La guerra en Colombia
Después de 40 años de conflicto interno en Colombia, algunos sectores de opinión en Europa creen que aún se libra una guerra entre guerrilleros justicieros contra militares desalmados, o entre marxistas y capitalistas convencidos. Hoy casi todo ha cambiado. Los viejos actores de la guerra tienen nuevos intereses, han aparecido otros bandos y la población indefensa sigue poniendo las víctimas.
Los dos grandes grupos guerrilleros de Colombia, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el Ejército de Liberación Nacional (ELN), de inspiración marxista-leninista, mantienen en algunos medios de información de España, Francia, Alemania e Italia, la imagen de grupos revolucionarios, defensores de los pobres y luchadores por ideales sociales.
Pero este viejo cliché, que podría explicar sus orígenes, ya no responde a la realidad. Y la gran mayoría de los colombianos tampoco lo ven ya así. El año pasado, más de diez millones de ciudadanos rechazaron, a través de las urnas, las salidas de guerra que promueven los bandos violentos.
Ni las FARC ni el ELN tienen el respaldo popular de las mayorías. En algunas regiones lo han perdido por su escalada terrorista sin sentido, por sus pactos con los cárteles de las drogas, por el cobro del impuesto revolucionario y por los secuestros -algunos han sido secuestrados hasta dos y tres veces-. Según datos de la fundación privada País Libre, en 1998 se produjeron 2.216 secuestros, de los cuales un 30% corresponden a las FARC y un 25% al ELN. Para las fuentes oficiales, la guerrilla sería responsable del 72% de los secuestros con petición de rescate, que es su segunda fuente de ingresos después de las tasas sobre el narcotráfico.
No pocas veces los secuestros terminan trágicamente. Así, en la prensa europea y norteamericana ha tenido especial eco el secuestro y posterior asesinato de tres estadounidense de una ONG y la muerte, aparentemente por paro cardíaco, de un francés, empleado de una petrolera y también víctima de un secuestro por la guerrilla. En el caso de los tres norteamericanos, la guerrilla negó primero su participación en las muertes, para atribuirlas luego a un comandante «descontrolado» al que se comprometió a juzgar. En cualquier caso, estos episodios revelan que la guerrilla tiene menos control sobre sus propios grupos de lo que suele presumir.
Pero, más allá del rechazo popular que suscitan sus métodos, en el fondo han perdido el respaldo porque carecen de ideas. En los últimos años, después del fracaso del comunismo, se quedaron sin rumbo. Y hoy no hacen falta los fusiles para pedir justicia social, igualdad de oportunidades, nacionalización del petróleo o una reforma agraria integral. La propia Iglesia católica y organizaciones no gubernamentales propugnan hoy reformas sociales igualmente ambiciosas y por medios pacíficos.
Guerrilleros y narcos
La relación de la guerrilla con el narcotráfico es desconocida por algunos sectores de opinión pública en Europa. Portavoces de las FARC en reciente visita a Madrid negaron su relación con los cárteles de la droga, pero una investigación de la Fiscalía General de Colombia revela lo contrario (1). Algunos frentes de la guerrilla tienen alianzas con los narcos en la producción de coca y amapola. En diciembre de 1998 el Ejército colombiano descubrió 1.300 kilos de cocaína cuando los guerrilleros del frente 10 de las FARC la intentaban sacar por los ríos del departamento de Arauca.
Estudios recientes sobre las finanzas de la guerrilla demuestran que sus ingresos mensuales por pago de secuestros y negocios en las tierras donde se cultiva droga son superiores a los 90 millones de dólares (2). El 50% de estos ingresos está destinado a la compra de armas y otro porcentaje al reclutamiento de jóvenes desempleados.
Hoy los dos grandes grupos guerrilleros suman 8.000 hombres y su implantación territorial va en aumento. Si en 1985 tenían presencia en 173 municipios, diez años después su acción se registra en 622, de 1.200 que tiene Colombia (3).
Negociación estancada
Pero mientras la guerrilla extiende su territorio, el nuevo presidente colombiano, Andrés Pastrana, conservador, intenta una salida negociada al conflicto. En seis meses de gobierno ha arriesgado todo su capital político para encontrar una solución pacífica. Pero las FARC han congelado el proceso hasta que el gobierno se comprometa a desmantelar los grupos paramilitares o grupos de autodefensa, que combaten a los guerrilleros con los mismos métodos violentos.
Los líderes de la subversión afirman que «existe una política de Estado para la creación de esos grupos». Acusación que Pastrana ha rechazado: «Me comprometo a prevenir con todas mis facultades y con la más clara voluntad política, la punible asociación que pueda darse entre algunos agentes del Estado y los grupos paramilitares; a investigar las denuncias, procurando eficacia en esas investigaciones, y a promover la sanción de la conducta indebida» (4).
Los paramilitares también cuentan
Los paramilitares o grupos de autodefensa conforman el bando clandestino que en los últimos cinco años enfrenta a la guerrilla. Algunos paras nacieron de la mano del narcotráfico, como ejércitos privados para controlar a la guerrilla y facilitar las operaciones en el negocio de las drogas; otros, entre medianos y pequeños ganaderos y agricultores perseguidos por la guerrilla y desprotegidos por el Estado.
El origen diverso de los grupos paramilitares en Colombia y su evolución en el modus operandi es un punto importante a la hora de evaluar sus acciones y sus peticiones. Algunos medios de comunicación en Europa desconocen este origen y pueden exagerar la realidad y los juicios. Así se pueden escribir afirmaciones tan peregrinas como que «el descuartizamiento con motosierra es el sello distintivo de los paramilitares en su lucha con la guerrilla» (5).
Los paras, de uno y otro origen, han incrementado su violencia en los últimos tiempos. Hoy piden reconocimiento político y tienen las mismas exigencias de la guerrilla. Sin duda, guerrilla y paramilitares tienen un origen distinto, pero los dos violan los derechos humanos, demuestran poca voluntad de negociar la paz y continúan en una guerra sin cuartel, donde la mayoría de los muertos son ciudadanos que no apoyan a ningún grupo. C.M.V.
César Mauricio Velásquez_________________________(1) Declaración de los presidentes del área andina en el marco de la Cumbre de las Américas en Santiago de Chile (marzo de 1998).(2) Oficina de Política Nacional de Control de Drogas, Informe USIS (agosto de 1998). (1) «Guerrilla y narcotráfico». Informe de la Fiscalía General de la Nación (septiembre de 1998).(2) Sergio Clavijo. «Dividendos de paz y costos de la guerra en Colombia». Documento CEDE (junio de 1998).(3) Cifras de la Consejería de Paz de la Presidencia de Colombia y de la Comisión Colombiana de Juristas.(4) Discurso de Andrés Pastrana en el acto de posesión del Alto Comisionado para la Paz, Santafé de Bogotá, 11-VIII-98.(5) Isabel Hilton, «El holocausto de un pueblo», El País Semanal (Madrid, 3-I-99).