La prohibición de levantar nuevos alminares en Suiza, aprobada en el referéndum del 29 de noviembre, ha sido lógicamente muy censurada. Pero ciertas críticas han tenido algo de paradójico.
Bernard Kouchner, ministro francés de Asuntos Exteriores, se ha declarado “consternado” por la decisión de los electores, y espera -añadió- que más adelante la revoquen. Quizá en Suiza deberían haber hecho como en Francia, donde vetaron todos los “símbolos religiosos ostensibles” en la escuela pública para desterrar de ella el hiyab de algunas alumnas musulmanas. Si hubieran mostrado más sutileza, los suizos habrían prohibido las torres de edificios de culto en general. A cambio, han sido más sinceros, y no han querido disimular que no se dirigían contra signos ostensibles de religión en general, sino precisamente y solo contra un destacado símbolo musulmán.
Por otro lado, el plebiscito ha servido para que la Organización de la Conferencia Islámica descubra la universalidad de los derechos humanos. El secretario general, el turco Ekmeleddin Ihsanoglu, ha calificado la prohibición de “discriminatoria”. La considera además una violación de “derechos fundamentales, incluida la libertad religiosa”, y por tanto “contraria a los derechos humanos universales”. Estas palabras no consolarán a los compatriotas de Ihsanoglu que son cristianos, pues sin necesidad de veto constitucional a los campanarios, en Turquía sigue siendo prácticamente imposible edificar una iglesia, o aun simplemente reparar una que esté deteriorada.
Análoga obstrucción sufren los coptos en Egipto. Sin embargo, el gran muftí Alí Gomaa considera que la prohibición de alminares en suelo suizo es “no solo un ataque a la libertad de creencias, sino un insulto a los sentimientos de la comunidad musulmana dentro y fuera de Suiza”.
En propia casa
Que a cuento del referéndum salgan tan inopinados defensores de la libertad religiosa en casa ajena, de por sí no hace a la medida aprobada merecedora de mejor juicio. Pero invita a comparar. Y no se puede negar que, aun desde ahora, Suiza es menos restrictiva con el islam que la generalidad de los países musulmanes con quienes no lo son.
Suiza ha prohibido solo los alminares, no los templos, ni los actos de culto, ni alguna otra manifestación de fe mahometana. En cambio, en Argelia está expresamente prohibido a los no musulmanes toda liturgia o rezo fuera de los lugares autorizados, así como procurar la conversión de un musulmán o difundir literatura de otra religión. En Pakistán, la intolerancia contra los cristianos se ampara en la ley contra la blasfemia, castigada hasta con la pena capital.
En Arabia Saudí no puede haber iglesias, ni culto público no musulmán; es ilegal introducir una Biblia, y los ejemplares que descubre la policía son confiscados y destruidos, mientras el infractor puede ser condenado a muerte, como se sabe que ha ocurrido al menos en un caso. Malasia no reconoce el cambio de religión de un musulmán, y sigue considerando al converso sujeto a los tribunales de la sharía en materia familiar, de modo que no puede casarse con un infiel. Tampoco Marruecos admite que un súbdito del rey, Comendador de los todos los Creyentes, no sea musulmán.
A las leyes contrarias a la libertad religiosa y a las restricciones administrativas claramente discriminatorias -como a la edificación o mantenimiento de templos, mencionadas arriba- se ha de añadir las agresiones de hecho. Los cristianos sufren persecución de modo sistemático en Irak y Somalia; esporádicamente en Pakistán, Turquía, Egipto.
Por eso cuesta admitir los reproches a la nueva ley suiza sin suscitar a la vez la cuestión de la reciprocidad. Como señala Ana Romero en El Mundo (1-12-2009), aunque no defiende la prohibición de alminares: “A muchos europeos les resulta difícil entender por qué Europa tiene que ser tolerante frente a un islam que no lo es en el mismo grado”.
Pero el reciente referéndum es un caso de reciprocidad equivocada. Aunque el veto a los alminares no quite a los musulmanes en Suiza el derecho y la posibilidad real de profesar y practicar su fe, de hecho los margina con una restricción que no se impone a otros. La Conferencia Episcopal suiza considera la medida un “obstáculo a la integración en el diálogo y respeto mutuo”, y advierte que “no ayudará a los cristianos oprimidos y perseguidos en países islámicos”.
La libertad religiosa y los demás derechos humanos no son concesión de nadie: hay que reconocerlos y respetarlos en todo caso, no a cambio de nada. Esto vale lo mismo en Suiza que en todos los países islámicos.