El republicano Donald Trump ha ganado las elecciones presidenciales de Estados Unidos, celebradas el 8 de noviembre. Además, el Partido Republicano (Grand Old Party) mantiene el control del Senado y el de la Cámara de Representantes. Ahora la duda es si la cúpula del GOP sabrá contener a Trump, o si el partido seguirá por la pendiente populista.
(Actualizado el 12-12-2016)
De acuerdo con los datos actualizados, Trump ha conseguido 306 votos electorales de los 270 que necesitaba para vencer, frente a los 232 de Hillary Clinton. Sin embargo, la demócrata gana el voto popular: le han votado 65,4 millones de ciudadanos; al republicano, 62,8.
Los republicanos mantienen el dominio de la Cámara de Representantes, en sus manos desde 2010: tienen 241 escaños, frente a los 194 demócratas. También conservan la mayoría en el Senado, conquistada en las legislativas de 2014. En las presentes elecciones solo se renovaban 34 de los 100 escaños: los republicanos se quedan con 52; los demócratas, con 48.
El Partido Republicano gana 6 de los 12 puestos de gobernador en disputa; los otros 6 son del Partido Demócrata.
Temas controvertidos
De las 162 iniciativas legislativas que se votaban en estas elecciones, las que más atención habían despertado eran las 9 relativas a la marihuana. Cinco estados decidían si legalizarla o no para uso por placer (California, Arizona, Maine, Massachusetts y Nevada); y cuatro, para fines médicos (Arkansas, Florida, Montana y Dakota del Norte). Ocho han votado a favor de legalizarla; Arizona, en contra.
Aquí los colores políticos de los estados importan. En Arizona ha ganado Trump, lo mismo que en los estados que han apoyado la legalización para uso terapéutico. En los estados que han aprobado la legalización de la marihuana para uso recreativo, Clinton.
Algo más de la mitad de los votantes de Trump dicen que se decantan por él no porque les entusiasme, sino para evitar que gane Clinton
Colorado –donde ha ganado Clinton– ha aprobado el suicidio asistido. La demócrata también se ha impuesto en los tres estados (California, Washington y Nevada) que han aprobado algún tipo de restricción a las armas; pero en Maine, donde también ganó, la propuesta fue rechazada. Clinton vence en tres de los que han votado a favor de elevar el salario mínimo (Colorado, Maine y Washington). Arizona también ha votado a favor. Y Dakota del Sur, de Trump, ha votado en contra de una iniciativa que pretendía prohibir esa subida.
En dos estados, los electores votaron sobre la pena de muerte. En California, donde Clinton obtuvo mayoría del 61,5%, rehusaron abolirla, y en Nebraska, donde Trump ganó por el 60%, decidieron reinstaurarla.
Un voto heterodoxo
“Los hombres y mujeres olvidados de este país no lo serán más”, ha dicho Trump tras conocer su victoria. El empresario neoyorquino se mantiene fiel al discurso que le ha catapultado a la Casa Blanca: frente a la sensación de que el estadounidense medio no cuenta para las élites demócratas ni republicanas, él promete tomarse en serio su descontento y gobernar a su favor.
Su heterodoxia ideológica le lleva a mezclar ingredientes de derechas y de izquierdas. Se separa de la línea oficial del Partido Republicano al oponerse a los tratados de libre comercio y al mantener como están las prestaciones de la Seguridad Social y Medicare. Pero coincide con el establishment republicano en la rebaja de impuestos o en la oposición a la reforma sanitaria de Obama. Además, conecta especialmente con los republicanos de mano dura que piden más control de la inmigración, menos restricciones a las armas o reforzar el gasto militar.
Entre los grupos que dieron la victoria a Trump no hay grandes sorpresas: según las entrevistas a pie de urna, le votaron el 67% de los blancos sin estudios universitarios (frente al 28% de los que respaldaron a Clinton); el 81% de los blancos evangélicos; el 62% de la población rural… Lo que sí es llamativo es que Trump se hiciera con el 42% del voto femenino, frente al 54% que apoyó a Clinton: la diferencia es menos abultada de lo que se esperaba.
