Últimamente, y para mi sorpresa, aprendo nuevas palabras que al parecer todo el mundo usa con naturalidad. Una de ellas es tránsfobo: una fobia de la que nunca había oído hablar, palabra que mi ordenador subraya en rojo diciendo que no existe, y que resulta que es uno de los mayores males que hay aunque, según parece, se trate de un trastorno muy minoritario –no el de los trans, que es dogma que no se debe calificar de trastorno, sino el de los transfóbicos, que es dogma que sí–.
Se me ocurría, todo inocente, que si se trata de una fobia (esto es, de un miedo irracional e injustificado) no hay razón para lapidar públicamente a esos pobres tránsfobos, pues a fin de cuentas –dicen los ideólogos de género– nadie elige sus miedos, ni sus tende…
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