El título del artículo en la revista Time (“Recordad a Benedicto ‘el manso’”) resume lo que para Christopher J. Hale constituyó la marca propia del pontificado de Benedicto XVI. Precisamente esta mansedumbre, este tono menor, lo hizo quizá menos atractivo para la opinión pública de lo que es Francisco.
Sin embargo, comenta el articulista, no convendría olvidar que el papa emérito está detrás de muchas de las tareas que Francisco ha continuado, y que muchos medios le atribuyen en exclusiva: la lucha contra la pederastia, el énfasis en la doctrina del amor de Dios –aquí Hale recuerda la paradoja de que el “rottweiler de Dios” dedicara su primera encíclica al amor– o la reforma de las finanzas vaticanas. Hale también recuerda el éxito de algunos de sus viajes, particularmente el que realizó a Inglaterra, en el que consiguió que una sociedad muy secularizada “se parara a pensar”.
Sin embargo, lo que el autor considera la gran victoria de Benedicto, y su gran revolución, es su renuncia hace poco más de un año: “probablemente el acto de humildad que ningún papa haya hecho jamás”. Para Hale, el mensaje del papa a su Iglesia fue claro: tú me importas más que cualquier cosa en el mundo. “En un mundo obsesionado con el culto a la propia personalidad y al poder, nos recordó que los mejores entre nosotros son aquellos capaces de darlo todo por el bien de los demás”.
Por eso, concluye, los que se alegran con la revolución que Francisco está llevando a cabo en la Iglesia, deberían dar las gracias a quien la empezó, a quien le dio el sello de la humildad: Benedicto “el manso”.