Henri Hude: la mirada de un filósofo a la economía
La libertad, el trabajo y la protección frente a la adversidad es el trípode en el que el ciudadano de hoy quiere asentar su bienestar. Para asegurarlo, hace falta una economía que concilie los principios que rigen el mercado y la solidaridad. Nuestro actual mercado ofrece una imagen «grosera» que se nutre del economicismo puro y duro. Henri Hude, profesor de Filosofía en París y autor de obras de reflexión económica y social, propugna como alternativa el mercado «sutil», que se traduzca en una ventaja para los que respetan la solidaridad.
Henri Hude, nacido en 1954, profesor de Filosofía en Khâgne (París), ha renovado el estudio del pensamiento de Bergson, con la edición científica de los Cours del famoso filósofo. Pero sus dos últimas obras -Filosofía de la prosperidad y Crecimiento y libertad- se han dedicado a asuntos económicos y sociales. Su pensamiento se sitúa, por una parte, en la órbita liberal, como lo refleja su pertenencia al comité de redacción de la revista Commentaire, fundada por Raymond Aron. A la vez, le preocupa fortalecer el papel de los cuerpos intermedios entre el Estado y el mercado, en primer lugar la familia. Recientemente ha estado en Madrid para participar en un simposio internacional sobre «Solidaridad, Educación y Formación», organizado por el Departamento de Teoría e Historia de la Educación de la Universidad Complutense, con la colaboración de la ONG Cooperación Internacional.
Usted afirma que la libertad deriva de la amistad. Se dice que las sociedades modernas están más deshumanizadas por el imperio del subjetivismo, del totalitarismo del «yo». Estas actitudes van en contra de la amistad. Por lo tanto, ¿no resultará dañada la libertad?
Yo no estoy en contra de la afirmación del yo, pero a condición de que se entienda dentro de su verdadera estructura. Si no, lo que estaría defendiendo sería una quimera de mí mismo. El yo se define, de una parte, por la vida en relación con los demás en la sociedad y, de otra, por su referencia al Absoluto, a Dios. De ahí el error del egoísmo que lleva a afirmar el yo en contra de los otros. Sin amistad nadie querría vivir, porque ¿qué vale un bocadillo si lo comemos solos? Los bienes materiales sólo tienen valor en cuanto que están integrados en el auténtico bien real que es la calidad de relación entre los seres. Esta es auténtica cuando está llevada con esfuerzo hacia la verdad más profunda del ser.
Por otro lado, pienso que el mayor problema de la cultura contemporánea es su concepción ilusoria de la libertad. El mensaje es: «hay que ser absolutamente libre», y, en mi opinión, no lo somos si no participamos en la libertad del Absoluto, elevándonos por encima de pasiones mezquinas. Falta una verdadera cultura de la libertad. Una libertad de afirmación, no de negación, una libertad de señores, no de esclavos. Eso debe ser la democracia, una generalización de la mentalidad aristocrática y no de las mentalidades serviles.
La solidaridad intergeneracional
Al hablar de la solidaridad responsable, usted destaca el papel de la familia. ¿Qué modelo propondría usted en el nuevo marco de economía interdependiente para que la familia estuviera en el lugar central que merece?
El capitalismo es auténtico cuando respeta la totalidad de su capital, incluso los valores, las instituciones, etc. La familia, entendida como una relación estable, fundada sobre el matrimonio monógamo, es la institución fundamental de la sociedad libre. Es la mejor expresión de la solidaridad entre los sexos, entre los adultos y los niños que necesitan una educación estable.
En el capitalismo que yo llamo «sutil», las asociaciones familiares juegan un papel muy importante como protectoras de la institución familiar frente a formas de vida parasitarias, como el concubinato u otras. Ahora los Estados están subvencionando indirectamente a los que destruyen y desprecian el principio familiar. Por ejemplo, en Alemania el número de familias monógamas rotas aumenta de manera exponencial: ha pasado de una de cada cien hace quince años, a una de cada diez hace cuatro, a una de cada siete actualmente. Se considera que la carga de las jubilaciones no es compatible con la carga de la educación de los hijos y, de esta manera, asistimos a una proletarización de los que crean el capital humano. Esto es contrario a todo principio de justicia y de economía.
Las mayores amenazas contra la infancia en el mundo moderno proceden, por un lado, del aumento de los matrimonios rotos, que repercute en la educación estable de los hijos. Por otro, de la negativa en la pareja a comprometerse, cada uno, en esa educación, un problema que se soluciona buscando la complementariedad entre ambos. Hace falta promover toda una cultura de la amistad y del amor de orden cultural y religioso.
