Las fuerzas rusas han bombardeado Kiev y otras ciudades ucranianas tres días después de que Vladímir Putin firmara, en la noche del 21 de febrero, un decreto presidencial por el que Rusia reconoce la independencia y la soberanía de las repúblicas populares de Donetsk y Lugansk.
El reconocimiento fue seguido del envío de tropas rusas con una misión de “mantenimiento de la paz”, un concepto que nada tiene que ver con el de ser fuerzas de interposición entre dos bandos hostiles y con el consentimiento de ambos. En realidad, los efectivos rusos son aliados de las milicias secesionistas que ocupan una parte de estas regiones y no solo hablan ruso, sino que enarbolan banderas rusas.
En ningún caso las autoridades rusas entienden la entrada de sus tropas como una invasión de un país soberano. Una vez más, el discurso que el presidente ruso, con el rostro impasible y en ademán de solemnidad, dirigió a su pueblo el día 21 ha sido una lección de historia, que revisa, sobre todo, el pasado soviético. La revisión no atañe a la “gran guerra patriótica” –es decir, la Segunda Guerra Mundial–, ensalzada, por activa y por pasiva, en los mensajes y las acciones del gobierno ruso. Esto ha contribuido indirectamente a salvaguardar el papel de Stalin en la historia de la URSS, pues aquel líder comunista consiguió poner bajo el dominio o la influencia de Moscú a media Europa durante la guerra fría.
La lección de historia de Putin
Sin embargo, Putin señaló abiertamente a la revolución bolchevique y a Lenin, pues fueron los responsables de la fragmentación de Rusia por su propósito de crear repúblicas independientes, dotadas incluso de un hipotético derecho de secesión. La caída de la URSS en 1991 fue, en gran manera, el resultado no previsto de este reconocimiento que no solo se llevó por delante al Estado soviético, sino que dejó a más de 25 millones de rusos fuera de las fronteras de la Federación Rusa. Catorce Estados independientes, sin contar a Rusia, quedaron desgajados del tronco común, del que formaron parte durante el período zarista o el soviético. La diplomacia rusa calificó a las repúblicas independientes exsoviéticas como “el extranjero próximo”. En teoría, Moscú reconoció su soberanía, aunque no estaba dispuesto a consentir que no estuvieran en su zona de influencia, tanto por la población rusa existente como por su carácter fronterizo.
Según Putin, los bolcheviques convirtieron en entidades nacionales lo que eran simples entidades territoriales dentro del Imperio ruso. Su empeño en conservar el poder a toda costa empezó con el tratado de Brest-Litovsk (1918) en el que cedieron a la Alemania de Guillermo II y sus aliados 1,3 millones de km2 de territorio ruso. Era el precio que los bolcheviques tuvieron que pagar para no seguir combatiendo en la Primera Guerra Mundial y consolidar su régimen en Rusia. Luego llegaría la concesión de derechos soberanos a las nacientes repúblicas, que fue consagrada en la primera Constitución soviética (1924).
El propósito de Moscú es que las repúblicas del Donbás vuelvan a la soberanía rusa tras un referéndum, como sucedió con Crimea en 2014
Las utopías revolucionarias y los nacionalismos locales contribuyeron, por tanto, a la descomposición de Rusia. En el caso de Ucrania, al finalizar la Segunda Guerra Mundial Stalin fomentó la ampliación de un país artificial al añadirle territorios que habían pertenecido a Hungría, Rumania y Polonia. Por si fuera poco, en 1954, durante el gobierno del ucraniano Jrushchov, Rusia cedió a Ucrania la península de Crimea.
Ucrania prefiere a Occidente
Estas referencias históricas del siglo XX, además de otras anteriores de la época del Imperio zarista, sirven a Putin para recalcar que Ucrania no es un país de raíces seculares. En cambio, su vinculación con Rusia es histórica, cultural y espiritual. Por lo demás, todo lo que habrían hecho los distintos gobiernos ucranianos, desde la independencia en agosto de 1991, es construir su Estado en contra de Rusia. Lejos de mantener un equilibrio entre Occidente y Rusia, los gobernantes ucranianos optaron por los modelos extranjeros occidentales, al tiempo que en el país se multiplicaba la corrupción de la mano de poderosos oligarcas que manejaban a los políticos de turno.
