En este fin de año ha habido dos sentencias noticiosas sobre políticos acusados de ofender los sentimientos de una comunidad: los marroquíes en Holanda y los católicos en España.
En Holanda, el político populista Geert Wilders, líder del Partido por la Libertad, era acusado de insultar a los inmigrantes marroquíes y de incitación a la discriminación. En España, la política de Podemos, Rita Maestre, ya había sido condenada en primera instancia por asaltar con otras compañeras en 2011 la capilla católica situada en la Facultad de Políticas de la Universidad de Madrid, desnudarse de cintura para arriba o quedarse en sujetador y lanzar eslóganes contra la Iglesia católica y leer un manifiesto de protesta. Tenía entonces 26 años, y menos reparos que ahora que es concejal del Ayuntamiento de Madrid.
Es difícil entender por qué a Wilders se le tacha de xenófobo y a Maestre de heroína de la libertad de expresión
Cada uno a su manera, tenían y tienen su caballo de batalla. Geert Wilders quiere “recuperar los valores nacionales”, que a su juicio están en peligro por una inmigración incontrolada, sobre todo de marroquíes. Está contra el Corán y las mezquitas. Rita Maestre tiene el típico tic de la izquierda española, que se considera llamada a salvar al país de la influencia de los católicos. Está contra la Iglesia católica, opresora de las mujeres, y contra la presencia de capillas en la Universidad.
Ambos expresaron sus sentimientos de un modo bastante primario. Wilders, en marzo de 2014, en un mitin electoral, arengó a sus partidarios preguntándoles si querían que “hubiera menos marroquíes” en los Países Bajos. “¡Menos, menos!”, contestaron. “Pues vamos a ocuparnos”, les aseguró Wilders. Rita y compañeras desacralizadoras sintetizaron también su pensamiento político en fórmulas lapidarias: “Contra el Vaticano, poder clitoriano”. “Menos rosarios y más bolas chinas”.
En descargo de Wilders puede decirse que al menos no fue a gritar sus eslóganes a una mezquita. Pero finalmente los jueces le han considerado culpable de “incitar a la discriminación” y de “ofender a un grupo de personas”, pero sin ponerle una multa.
En cambio, Rita Maestre ha sido absuelta de un delito de profanación. Los jueces de la Audiencia Provincial de Madrid han estimado que no se ha demostrado intención de ofender los sentimientos religiosos: “Una cosa es que los feligreses que se encontraban en el templo se sintiera ofendidos y otra muy distinta es que la intención de la apelante fuera realmente ofender esos sentimientos”, dice la sentencia. Por lo visto, si no se hace con un cartel de “venimos a ofender sus sentimientos”, la intención no queda demostrada por los hechos.
El hecho de desnudarse en la capilla tampoco es motivo de reproche para los jueces: “En una sociedad democrática avanzada como la nuestra que dos jóvenes se desnuden y se besen no debe escandalizar ya a nadie”. Claro, pero todo depende del lugar y de las circunstancias. Probablemente si lo hacen durante una vista pública en la sala de audiencias es probable que los jueces se escandalicen.
Tanto Wilders como Maestre han apelado a la libertad de expresión para justificar sus palabras. Wilders piensa que está en su derecho de decir la verdad sobre el problema marroquí. Maestre ha dicho que la suya fue una protesta “pacífica y legítima”. También el mitin de Wilders era pacífico y legítimo. Pero los jueces holandeses han entendido que, si bien la libertad de expresión es uno de los fundamentos de una sociedad democrática, también tiene límites, como atestigua la jurisprudencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Por su parte, los jueces de la Audiencia de Madrid no consideran, como estableció la sentencia condenatoria de primera instancia, que hubiera “actos vejatorios y ofensivos contra la Iglesia”. Quizá en España para ofender a la Iglesia hay que poner por obra el “Vamos a quemar la Conferencia Episcopal”, como gritaban las asaltantes de la capilla.
El populista Wilders no necesitó ir a una mezquita a insultar al islam para ser condenado
Como siempre ocurre en estos casos, la mejor defensa del acusado es disfrazarse de víctima. Wilders ha denunciado este “proceso político” y ha advertido que “seguiré diciendo la verdad sobre el problema marroquí. Ningún juez, ningún político, ningún terrorista me lo impedirá”. Maestre, satisfecha con la sentencia, se ha presentado como la víctima perseguida por una protesta legítima, a la que la Justicia da finalmente la razón. Solo le ha faltado exigir que los católicos le pidieran perdón por haberla llevado a juicio.
Hubiera o no, desde el punto de vista jurídico, un acto de profanación, el caso de Rita Maestre deja claro que la zafiedad no paga multas. Ha pagado, eso sí, la pena de banquillo y que lo primero que uno encuentra de ella en Internet son las fotos de stripper aficionada en la capilla. No es la mejor tarjeta de presentación de una política, aunque quizá algún día exigirá el “derecho al olvido”.
Lo difícil de entender es por qué a Wilders se le tacha de xenófobo por querer excluir a los musulmanes, y aquí algunos presenten a Rita Maestre como una Juana de Arco laica por excluir a la religión del espacio público.