Europa: ¿un actor estratégico global o un espacio útil para China?

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C.C. Marco Verch Professional

 

Las relaciones de China con la UE tienen una crucial importancia en la geopolítica de nuestro tiempo. El mundo del siglo XXI se caracteriza por la rivalidad entre China y Estados Unidos, lo que llevó a Washington desde la época de la Administración Obama a desplazar el núcleo principal de su política exterior a Asia, con la consiguiente pérdida de importancia estratégica de Europa.

Sin embargo, la guerra de Ucrania ha servido para recordar a Estados Unidos que Europa tiene un papel decisivo en el bloque euroasiático, sobre todo porque China mantiene con Rusia una alianza no formal sino de intereses, y basada en la común oposición al hegemón estadounidense.

No es una nueva Guerra Fría

Estas circunstancias podrían hacer creer en una nueva Guerra Fría, presentada bajo el formato de democracias frente a autocracias, en la que nuevamente Estados Unidos y Europa estarían en el mismo bando, pero esa sería una percepción carente de realismo. La Guerra Fría era, sobre todo, una confrontación ideológica en la que el objetivo era la contención y el derribo de un régimen como el soviético que quería extenderse a lo largo del planeta.

El caso de China, pese a ser gobernada por un partido comunista, no es el mismo. Desde la época de Deng Xiaoping, cuyas reformas se centraron en la modernización económica, Pekín dejó de desplegar su propaganda ideológica en el exterior. El desarrollo económico como punto de partida para su conversión en una potencia global era la máxima preferencia. No hay, por tanto, un desafío ideológico, como en la Guerra Fría. Después de todo, China ha optado por el capitalismo, aunque se trate mayoritariamente de un capitalismo de Estado, y al mismo tiempo ha concedido a sus nacionales unas libertades de las que carecía el antiguo bloque comunista: libertad para los negocios privados y libertad de viajar para sus turistas y estudiantes. Con ellas se intenta compensar la falta de libertades políticas.

China es mucho más que un país

Con el tiempo, el gigante chino, transformado en la segunda potencia económica mundial, fue adquiriendo un mayor protagonismo en la escena política internacional. La reanudación de las relaciones entre Irán y Arabia Saudí y la propuesta de un plan de paz para la guerra de Ucrania son ejemplos recientes de la diplomacia activa de Xi Jinping, e incluso hay rumores que apuntan a que, tarde o temprano, China intentará algún tipo de mediación en el permanentemente estancado conflicto palestino-israelí. En consecuencia, plantear la relación con China como una contienda de la que se derive el hundimiento político y económico de su régimen, tal y como sucediera con la Unión Soviética, difícilmente dará los frutos esperados.

La China convertida en superpotencia es la expresión de un nacionalismo que aspira a recuperar su lugar en la historia. El Partido Comunista Chino (PCC) ejerce el control político, pero no es tanto una organización con valores propios como un instrumento de poder, tal y como señalaba Wang Hui, profesor en la universidad de Tsinghua de Pekín y representante de la Nueva Izquierda china. El PCC es asimilado al orden del Estado, es un componente del Estado. Ya no es un Partido-Estado sino un Estado-Partido.

China no ve a Europa como un actor estratégico global, sino que da preferencia a las relaciones bilaterales con los países del continente

No es casual que en las últimas décadas los dirigentes chinos promovieran un retorno a Confucio, pese a que sus ideas fueran perseguidas durante la revolución cultural por considerarlas “feudales” y conservadoras. El confucianismo, con sus apelaciones a la jerarquía y la armonía social, está asociado a una civilización milenaria como la china. El “sueño chino”, expresado repetidamente por Xi Jinping, implica que China no solo es un país, y menos aun un régimen, sino una civilización, o mejor dicho, la continuidad de esta a través de los siglos. Este enfoque no siempre se tiene en cuenta en muchos análisis geopolíticos, más propensos a las perspectivas a corto plazo. China no es un jugador más en el tablero internacional, sino el más importante de los jugadores, tal y como señalaba el diplomático español Fidel Sendagorta en su libro Estrategias de poder.

China prefiere las relaciones bilaterales

Con independencia de quién sea el inquilino de la Casa Blanca, Europa tiene un dilema respecto a China: tiene que salvaguardar sus relaciones económicas y comerciales con China al tiempo que mantiene su relación económica, política y de seguridad con Estados Unidos. La economía europea no puede obviar las relaciones con ella, pese a que este país, aunque sea miembro de la OMC, no mantenga la reciprocidad en lo relativo a las inversiones extranjeras. Pero no es menos cierto que, pese a los continuos llamamientos a la autonomía estratégica europea, la seguridad de Europa sigue siendo dependiente de la OTAN.

