Tres polémicas recientes en torno a la libertad religiosa dan pie al columnista del New York Times Ross Douthat para preguntarse si es verdad que en las sociedades democráticas modernas somos tan respetuosos con el ejercicio de esta libertad como creemos serlo.
La primera polémica comenzó cuando el Ministerio de Sanidad de EE.UU. se empeñó en imponer la obligación de financiar anticonceptivos, la píldora del día siguiente y la esterilización en los seguros médicos a las instituciones que consideraban esos servicios contrarios a sus creencias religiosas (cfr. Aceprensa, 27-01-2012).
La segunda tuvo lugar en Alemania el pasado mes. Un juez de Colonia estableció que la circuncisión solo podrá practicarse en adultos que den su consentimiento. Pese a que la religión judía establece que los niños han de ser circuncidados a los ocho días de su nacimiento, el juez estima que no se ha vulnerado la libertad religiosa.
La tercera nos devuelve otra vez a EE.UU., donde los alcaldes de tres ciudades (Boston, Chicago y San Francisco) le han dicho al presidente de la cadena de comida rápida Chick-fil-A, el empresario Dan Cathy, que su compañía no es bienvenida en su territorio. ¿Su crimen? Haber declarado en una entrevista que solo entiende por familia la de madre y padre casados (“la familia tal y como la entiende la Biblia”, dijo).
“Las palabras ‘libertad de creencia’ no aparecen en la Primera Enmienda”, escribe Douthat en el New York Times (28-07-12). “Tampoco la expresión ‘libertad de culto’. Lo que sí garantiza para todos los estadounidenses la Constitución es algo que sus autores llamaron el ‘libre ejercicio’ de la religión”.
“Es una elección importante de palabras, porque supone reconocer que la fe religiosa no puede reducirse a un asunto simplemente privado o individual. (…) Las exigencias de la mayoría de los credos religiosos van más allá de la asistencia a un servicio religioso un día señalado; abarcan obras de caridad, tareas educativas, esfuerzos misioneros y otras actividades que cualquier garantía de la libertad religiosa debe proteger”.
Douthat corrobora unas recientes palabras de Michelle Obama al dirigirse a la Iglesia Episcopal Metodista Africana: “Nuestra fe no consiste solo en aparecer en la iglesia los domingos. Tiene que ver también con lo que hacemos de lunes a sábado… Jesús no limitó su ministerio a las cuatro paredes de una iglesia. Salió a luchar contra la injusticia y a decir la verdad al poder todos los días”.
Para Douthat, la clase dirigente occidental muestra una creciente confusión acerca de lo que significa el “libre ejercicio” de la religión. En las sociedades pluralistas, no hay inconveniente en que un médico católico se oponga personalmente a la esterilización, pero no se admitirá que un hospital católico lo rechace también en el seguro de sus empleados; tampoco hay inconveniente en que un judío adulto esté a favor de la circuncisión, pero se considera que no puede pretender imponer esa costumbre de dudoso gusto a un tercero, aunque sea su hijo; y el propietario de una cadena de fast-food puede casarse todo lo religiosamente que quiera; pero si apoya en público el matrimonio de siempre, sepa que siempre habrá alcaldes dispuestos a boicotearle el negocio.
Llegados a este punto, Douthat lo único que pide es un poco de honradez. “Si quieres multar a hospitales católicos por seguir las enseñanzas católicas, o impedir a unos padres judíos que circunciden a su hijo, o prohibir a Chick-fil-A que abra establecimientos en Boston, entonces no nos digas a los creyentes que respetas nuestras libertades. Di lo que realmente piensas: que el ejercicio de nuestra religión amenaza todo lo que consideras bueno y decente, y que vas a emplear todo los medios de poder a tu alcance para plegarnos a tu voluntad”.
¿Quién decide los valores de Chicago?
Al alcalde de Chicago, Rahm Emanuel, no le ha sentado nada bien que el presidente de Chick-fil-A dijera que el matrimonio es la unión entre un hombre y una mujer. Considera que esta definición restrictiva del matrimonio atenta contra la diversidad. De ahí que haya respaldado la decisión de un concejal de bloquear la apertura de un nuevo restaurante en la ciudad.
“Los valores de Chick-fil-A no son los valores de Chicago”, dijo Emanuel, antiguo jefe de gabinete de Barack Obama. “No respetan a nuestros ciudadanos, a nuestros vecinos, a nuestras familias. Si quieres formar parte de la comunidad de Chicago, tienes que respetar los valores de Chicago”.
Claro que está por ver cuáles son esos valores. Así lo expresaba hace unos días el cardenal Francis George, arzobispo de Chicago, en el blog de la archidiócesis: “Las recientes declaraciones realizadas por quienes administran nuestra ciudad parecen dar por hecho que el gobierno local puede decidir por los demás cuáles son los ‘valores’ que deben ser asumidos por todos los ciudadanos de Chicago. Yo nací y me crié aquí, y mi compresión de lo que significa ser un ciudadano de Chicago nunca ha pasado por tener que someter mi sistema de valores a la aprobación del gobierno. ¿Deberían cambiarse de ciudad aquellos cuyos valores no coinciden con los del gobierno de turno?”.
Y añade: “[En esta polémica] el valor en disputa es el ‘matrimonio libre de género’. En poco tiempo, la aprobación de las uniones homosexuales con el respaldo del Estado se ha convertido en la prueba del algodón para medir el grado de intolerancia; defender la concepción del matrimonio que ha prevalecido a lo largo de la historia está ahora, supuestamente, fuera del consenso americano”.
A juicio del cardenal George, en una sociedad que se considera libre nadie debería ser obligado a asumir como un valor el matrimonio homosexual. “Seguro que hay otro camino para respetar de un modo adecuado a los gays y a las lesbianas sin emplear la ley civil para socavar la naturaleza del matrimonio”.