En opinión de Putin, la revolución del Maidán (febrero de 2014), que derrocó al presidente prorruso Víktor Yanukóvich, no trajo democracia ni progreso para Ucrania, y solo sirvió para ahondar en la separación entre Rusia y Ucrania. Entre otros ejemplos, el presidente ruso citó en su discurso la Nueva Estrategia Militar Ucraniana (2021), que contemplaría la posibilidad de que Ucrania se hiciera con armas nucleares y en la que no se oculta que el objetivo final de Kiev sería unirse a la OTAN, una alianza que, en cinco fases de ampliación, entre 1997 y 2020, no ha dejado de acercarse a las fronteras de Rusia. Ni que decir tiene que Putin rechaza la imagen de una Alianza que se presenta como una organización de países democráticos y amantes de la paz. La geopolítica tradicional, cultivada por Rusia, es totalmente ajena a tales planteamientos.
Rusia y sus aliados independientes de facto
Del discurso de Putin sobre el reconocimiento de la independencia de Donetsk y Lugansk, las dos terceras partes fueron históricas, aunque solo eran el preámbulo para hablar de la situación en las repúblicas secesionistas del Donbás. Según Putin, Kiev ha incumplido los acuerdos de Minsk (2014-15), en los que se contempla la perspectiva de una Ucrania federal, algo que podría haber satisfecho las aspiraciones de las milicias prorrusas. Añadió además que el gobierno ucraniano no solo ha impuesto el ucraniano como idioma oficial en detrimento del ruso, sino que no ha parado de hostigar a las poblaciones de los territorios rebeldes con acciones de guerra, que han provocado la muerte de civiles.
En consecuencia, y a modo de medida de protección de los compatriotas rusos en Ucrania, Putin ha firmado el reconocimiento de la independencia de las repúblicas secesionistas y establecido relaciones diplomáticas con ambas. Rusia se ve obligada a prestarles apoyo militar y el presidente ruso responsabiliza a las autoridades ucranianas del baño de sangre que pueda producirse en esos territorios.
Los rebeldes no controlan por completo el territorio de las repúblicas de Donetsk y Lugansk. Para hacerlo tendrían que desalojar a las fuerzas ucranianas, con la ayuda de Rusia, que lo consideraría como una acción de legítima defensa para proteger a los rusos. Mariúpol, la ciudad portuaria junto al mar de Azov, podría ser un objetivo preferente en el conflicto, pues permitiría a los rusos cerrar completamente este mar, ya que la orilla noreste del Mar Negro que queda enfrente de Mariúpol es territorio de la Federación Rusa.
Si se prolongan las sanciones occidentales y los combates, puede agotarse la motivación nacionalista y emocional de la población rusa para soportar los perjuicios económicos y las bajas militares
Tampoco cabría descartar un avance ruso, terrestre y marítimo, hacia el suroeste, a través de las costas del mar Negro, con la conquista de la ciudad de Odesa y la posterior pérdida del acceso al mar por parte de Ucrania. Esto podría suponer que el avance ruso llegara a las inmediaciones de la frontera con Rumania. Muy cerca Moscú tiene un aliado enclavado en Moldavia, la república de Transnistria, independiente de facto desde 1992 y con presencia militar rusa.
Si Donetsk y Lugansk se convierten en satélites rusos, se incorporarían a la categoría de Estados de facto, aliados de Moscú, que incluyen, además de Transnistria, Abjasia y Osetia del sur, que pertenecieron a Georgia. Estos Estados sirven no solo para proteger las fronteras rusas, sino también para neutralizar a Moldavia, Ucrania y Georgia, si bien en el caso ucraniano, el propósito de Moscú pasaría por la vuelta de las repúblicas del Donbás a la soberanía rusa, con un referéndum previo, tal y como sucedió con Crimea en 2014.