En la práctica, China no ve a Europa como un actor estratégico global. Se podría decir que los chinos han hecho de Europa su “espacio útil”. Al igual que Moscú, Pekín da preferencia a las relaciones bilaterales con los países europeos, sean miembros o no de la UE. Puede verse en el ejemplo de los países europeos que han firmado algún tipo de acuerdo para apoyar la Iniciativa de la Franja y la Ruta, el proyecto estrella de la política exterior de Xi Jinping: Austria, Bulgaria, Croacia, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Grecia, Italia, Letonia, Lituania, Polonia, Portugal, República Checa y Rumanía. Otros países, en cambio, desconfían porque consideran que la Iniciativa no funciona de modo transparente y multilateral, conforme a estándares de sostenibilidad social, ecológica y financiera reconocidos internacionalmente.

Esta estrategia china viene desde hace tiempo y se centra particularmente en los países de Europa central y oriental, necesitados de inversiones extranjeras. Los chinos tienen un especial interés por los Balcanes, y de esto son ejemplos sus actuaciones en Grecia o Serbia. Es bien conocido el hecho de que la empresa china Ocean Shipping Company tiene el 80% del control del puerto griego de El Pireo, lo que ha despertado el recelo de la OTAN acerca de esta inversión en infraestructuras críticas en un país miembro. No es el único caso, pues las inversiones chinas en el puerto polaco de Gdynia han suscitado también similares inquietudes. Más llamativo resultó, en abril de 2022, el suministro por parte de China de una batería de misiles tierra-aire HD-22 a Serbia, en un momento en que las relaciones de este país con Kosovo son muy tensas y en el territorio kosovar hay desplegada una fuerza de interposición de la OTAN. Algunos analistas ven en este hecho una especie de desquite de China por el bombardeo de su embajada en Belgrado, en mayo de 1999, por fuerzas de la Alianza. En cualquier caso, China parece utilizar este hecho para demostrar que su poder e influencia alcanza también un territorio en el que fue humillada.

China trata de convencer a los países en desarrollo de que su modelo autoritario de gobierno puede ser más conveniente que el sistema democrático liberal

Pese a la creciente influencia china en el Viejo Continente, no es viable ni está en el interés de Europa distanciarse de China, según declaró Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, en un discurso pronunciado el pasado 30 de marzo. Pero un punto notable de discrepancia puede ser el plan de paz chino de 12 puntos para Ucrania, marcado por la ambigüedad en lo referente a las fronteras anteriores al conflicto, pues los dirigentes europeos subrayan que una paz justa no puede basarse en reconocer las anexiones rusas.

Intereses frente a valores

La relación de Europa con China es un ejemplo más de la contraposición entre intereses y valores. La balanza comercial no es favorable a los europeos (9% de sus exportaciones y 20% de sus importaciones). Sin embargo, el comercio internacional es uno de los rasgos definitorios de la UE. Retirarse implica un vacío que llenarían enseguida otros competidores. Por eso, en el documento de la Comisión Europea, “EU-China: A Strategic Outlook”, de 12 de marzo de 2019, que fue remitido al Consejo celebrado pocos días después, no solo se calificaba a China de “socio estratégico imprescindible para afrontar los principales temas de la agenda global en un orden internacional multilateral”. También se la calificaba, en términos mucho más realistas, como “competidor económico en busca de liderazgo tecnológico” y “rival sistémico que promueve modelos alternativos de gobernanza”. Es el reconocimiento de cómo China está impulsando su desarrollo tecnológico en sectores clave como el 5G, el Big Data o la inteligencia artificial.

A esto se añade que China está tratando de convencer a muchos países, principalmente los que están en vías de desarrollo, de que su modelo autoritario de gobierno puede ser más conveniente que el sistema democrático liberal. Su principal argumento es que millones de chinos han podido salir de la pobreza gracias a una economía de mercado, pero sin un régimen democrático y respetuoso de las libertades individuales y contra los pronósticos de quienes creían que la libertad económica traería inevitablemente la libertad política.

Pese a todo, Bruselas subraya la necesidad de cooperar con China en ámbitos de interés común, como el medio ambiente (lucha contra el cambio climático, protección de la biodiversidad), la salud global o la estabilidad financiera. Con todo, se le recuerda también a Pekín –que tantas críticas dirige al unilateralismo– que, como destacado miembro de la OMC, debe respetar las reglas comerciales internacionales.

Las inquietudes de la Comisión Europea sobre China no encuentran el mismo eco en los Estados miembros, en los que prevalecen los intereses nacionales, aunque los gobiernos tienen también que tener en cuenta el peso de la opinión pública, que se muestra sensible a las violaciones de los derechos humanos en el gigante asiático. Pese a todo, la relación entre la UE y China constituye no solo un reto sino también una oportunidad: la de consolidar la autonomía estratégica europea. Una mayor integración en los ámbitos bancario, fiscal, económico y político hará posible la convergencia de intereses entre los Estados miembros. Tampoco puede fiarse el peso de la acción exterior al eje franco-alemán, en el que no siempre se pueden ocultar las divergencias. Una mayor integración es necesaria para que Europa se convierta en un actor global, y no en una península marginal de Eurasia. Si prevalece el bilateralismo en la relación con Pekín, Europa será solo un “espacio útil” para China.

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