El pasado 7 de noviembre la Comisión Europea cumplió 50 años de existencia. Con la perspectiva de este medio siglo, se comprende mejor la clarividencia de tres de los principales fundadores de la Europa unida: Robert Schuman, Alcide De Gasperi y Konrad Adenauer, unidos por su concepción de Europa, su amistad y su fe. Vivieron primero en sus personas lo que fomentaron después entre sus pueblos.
Con ocasión del aniversario, José Manuel Durão Barroso, presidente de la Comisión, pronunció un discurso en el que se refirió en estos términos a los padres fundadores de la Unión Europea: “Hace 50 años, Europa sufría las divisiones creadas por la guerra fría y entraba en el confuso proceso de descolonización. ¿Quién habría creído entonces que la aventura europea lanzada por algunos se convertiría en el proyecto faro de todo un continente, en una realidad compartida hoy por casi 500 millones de ciudadanos, en un modelo de organizacion para otras regiones del mundo?
”Nada de esto habría sido posible sin la determinacion de un puñado de europeos, profundamente marcados por dos guerras fratricidas, pero con la mirada firmemente dirigida hacia el futuro, hombres capaces de superar los marcos nacionales para ofrecer un proyecto de integración política y económica a Europa”.
Con sus propias vidas
Si ser amigos consiste en comprenderse y en quererse, se podría decir que los tres principales fundadores de Europa fueron amigos.
¿Por qué se comprendieron y quisieron? Quizás porque habían atravesado circunstancias parecidas en sus vidas y porque reaccionaron ante ellas de modo similar. Este fenómeno no es nuevo en la historia. A menudo grandes hombres han pasado por grandes dificultades y han reaccionado ante ellas con heroísmo. No son sólo las circunstancias extraordinarias que atraviesan sino también la reacción ante ellas lo que les hace ser forjadores de la historia.
Robert Schuman, Alcide De Gasperi y Konrad Adenauer fueron hombres de fronteras y al mismo tiempo sin fronteras; fueron encarcelados ya en su juventud y reaccionaron sin rencor; ante las dificultades opusieron el buen humor y el optimismo; los tres supieron aliar en su carácter firmeza con bondad, sustituir el odio por la confianza; los tres fueron hombres de fe, fe que heredaron pero también supieron cultivar. En sus propias vidas, y no sólo en sus palabras, echa Europa sus raíces. Vivieron primero en sus personas lo que fomentaron después entre sus pueblos.
Rasgos de carácter
A Robert Schuman no le ahorraron insultos de mal gusto. Su larga nariz y su cabeza calva son objeto continuo de caricaturas. Las críticas fueron especialmente duras durante los años de las tensiones internacionales entre los bloques pro-soviético y pro-occidental, reflejadas en Francia en luchas entre los partidos. Frente al odio del ambiente, Schuman reacciona con paz y buen humor. En una ocasión, siendo ministro pero yendo en tren y sin escolta, responde a un revisor incrédulo sobre su identidad, levantándose el sombrero: “¿Pero no ha visto usted nunca este cráneo en los periódicos?”.
El mismo Schuman dirá también durante la época en que es ministro de Finanzas: “Algunos pierden la cabeza cuando una escolta de motociclistas abre el camino a su vehículo, por eso, yo prefiero, siempre que sea posible, ir a pie”. Y como detalles de sobriedad cuentan que se preocupaba de que quedaran apagadas las luces cuando se terminaba una reunión, utilizaba los formularios usados como papel de borrador, y apuntaba sus gastos personales.
En una ocasión, siendo ministro de Finanzas, un periodista le reconoce trabajando en un compartimento de tren abarrotado de gente y le pregunta por qué no reserva un compartimento para él solo. Schuman le responde que porque sabe muy bien lo caro que es y que lo tendría que pagar el Tesoro Público.
Durante una reunión política uno de los asistentes critica a un ministro comunista. Schuman corta rápidamente diciendo que no tolerará que se critique a uno de sus compañeros delante de él: “Para mí, la solidaridad es sagrada”.
Se cuenta que De Gasperi sabía rectificar cuando se equivocaba. Después de una viva discusión en la Unión Académica Católica Italiana durante la que se había enfadado y marchado dando un portazo, vuelve a la sala y dice que deplora haber colaborado a la división con su actitud orgullosa y pide públicamente perdón. Cuentan asimismo de Schuman que, después de una reunión en 1940 en la que también había dado un portazo, volvió al cabo de un cuarto de hora, pidió disculpas y rogó a los que habían asistido al episodio que, para hacerse perdonar, aceptaran su invitación a cenar.