Para que el mercado sea «sutil»
En su reciente discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, Juan Pablo II hacía un llamamiento a una «ética de la solidaridad», y animaba a los países a renunciar a sus propios intereses por un equilibrio más equitativo de las riquezas. ¿Es posible esto en un mundo dominado por un capitalismo sin rostro?
El libre cambio funciona como un sistema de vasos comunicantes. El problema está en conseguir que el mercado financiero sea «sutil», es decir, que las posibilidades de beneficio de unos no conlleven pérdidas importantes en las comunidades más vulnerables. El intercambio equitativo debe enriquecer a todos. Por eso, si queremos salvar la dinámica de la sociedad libre, hay que poner más orden, más razón, y más justicia en el funcionamiento del mercado. Si no, volverán las revoluciones sociales, Europa se deshará, tomarán auge las fórmulas nacional-socialistas en sus versiones modernas, y llevaremos al mundo al caos.
Es llamativo comprobar que la mayoría de las organizaciones internacionales de cooperación al desarrollo han surgido en la civilización occidental. ¿Cómo interpreta esta realidad?
La fe cristiana es la fuente más profunda de la cultura occidental europea, y se manifiesta en principios de solidaridad social, de derecho al trabajo y a la vida de familia, de democratización del crédito y de equilibrio en las relaciones entre los poderes del dinero y del trabajo. Y esto no dentro de un marco ideológico de filosofías ilusorias, sino en un marco humanista cristiano, más verdadero. Sin embargo, también hay que decir, en cuanto al gobierno en los Estados, que cuando una clase dirigente, mayoritariamente cristiana, no se exige a sí misma en materia de justicia económica, acaba transformando la democracia en algo inmoral y anticristiano. Y esto es lo que ocurre hoy en día.
La mujer, entre el trabajo y la familia
En la sociedad moderna los roles desempeñados por el hombre y la mujer han experimentado profundos cambios. ¿Cuál piensa usted que sería la situación hacia la que debería encaminarse la nueva definición de los sexos?
La primera solidaridad dentro de la sociedad es la que debe existir entre los hombres y las mujeres, de la misma forma que toda discusión sobre la igualdad de los sexos debe empezar por el reconocimiento de la amistad entre ambos. Hoy asistimos a un reparto de papeles en la sociedad que debería haberse fundamentado en lo que está más allá de lo que es simplemente material, en lo más profundo, justo y racional de la naturaleza humana. La mujer está más comprometida que el hombre en la crianza de los hijos pequeños, pero a la vez quiere ser ciudadana y participar de la vida pública, social y política.
El problema hoy es que conciliar sus dos vocaciones, la maternal y la profesional, es todavía ilusorio. En este marco, pienso que hay que luchar contra una concepción del feminismo contra naturam, irracional, sin amor, e inventar un feminismo más inteligente, eficaz y constructivo. En el mercado «sutil», el lugar de la mujer se funda sobre una concepción antropológica más equilibrada: que la mujer ocupe un lugar más justo en la sociedad, pero sin ir en detrimento de la familia. Porque cuando la mujer sufre, toda la sociedad sufre con ella.
Haría falta entonces una nueva actitud por parte de la empresa, para afrontar los problemas que encuentra la mujer a la hora de compaginar esas dos dimensiones…
El sistema económico se basa sobre la empresa, pero en realidad debería estar basado sobre dos pilares: la empresa y la asociación. No podemos negar que los hombres actualmente tienen una ventaja estructural en el mundo de la empresa, pero la mujer debería tenerla en el de las asociaciones sensibilizadas con sus problemas. Deberíamos mirar hacia el ejemplo de las Fundaciones americanas. La «sutilización» del mercado permitirá dar a la mujer un status flexible para que pueda llevar a cabo sus actividades educadoras, a la vez que desarrolla todas sus competencias en el mundo laboral.
Henri Hude
Nacido en 1954, es antiguo alumno de la Escuela Normal Superior de París. Hizo el doctorado y la habilitación en Filosofía por la Universidad de la Sorbona, y es profesor en Khâgne (París). Es presidente de la Asociación France-Valeur. Dirige la edición de los Cours de Bergson en Presses Universitaires de France. Ha publicado un Bergson (1989) en dos volúmenes, por el que recibió el Premio de la Academia Francesa. Después ha publicado una introducción a la responsabilidad filisófica, Prolégoménes (Éditions Universitaires, 1991). En 1992, una obra de filisofía política, Éthique et Politique (Éditions Universitaires); le dio a conocer a un público amplio, con tres ediciones ya agotadas.
Sus dos últimas obras han sido consagradas a la reflexión económica y social: Philosophie de la prosperité. Marché et solidarité (Éditions du Prologue-Economica, 1994) y Croissance et liberté (Critérion-Éditions du Prologue,1995).
María Fernández de Córdova