Alivio por la renuncia del arzobispo de Varsovia

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La colaboración con la policía comunista, un lastre en la vida pública polaca
Varsovia. Las últimas dos semanas han supuesto la crisis más profunda de la Iglesia polaca desde la caída del comunismo o, por ir más lejos, desde el encarcelamiento del cardenal Wyszynski por el anterior régimen en 1953. La renuncia el día de su investidura del recién nombrado arzobispo de Varsovia, Mons. Stanislaw Wielgus, por haber ocultado su colaboración con los comunistas, ha conmocionado a los fieles, pero también muchos han dado un suspiro de alivio.

Todo estaba ya preparado para la ceremonia de ingreso del nuevo arzobispo de Varsovia. Pero el arzobispo Wielgus se puso a disposición de Benedicto XVI y éste aceptó la renuncia. En lugar de la ceremonia de investidura se celebró una Misa de acción de gracias por los frutos de la labor de su predecesor, el cardenal Józef Glemp, que provisionalmente va a seguir al frente de la diócesis. Según el portavoz de la Santa Sede, padre Federico Lombardi, «la renuncia por parte del arzobispo Wielgus al cargo de arzobispo de Varsovia aceptada por el Santo Padre parece la mejor solución posible».

De la negativa a la confesión

No había peligro de división en la Iglesia polaca: los fieles católicos, tanto sacerdotes como laicos, acatarían las decisiones del arzobispo Wielgus, pero la prueba habría sido dura. El senador y conocido intelectual Jaroslaw Gowin declaraba el viernes 5 de enero al diario «Dziennik» que las acusaciones son tan graves que, de confirmarse, «constituirían un obstáculo moral para desempeñar incluso el empleo de profesor en una escuela. Y ¿qué decir si se trata de la dignidad de arzobispo de Varsovia?» .

Por su parte, Ewa Czaczkowska, periodista del periódico «Rzeczpospolita», constataba que «el haber colaborado no descalifica a nadie, pues todos pecamos y en la Iglesia podemos obtener el perdón, pero es condición necesaria confesar el pecado y cumplir la penitencia. En las primeras declaraciones del arzobispo no hubo disculpas por haber defraudado la confianza de miles de fieles, por habernos mentido. Sólo aparecieron el viernes por la tarde».

Efectivamente, durante las dos últimas semanas el arzobispo Wielgus fue modificando su versión de los hechos y fue eso lo que más dolió a los polacos y a los varsovianos en particular. Al principio calificó el artículo del diario «Gazeta Polska» -el primero que sugería sus contactos con el aparato represor comunista- como un ataque a la Iglesia y desmintió rotundamente los hechos. Conforme aparecían pruebas fue dando pasos atrás. Aclaró que nunca hizo todo lo que le pedían, que solo se limitó a informarles y que nunca hizo daño a nadie con sus declaraciones. Finalmente, la comisión histórica de la Iglesia que se ocupó del caso e investigó los documentos que custodiaba el Instituto de Memoria Nacional (IPN en sus siglas en polaco) confirmó en la mañana del 5 de enero que la colaboración duró más de 20 años y que fue libre y consciente.

Aun entonces Wielgus se negó a conceder valor a las acusaciones. Pero por la tarde, ya después de tomar posesión de la diócesis, admitió la culpa y pidió perdón a los fieles. Wielgus reconoció que «causé entonces un daño a la Iglesia y lo he vuelto a causar en estos últimos días con mis esfuerzos por desmentir las acusaciones».

Por supuesto, los invitados a la ceremonia de ingreso, principalmente vecinos y amigos del arzobispo, protestaron al enterarse de su renuncia, pero la palabra que se oye con más frecuencia en las calles de Varsovia es «alivio». Lo que más ha sorprendido, por ser un hecho sin precedentes, ha sido la rápida reacción de la Santa Sede a la confirmación por parte de la comisión histórica de la Iglesia de la colaboración del arzobispo Wielgus con los órganos de represión del sistema comunista. Los periodistas polacos ven que este cambio de posición fortalece la autoridad de la Santa Sede, al corregir la situación después de que han aparecido nuevos datos.

La campaña mediática

Interesante ha sido el comportamiento de los medios de información polacos durante la crisis. No han sido los medios críticos con la Iglesia los que han pedido al arzobispo que aclarase la situación y más adelante que pospusiera o renunciara a la investidura, sino periodistas e intelectuales católicos.