Los efectos de las sanciones y la estrategia de Putin
Hay un componente emotivo en la actitud de Putin, que se apoya fuertemente en la historia. Esto le hace estar convencido de que las sanciones económicas que le impongan los países occidentales es un precio que merece la pena pagar si se consigue restaurar la soberanía de Rusia sobre Ucrania o una parte de ella. Las sanciones, aunque pretendan ser selectivas, siempre acaban perjudicando a la población del país afectado, que paga así las culpas de sus gobernantes.
Por otra parte, un nacionalismo que se vea a sí mismo como víctima de la maldad extranjera, que busca destruir y humillar a Rusia, podría soportar, en principio, la llegada de ataúdes de soldados rusos, pero si un conflicto se transforma en guerra de guerrillas, como en el caso de Afganistán en la década de 1980, el componente histórico-emocional termina por desgastarse. Ni siquiera una guerra relámpago, como la de Estados Unidos en Irak en 2003, garantiza que un país ocupado no se vuelva una ratonera para unos ocupantes que se presentan como liberadores.
Hay quien asegura que Putin es un buen táctico que actúa con inmejorable rapidez. Le gusta jugar, por ejemplo, con las fechas y sus símbolos. La presión militar sobre las fronteras de Ucrania coincidió con el 30 aniversario de la desaparición de la URSS en diciembre de 1991, y el octavo aniversario del derrocamiento del presidente ucraniano prorruso Yanukóvich coincide con la entrada de tropas rusas en la región del Donbás.
Sin embargo, no todos consideran que Putin sea un buen estratega a largo plazo. La ocupación de territorios en Ucrania no alejará a la OTAN de las fronteras rusas, sino que puede incrementar esa presencia militar que Moscú pretendía evitar. Podría servir para que Ucrania volviera a plantear su demanda de adhesión a la OTAN, y que las tradicionalmente neutrales Suecia y Finlandia se plantearan esa posibilidad, sobre todo si se producen situaciones de inestabilidad en los Estados bálticos, donde viven importantes minorías rusas.
Pese a todo, en el caso de Ucrania se requiere la unanimidad de los 30 países que integran la Alianza. Francia y Alemania, que nunca han apoyado abiertamente esa petición, no necesitarían oponerse frontalmente. En cambio, lo haría Hungría, pues existe una minoría húngara en territorio ucraniano y Budapest conserva abierta la herida de la desmembración de su territorio en el tratado de Trianón (1920), lo que le podría llevar a vetar la entrada de Ucrania en la Alianza.
7 Comentarios
Muchas gracias por el artículo. Me ha interesado mucho conocer el posicionamiento de Rusia. Tenemos tal avalancha de información desde la otra parte que conocer la perspectiva rusa ayuda a entender cómo usted dice la razón de la sinrazón.
Creo que el artículo supone que el lector conoce mínimamente la historia de Ucrania. En mi caso no es así, y el artículo no me ha resultado claro. Pero es interesante y me ha animado a informarme.
Leyendo el articulo parece que Putim tenga derecho a invadir un pais soberano!
Disculpe si me he expresado mal. El artículo trata de las razones de Putin, compartidas por muchos rusos, para atacar a Ucrania. Pero no son, en absoluto, las razones del autor del artículo. Lo de Putin es más bien «la razón de la sinrazón», y no tiene mucho de racional sino que se apoya en símbolos y emociones. El presidente ruso estudió Derecho, pero el valor que más aprecia es el del Derecho Internacional Clásico: la sacrosanta soberanía del Estado, el suyo por supuesto, y no el derecho de libre determinación de los pueblos, propio del Derecho Internacional Contemporáneo.
Mi propósito no es otro que ponerme en la piel del otro, a la manera en que lo hizo un destacado politólogo del siglo XX, Isaiah Berlin, que era de origen ruso, más bien judío y nacido en Letonia, que estaba en manos del Imperio zarista.
Un cordial saludo.