El voto anti-Clinton ha hecho su parte. Según una encuesta del pasado domingo realizada por The Washington Post y ABC News, el 51% de los votantes de Trump declaró que le iba a votar no porque estuviesen entusiasmados con él, sino principalmente porque que querían evitar la victoria de Clinton. No hay que descartar que en el rechazo a la candidata demócrata estuviera incluido el repudio a Barack Obama, cuyos dos mandatos han estado marcados por la fuerte oposición de los republicanos.
Ocho estados legalizan la marihuana: cuatro para uso por placer; y otros cuatro para fines médicos
El descontento viene de lejos
La revuelta anti-establishment abanderada por Trump comenzó a fraguarse en 2009, con la irrupción del Tea Party, surgido de las bases republicanas como reacción a la subida de impuestos promovida por Obama. Al principio, el aparato del Partido Republicano supo aliarse con este movimiento y ayudó a varios de sus candidatos a desembarcar en el Senado y en la Cámara de Representantes. Pero el entusiasmo fue perdiendo fuelle a partir de la crisis del cierre de la Administración, en 2013, cuando los donantes del partido empezaron a exigir a sus líderes que se distanciaran de las tácticas broncas promovidas por algunos grupos del Tea Party.
Aunque las posturas de Trump no se corresponden siempre con las del Tea Party, varios comentaristas conservadores coinciden en que el magnate ha sabido aprovechar la furia contra las élites que inspiró este movimiento. Por otra parte, tampoco es raro que muchos de los que consideran que su situación económica ha empeorado se hayan decidido por Trump: como señalan Gerald F. Seib y Patrick O’Connor en un largo análisis publicado en The Wall Street Journal, de los 100 condados más pobres del país, 74 votaron a favor del candidato republicano, Mitt Romney, en las presidenciales de 2012. Como se ve, el desencanto de un sector de la clase media-baja con el Partido Demócrata comenzó antes de Trump.
Las corrientes populistas no han sido extrañas al Partido Republicano en las últimas décadas (también los demócratas han tenido las suyas). Entre otras, el columnista del New York Times Ross Douthat menciona la “mayoría silenciosa” del estadounidense medio a la que apeló Nixon, los evangélicos del Sur, los demócratas por Reagan, el Tea Party y, ahora, los trumpistas.
Hasta ahora, dice Douthat, las élites republicanas habían acertado a encauzar y contener ese populismo, mientras aprovechaban su fuerza numérica para llegar a la Casa Blanca. Pero ahora, en la era de Donal Trump, parece que los populistas han optado por independizarse, convencidos de que pueden salir adelante sin el apoyo de ninguna élite.
Para Douthat, el establishment republicano habría incurrido en varios errores desde los tiempos de George Bush Jr. en adelante. Primero, “un error de gobernanza y sabiduría”: si hubiera estado más atento a las inquietudes de sus votantes de clase obrera, seguramente no los habría visto irse tras los cantos de sirena de Trump, que ha apelado sin anestesia a sus temores más inmediatos. Segundo, “un error de identificación y autocrítica”. Los intelectuales conservadores no han sabido ver que “Fox News, los programas de radio o los sitios de Internet han hecho al populismo de derechas más poderoso –en comparación con la pequeña élite conservadora– de lo que era en tiempos de Nixon o Reagan”.
Contra la corrección política
Hasta aquí el análisis de Douthat. Pero habría que preguntarse qué parte de culpa han tenido las élites afines al Partido Demócrata. En un momento en que la corrección política impide discrepar sobre un abanico de temas relacionados con las políticas identitarias sin que te tachen de retrógrado o malvado, Trump devuelve la legitimidad perdida a sus seguidores, sostiene Barton Swaim en The Washington Post.
Otra cosa es que, como efecto no deseado, acabe reforzando la corrección política. Es la triste paradoja –añade Swaim– de este año electoral: la incorrección de Trump –que incluye burlas a todo tipo de personas– es tan descabellada que hace parecer razonables los tabúes injustos.
En este contexto tan polarizado, está por ver cuál va a ser el papel de las élites republicanas en la ya inevitable Administración Trump. ¿Quién gobernará al nuevo comandante en jefe? ¿Los líderes moderados a los que los donantes del partido quieren favorecer? ¿O los de mano dura que promovieron el “shutdown” de 2013, el rechazo a la reforma migratoria o a las medidas restrictivas a las armas?