Argumentaban que sería motivo de escándalo que la sede del cardenal Wyszynski y el título de pastor de la diócesis donde trabajaron sacerdotes como el padre Popieluszko, asesinado por los comunistas, fueran ocupados por un antiguo confidente de la policía secreta sin haber explicado su situación ni pedir perdón si fuera el caso. Les preocupaba que las decisiones del arzobispo de una de las más importantes diócesis del país pudieran estar condicionadas por gente que conociera su pasado. También se daría a entender a otros miembros de la Iglesia que la colaboración con los comunistas no era un mal en sí, en contra de lo que la Conferencia Episcopal afirmó en su memorial de agosto pasado.

Decían también que si en la Santa Sede el arzobispo Wielgus había declarado sobre su pasado lo mismo que en Polonia, había inducido a error al Vaticano. Es cierto también que, de momento, han funcionado mal las comisiones históricas diocesanas que debían investigar los documentos del IPN. La de Varsovia sólo se ocupó de los documentos sobre Wielgus a última hora, a partir del día 2 de enero, lo que querría decir que seguramente en el Vaticano no lo sabían todo.

En cuanto a las reacciones de la prensa, ha sido cuanto menos curiosa la sintonía entre el diario progresista «Gazeta Wyborcza» y la muy conservadora Radio Maryja en defensa del arzobispo, en una cruzada contra lo que llamaban un «linchamiento». Para ellos los culpables de la situación han sido los medios que publicaron los documentos que, a juicio de los historiadores, no dejan lugar a dudas. En una entrevista publicada en «Gazeta» hace pocos días, el arzobispo aún negaba que sus relaciones con la policía secreta fueran nada más que encuentros para que le concedieran el pasaporte.

Esto resulta revelador a la luz de los acontecimientos posteriores y teniendo en cuenta que la línea de este periódico es absolutamente contraria a la «lustración» de agentes del antiguo sistema y de que siguen apareciendo nombres de colaboradores del diario que resultaron ser confidentes de los órganos de seguridad comunistas. Puede que el arzobispo Wielgus creyera al general Kiszczak, que aseguró que las actas de los servicios secretos relativas a eclesiásticos habían sido quemadas. Pero no parece que la palabra de uno de los artífices de la ley marcial y de la lucha contra Solidaridad y la Iglesia sea muy de fiar: efectivamente, en este caso no quedaron papeles, pero los microfilmes estaban intactos.

Declaración de la Santa Sede

El padre Federico Lombardi, director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, emitió el domingo 7 una declaración en la que afirma que «el comportamiento de monseñor Wielgus en los años pasados del régimen comunista en Polonia ha comprometido gravemente su autoridad, incluso ante los fieles. Por ello, a pesar de su humilde y conmovedora petición de perdón, la renuncia a la sede de Varsovia y su rápida aceptación por parte del Santo Padre ha parecido una solución adecuada para afrontar la situación de desorientación que se ha creado en esa nación».

«El caso de monseñor Wielgus no es el primero y probablemente no será el último de ataques a personalidades de la Iglesia en virtud de la documentación de los servicios del pasado régimen», añade. «Se trata de un material enorme y, al intentar evaluarlo y sacar conclusiones fiables, no hay que olvidar que fue producido por funcionarios de un régimen opresivo y chantajista».

«La actual oleada de ataques a la Iglesia católica en Polonia no parece una sincera búsqueda de transparencia y verdad, sino más bien una extraña alianza entre perseguidores del pasado y otros adversarios, una venganza por parte de quien, en el pasado, la había perseguido y fue derrotado por la fe y por la sed de libertad del pueblo polaco». «La verdad os hará libres», dice Cristo -concluye el portavoz-. La Iglesia no tiene miedo de la verdad y, para ser fieles a su Señor, sus miembros deben saber reconocer sus propias culpas».

Higinio Paterna


Para saber más

Polonia: siguen las revelaciones sobre antiguos confidentes de la policía comunista (Aceprensa 105/06). Reportaje sobre los procesos de la llamada «lustración», para depurar los servicios públicos de quienes colaboraron con los servicios secretos del régimen comunista. Entre ellos hubo también sacerdotes, a quienes el régimen sometió a un acoso particular. Los obispos habían prohibido cualquier colaboración de este tipo.

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