Congreso Constituyente Democrático prácticamente hecho a su medida. Sus colegas, en cambio, debieron empujar, cuesta arriba, la modificación del único artículo de las constituciones vigentes que explícitamente prohíben un segundo turno presidencial. Menem, por ejemplo, logró que se aprobara la reelección, a cambio de que los períodos presidenciales se redujeran de seis a cuatro años.
¿Es conveniente o no la reelección presidencial para la región? El tema se ha convertido en la manzana de la discordia entre los politicólogos latinoamericanos.
Según los detractores, la tradición política latinoamericana optó por prohibir la reelección como una medida para impedir la perpetuación en el poder de los presidentes, casi siempre ligados a oligarquías. Juan María Bordaverri en Uruguay, Getulio Vargas en Brasil, Augusto Leguía en el Perú o el general Blanco en Bolivia son sólo algunos en la larga lista de presidentes latinoamericanos que han buscado perpetuarse en el poder cada vez que han tenido una oportunidad. Para los críticos, ellos son la razón histórica por la cual la reelección no debería ser aprobada.
Los partidarios de la reelección, entre ellos los mismos presidentes que han lanzado los proyectos en sus respectivos países, sostienen que un período de gobierno, por lo menos en la actualidad, es demasiado corto para corregir los graves desórdenes estructurales producidos durante la «década perdida» latinoamericana y para dar continuidad y estabilidad al proceso democrático.
Cuando en el mes de enero los diputados brasileños discutían encendidamente en torno al proyecto de la reelección en Brasil, un sensato editorial de la revista Veja ponía el debate en perspectiva. «En este proceso, es necesario separar la esencia de la percepción, porque el debate está enredando las cosas estos días», decía la revista. «En rigor, lo que se vota es la posibilidad de que un presidente de la república -cualquier presidente- pueda disputar una reelección». Desde el punto de vista de Veja, la política partidaria, las fobias y las filias que concita cada uno de los presidentes que ha planteado la reelección, han convertido el proceso en una suerte de plebiscito en favor o en contra del gobernante de turno.
Sin embargo, más allá de las motivaciones de los actuales gobernantes, no se está discutiendo la posibilidad de dar un mandato extra a los inquilinos de la Casa Rosada, del Palacio Pizarro o del Planalto, sino simplemente de darles la ocasión para volver a ser candidatos.
En efecto, aunque Menem y Fujimori han conseguido la posibilidad legal de ser reelegidos, ambos, a diferencia de Cardoso, están pasando por un mal momento en las encuestas y no está garantizado que esta tendencia se invierta para cuando llegue el momento de ir a las urnas.
Desde el punto de vista histórico, cada vez más analistas en la región consideran que las legislaciones que prohibían la reelección nunca garantizaron la continuidad del régimen democrático; en cambio, impedían la posibilidad de prolongar en el poder a un presidente eficiente y popular. Durante el siglo pasado, Chile encontró la fórmula para pasar por encima de la prohibición creando períodos presidenciales de diez años, es decir, lo que duraría un presidente reelegido. Muchos historiadores consideran que la estabilidad democrática que obtuvo Chile con este método fue determinante para lograr el poderío económico y militar que le permitió derrotar a Bolivia y Perú en la guerra del Pacífico (1879).
El editorial de Veja concluía con una frase tajante: «El brasileño, cansado de las turbulencias creadas por una serie de gobiernos mal sucedidos, probó la estabilidad y ha gustado tanto de ella que ya admite la quiebra de un viejo tabú llamado reelección».
La frase, sin duda, podría aplicarse a la realidad de los demás países latinoamericanos. En efecto, Menem ya ha sido reelegido una vez en 1995 y su entorno afirma que, si mantiene el apoyo popular, intentará forzar la posibilidad de un tercer período en 1999. Cardoso, que actualmente goza del 65% de la volátil aprobación de sus connacionales, le tocará ver en 1998 si él será el primer beneficiario de la modificación constitucional.
¿Y Fujimori? En 1995, amparado en la nueva Constitución, fue reelegido para un segundo período de cinco años. Sin embargo, en 1996, abrió un prematuro debate sobre su futuro político cuando pidió al congreso aprobar una «interpretación» según la cual su actual mandato corresponde al primero bajo la nueva Constitución y, por tanto, está habilitado para presentarse nuevamente en el 2000. El Tribunal de Garantías Constitucionales, sin embargo, opina que su segundo mandato se inició en 1995 y que, en consecuencia, no puede postular. Fujimori ha pospuesto la resolución de este empate de poderes para más adelante, tal vez cuando las encuestas vuelvan a sonreírle.
Algunos analistas creen que los beneficios o desventajas de la reelección podrán verse recién cuando Menem y Fujimori terminen sus respectivos períodos. Otros piensan, en cambio, que la reelección es apenas un instrumento político que puede ser tan beneficioso o negativo como lo sea quien ocupa el sillón presidencial.