El cimiento para la construcción de Europa
El 20 de mayo de 1950 Robert Schuman hace aprobar por el Consejo de Ministros francés el plan que había sido concebido por Jean Monnet para unir Europa. Se trataba de confiar la producción francesa y alemana de carbón y de acero a una Comunidad abierta también a otros países europeos y bajo una autoridad común. Monnet confió a Schuman la realización de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, fiado en la confianza de la que ya éste gozaba en el mundo. “Ud. puede proponer lo que quiera, siempre le creerán”.
Ese mismo día, Adenauer, consciente de la importancia del acto, declara: “Es el día más feliz de mi vida… El plan Schuman corresponde perfectamente a mis ideas… ¿No teníamos el deber de consagrar todas nuestras fuerzas espirituales, morales y económicas a la creación de una Europa que pudiera convertirse en elemento de paz?”
De Gasperi, a la cabeza del Gobierno italiano, se adhiere al plan al día siguiente.
El plan Schuman es el punto de partida en la práctica de lo que se había gestado en la mente y en la vida de los tres padres de Europa.
Tender la mano
Ya desde el fin de la Primera Guerra Mundial, Schuman, Adenauer y De Gasperi habían obrado y hablado a favor de una Europa unida. La Segunda Guerra Mundial y la victoria de los aliados hicieron que fuera Schuman el motor efectivo y primero, inmediatamente secundado por Adenauer y De Gasperi.
El 10 de agosto de 1946, durante la Conferencia de la Paz en París, cuando Italia es tratada como un país vencido, De Gasperi termina su discurso solicitando de los vencedores una paz que corresponda a la colaboración fraternal entre los pueblos. También en un discurso ante la Cámara de Comercio de Nueva York en enero de 1947, De Gasperi hablará de los Estados Unidos de Europa: “Las fronteras han perdido su significación”. Palabras casi idénticas a las de Schuman: “ Las fronteras, en lugar de ser muros de división, deben transformarse en puntos de comunicación”.
En 1948, tan sólo tres años desde el final de la sangrienta guerra, Adenauer había escrito: “Después de tanta sangre vertida hay que darse la mano”. En el mismo año Schuman propone “tender la mano al enemigo de ayer, no sólo para reconciliarse sino también para construir juntos la Europa del mañana”.
Raíces cristianas
La experiencia similar de una vida de lucha, de una reacción de paz, y la coincidencia de ideas, ha forjado entre ellos una amistad profunda.
Schuman escribe a De Gasperi en 1953: “Nos hemos encontrado tarde en la vida pero nuestra amistad ha sido profunda y sin reservas. Ud. ha sido siempre un mediador eficaz y desinteresado. Los dos hemos debido abrirnos camino a través de malentendidos y maldades”.
Maria Romana De Gasperi escribirá sobre la amistad entre su padre y Robert Schuman: “Se entendieron bien enseguida. Una misma profundidad espiritual, un mismo idealismo se transparenta siempre en sus intervenciones sobre el tema de Europa. Siguen pareciendo jóvenes, gracias al entusiasmo y al compromiso que ponen en este programa de unidad”.
Unidad, fraternidad. Términos inspirados en la fe y acrisolados en la vida de los tres padres de Europa.
Schuman declara repetidas veces que la razón de llevar a cabo el plan que lleva su nombre es su creencia en los fundamentos cristianos de Europa. En 1959, dirigiéndose al Parlamento Europeo, declara: “La democracia ha nacido y se ha desarrollado con el cristianismo, ha nacido cuando el hombre, fiel a los valores cristianos, ha sido llamado a valorar la dignidad de la persona, la libertad individual, el respeto de los derechos de los demás y el amor del prójimo. Antes de la era cristiana estos principios no habían sido enunciados jamás; el cristianismo ha sido el primero en valorar la igualdad entre todos los hombres, sin diferencias de clase ni de raza”.
Por su parte, De Gasperi escribe: “El origen de esta civilización es el cristianismo. Con ello no pretendo introducir un criterio confesional exclusivo ni una evaluación de nuestra historia, sino el de un herencia europea común, de una ética compartida por todos que exalta la idea de la responsabilidad de la persona humana, con su fermento de fraternidad evangélica, con su sentido del derecho heredado de la antigüedad, con su culto de la belleza afinado desde hace siglos, con la preocupación de la verdad y de la justicia fundados sobre una experiencia milenaria”.
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Ana Gonzalo Castellanos es Jefe de Unidad en la Oficina de Cooperación de la Comisión Europea.
* Las referencias literales se refieren a la obra de Audisio Giuseppe y Chiara Alberto, Fondateurs de l’Europe unie selon le projet Jean Monnet, Ed. Salvator, París (2004).