Contrapunto
El espectro del cisma planea sobre la Iglesia anglicana, a raíz de la división provocada por la homosexualidad de algunos de sus clérigos. Cuando el pasado agosto la Iglesia episcopaliana, rama americana del anglicanismo, eligió como obispo de la diócesis de New Hampshire a Gene Robinson, homosexual, divorciado y padre de dos hijos, se elevaron muchas voces de otras Iglesias anglicanas para advertir que no estaban dispuestas a pasar por ello. Rowan Williams, arzobispo de Canterbury, jefe espiritual de la Iglesia de Inglaterra, convocó en Londres el 15 y 16 de octubre a los 38 primados anglicanos de todos los continentes, para tratar de buscar la conciliación entre los que siguen pensando que la conducta homosexual es un pecado y los que ahora creen que lo que dice la Biblia puede leerse de otro modo más acomodado a las reivindicaciones de los homosexuales.
Intento fallido. La declaración final, aprobada por unanimidad, constata su desunión y advierte que se ha llegado a un punto crítico. Si la consagración episcopal de Robinson tuviera lugar (está prevista para el 2 de noviembre), «se habría alcanzado un punto crucial y crítico en la vida de la Comunión Anglicana y tendríamos que concluir que se pondría en peligro el futuro de la Comunión». El comunicado reconoce que la mayor parte del mundo anglicano, que engloba a 75 millones de fieles, dejaría de estar en comunión con la Iglesia episcopaliana. A falta de acuerdo, los primados anglicanos acordaron crear una comisión que, en el plazo de un año, tendrá que realizar una «reflexión teológica y jurídica» sobre el modo de superar la crisis.
La conferencia ha puesto sobre todo de relieve la distinta deriva de las Iglesias anglicanas del norte y del sur. En EE.UU., Gran Bretaña y Canadá el anglicanismo ha ido a rastras de las costumbres dominantes en la sociedad. El objetivo era que los fieles se sintieran «cómodos», sin tener que enfrentarse a disyuntivas desagradables. Nada más cómodo que presentar la cesión como tolerancia. El resultado no ha sido muy rentable: el número de miembros de la Iglesia episcopaliana ha caído un 33% desde 1965, hasta los 2,3 millones. La única tendencia anglicana que está en expansión en EE.UU. es la de los evangélicos, doctrinalmente tachada de «conservadora» y que ha pedido que se expulse a los episcopalianos de la Comunión anglicana. La Iglesia de Inglaterra (26 millones de anglicanos) da también muestras de debilidad, con apenas un 3% de fieles que cumplen el precepto dominical.
Los anglicanos tienen más vitalidad hoy día en las antiguas colonias británicas, sobre todo en África. Y es en los países del sur donde ha surgido la mayor oposición a la ordenación de homosexuales. Mons. Peter Akinola, primado anglicano de Nigeria (donde existe la mayor y más creciente comunidad anglicana de África, con 18 millones de fieles) ha dejado claro que su Iglesia rechaza tajantemente la ordenación de homosexuales. Al hacerlo, no solo se atiene a la doctrina cristiana de siempre, sino que conecta con un sentimiento arraigado profundamente en la cultura africana. Y en un país donde el cristianismo compite con el islam, cualquier cesión en este punto daría pie a que se acentuaran las acusaciones de «decadencia moral» contra los cristianos.
Las «provincias» de Asia y de Latinoamérica se han alineado también en contra de la elección de un obispo homosexual. «La práctica de la homosexualidad no es aceptable aquí ni cultural ni legalmente», ha dicho el líder anglicano de Malasia. La elección de un obispo homosexual «no sería aceptable en la India», ha reafirmado el primado anglicano de esta provincia.
Las corrientes liberales tienden a despachar esta oposición como rasgo de una teología «conservadora». Pero, como ha dicho el arzobispo de Canterbury, «no se trata de teología reaccionaria y de prejuicios, sino de tener en cuenta las opiniones de las Iglesias de países del sur. Su misión y su credibilidad están en juego. Y ellas se ven afectadas por decisiones que nadie les ha consultado».
Los anglicanos del sur están cada vez más molestos con lo que consideran el «imperialismo liberal» de las Iglesias del norte, que trata de imponerles una visión descafeinada de la fe de acuerdo con los cambios de costumbres en Occidente. Y quieren que se respete tanto la doctrina cristiana como sus valores culturales.
En los últimos tiempos se ha insistido mucho en la necesidad de inculturar la fe, de modo que el Evangelio eche raíces en las culturas autóctonas y respete todo lo valioso de ellas. También se ha hecho una revisión crítica de la evangelización de los tiempos de la colonia, para deslindar la doctrina cristiana de otros elementos accesorios propios de la cultura europea que llevaron consigo los misioneros. Y ahora se encuentran con que de nuevo algunas Iglesias del norte quieren imponerles un cambio doctrinal, tan ajeno a la fe de siempre como a su patrimonio cultural. La diferencia con otros tiempos es que ahora los anglicanos del norte van camino de ser una minoría frente a los del sur. Y en un mundo que defiende los derechos de las minorías, no cabe olvidar los de la mayoría.
Juan Domínguez