«Aunque moleste, la voz de la Santa Sede es escuchada»

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En unas declaraciones hechas a Guillaume Goubert para el diario francés La Croix (14 septiembre 2000), Mons. Jean-Louis Tauran, secretario de la Santa Sede para las relaciones con los Estados, explica la razón de ser del servicio diplomático de la Santa Sede.

Mons. Tauran afirma que «la misión esencial del representante pontificio es reforzar los lazos entre el Papa y las Iglesias locales, así como favorecer el diálogo entre la Iglesia y los Estados». En síntesis, el nuncio es «el ojo, la boca y la mano del Papa en un país».

En los últimos decenios, la Santa Sede ha desarrollado su presencia en las organizaciones internacionales. Mons. Tauran justifica esta diplomacia multilateral porque «en este marco son discutidas a menudo las grandes opciones que modelan las formas de vida social y de cooperación económica y cultural que van a influir sobre todos los pueblos de la Tierra. Es, pues, normal que en esas asambleas la voz de la Santa Sede -que en realidad es la voz de la Iglesia y de los creyentes- sea oída, a fin de que el respeto del Derecho internacional sea una prioridad y que la preocupación por el hombre, incluida también su dimensión espiritual, sea tomada en consideración».

¿Es plenamente aceptada esta especificidad de la diplomacia vaticana? Mons. Tauran asegura que «aunque a veces moleste, la voz de la Santa Sede es siempre escuchada, aunque solo sea por el prestigio moral del Romano Pontífice. Además, lo que los representantes de la Santa Sede dicen, lo proclaman no solo en nombre de la Iglesia católica sino también en nombre de la fidelidad al Derecho natural -que pertenece a todo hombre- y del Derecho internacional. Lo importante es que las presiones de los más fuertes o de grupos de estilos de vida minoritarios pero con medios poderosos no prevalezcan sobre el orden jurídico o el sentido común».

Como ejemplo del interés por el papel de la diplomacia vaticana, Mons. Tauran recuerda que durante el mes de agosto la secretaria de Estado norteamericana, el ministro de Asuntos Exteriores de Israel y el responsable de la política exterior de la OLP pasaron por el Vaticano para un intercambio de ideas sobre la paz en Oriente Medio. Por su postura activa en este proceso de paz, la Santa Sede ha sido invitada a nombrar un representante ante la Liga Árabe, cosa que ha hecho.

En cuanto a los Lugares Santos de Jerusalén, lo que la Santa Sede pide no es su reparto, sino que «su carácter sagrado, único y universal sea salvaguardado gracias a un estatuto internacional garantizado. Esos Lugares Santos, con los santuarios pero también con las comunidades que viven en torno a ellos, con sus negocios, sus escuelas, sus instituciones culturales, constituyen un patrimonio que pertenece al mundo entero, en la medida en que los fieles de las tres grandes religiones monoteístas tienen en Jerusalén su fuente espiritual».

A la pregunta de qué haría la Santa Sede si la Autoridad Nacional Palestina proclamara unilateralmente su Estado, Mons. Tauran responde: «La Santa Sede seguirá el consenso que se establezca en la comunidad internacional y será fiel a su tradición, que es la de no ser ni el primero ni el último en reconocer a un nuevo Estado, para salvaguardar su neutralidad política y su autoridad moral super partes».

¿Desearía la Santa Sede que las otras grandes religiones estuvieran tan presentes en la vida internacional de una manera similar a la de la Iglesia católica? «No se puede reescribir la historia», piensa Mons. Tauran. «Desde la mitad del siglo V, la Santa Sede ha enviado representantes por el mundo, y la comunidad internacional ha reconocido a la Sede apostólica de Roma, centro único de comunión universal, una autoridad supranacional que permite al Papa y a sus representantes hablar ad modum unius [con una sola voz]. Las otras grandes confesiones religiosas no tienen la misma organización y la misma unidad, lo que las impide hablar y actuar a través de un centro y de un jefe, y carecen de esta experiencia histórica que hace del Papado un interlocutor independiente que la comunidad internacional siempre ha tomado en consideración. Las otras confesiones tienen otros medios de dar a conocer sus puntos de vista, a través de los representantes de los países a los que pertenecen sus fieles; pienso, en particular, en las Iglesias nacionales establecidas».

A Mons. Tauran no le gusta la expresión «injerencia humanitaria», para hablar de la intervención de la comunidad internacional ante las violaciones de derechos humanos en algún país. «Injerencia tiene una connotación negativa. Hablemos más bien de ‘intervención humanitaria'». La postura de la Santa Sede en esta materia es que «cuando las poblaciones civiles corren el riesgo de sucumbir bajo una agresión y se han agotado la acción política, los medios de defensa no violentos y los recursos diplomáticos, no hacer nada sería pecar por omisión».

«Evidentemente, esta intervención humanitaria debe conducirse en el marco de la ONU, ha de ser limitada en el tiempo, debe haber proporción entre el mal que se quiere combatir y las consecuencias negativas que pueden derivarse para las poblaciones civiles. Por eso la Santa Sede ha propuesto que una estructura de la ONU sea encargada de velar sobre las consecuencias que implica la acción de la comunidad internacional para desarmar al agresor».

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