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“Cuando el desarrollo de las votaciones daba a entender que lentamente la guillotina se aproximaba y apuntaba hacia mí, sentí vértigo. Hasta aquel momento había pensado que la obra de mi vida se había terminado y que me esperaban años más tranquilos. Por eso, dije al Señor con profunda convicción: ‘Dios, ahórrame esto. Tienes a otros mejores y más jóvenes que pueden llevar a cabo esa tarea con mayor ímpetu y más fuerza’. En esa situación, en la que el Señor al parecer no me escuchó; en esa situación me conmovió una pequeña nota que me entregó otro miembro del colegio cardenalicio. Este hermano me escribió: ‘Si el Señor te dice: sígueme, entonces recuerda lo que tú mismo has predicado y no te niegues’”.
Con estas palabras, Joseph Ratzinger fundamentaba el 20 de abril de 2005, ante un grupo de periodistas alemanes, por qué —a pesar de sentir dudas notables— había aceptado la elección como 264º sucesor de San Pedro. El día anterior había sido elegido Papa y había tomado el nombre de Benedicto XVI. Pero ocho años más tarde, el 28 de febrero de 2013, renunció al Papado: “Tras haber examinado repetidamente mi conciencia ante Dios, he llegado a la certeza de que mis fuerzas, dada mi avanzada edad, ya no se corresponden con las de un adecuado ejercicio del ministerio petrino”.
En el Vaticano II
Inmediatamente después del anuncio de la renuncia, el día 11 de febrero de 2013, conocedores de la Iglesia católica se preguntaron por qué un príncipe de la Iglesia considerado como conservador (y por no pocos, incluso reaccionario) dio ese espectacular paso. Hasta entonces, y en sus 2.000 años, la historia de la Iglesia no había conocido ninguna renuncia al Papado por motivos personales; se trataba, pues, de algo nuevo. Pero las “novedades” fueron algo recurrente en el curriculum vitae de Joseph Ratzinger.
En 1953 finaliza su carrera de Teología con la tesis doctoral “Pueblo de Dios y casa de Dios en la doctrina de S. Agustín sobre la Iglesia”. Cuatro años después es catedrático de Teología; su tesis de habilitación para la docencia la titula “La teología de la historia de San Buenaventura”. No mucho más tarde lo “descubre” el cardenal Joseph Frings, arzobispo de Colonia, que cuenta con un enorme prestigio en la Iglesia universal y hace de Ratzinger su asesor para el Concilio Vaticano II, que comienza el 11 de octubre de 1962. En Roma parece acreditarse y adquiere el estatus de perito teólogo del Concilio.
El Concilio había sido anunciado por el Papa Juan XXIII en octubre de 1958. Su objetivo era enraizar de nuevo a la Iglesia católica en la sociedad moderna e iniciar el diálogo con una Ilustración que se había vuelto atea. El cardenal Frings, Joseph Ratzinger y sus acompañantes instalan su residencia romana en el colegio alemán Santa Maria dell’Anima. El “Anima”, fundado en 1406, se convierte así en el centro de la delegación episcopal alemana. Allí se fija la “hoja de ruta” para los próximos pasos conjuntos. Desde aquí se irradia también ese “espíritu del Concilio” hacia Alemania, que pone el acento en emociones y estados de ánimo y que, aún hoy, es responsable de interpretaciones muy distintas de la gran Asamblea eclesial.
Años de posconcilio
Cuando Juan XXIII fallece el 3 de junio de 1963, el nuevo Papa es Pablo VI, que declara clausurado el Concilio el 8 de diciembre de 1965. Desde el punto de vista de la historia de la Iglesia son también nuevos sus principales temas: “ecumenismo, libertad religiosa y colegialidad”, con los que la Iglesia piensa afrontar el futuro tras el Concilio.
“Fuera, en el mundo”, se difunde una idea que encuentra muchos seguidores: la Iglesia de estructura monárquica puede convertirse en una estructura democrática en la que el pueblo de los fieles determina lo que entiende como Iglesia. Con sorprendente rapidez, el llamado espíritu del Concilio se extiende en la Iglesia católica.
Joseph Ratzinger fue uno de quienes más contribuyeron a difundir una interpretación justa del Concilio Vaticano II
Sin embargo, años más tarde, el mismo Papa parece tener dudas sobre lo sucedido tras el Concilio Vaticano II. En una homilía pronunciada con motivo de la solemnidad de San Pedro y San Pablo, el 29 de junio de 1972, dice: “Tenemos la sensación de que el humo de Satanás ha entrado por alguna fisura en el templo de Dios. (…) Una potencia hostil ha intervenido. Su nombre es el diablo. (…) Nosotros creemos que un ser preternatural ha venido al mundo precisamente para turbar la paz, para ahogar los frutos del Concilio ecuménico”.
La interpretación de los textos conciliares por Joseph Ratzinger, a la luz de la tradición, se topa con una fuerte resistencia por parte de los reformadores. Uno de sus representantes más populares es el teólogo suizo Hans Küng. Tras la elección del cardenal Ratzinger como Papa, Küng —en una entrevista de televisión de 2007— se lamenta de que las reivindicaciones más importantes de los modernistas católicos no se hayan cumplido aún: “Lamentablemente, no ha habido muchos cambios respecto del estancamiento. Seguimos teniendo los mismos y aburridos problemas, seguimos con problemas con la píldora, con problemas con el celibato, con problemas por los matrimonios mixtos, con problemas con la intercomunión. Ninguna organización del mundo que se elija hoy en día democráticamente sobreviviría a algo así. Aquí solo es posible debido a un sistema autoritario, que no se puede cambiar precisamente porque no tenemos controles y mecanismos democráticos que, en determinadas circunstancias, permitieran también el relevo de una instancia que no funciona como debería funcionar”.
Opuesto a los totalitarismos
Joseph Ratzinger, nacido el 16 de abril de 1927 en Marktl am Inn (Baviera), hijo de un gendarme y de una cocinera, es ordenado sacerdote el 29 de junio de 1951; el 28 de mayo de 1977 recibe la ordenación episcopal como arzobispo de Freising y Múnich. Su divisa es Cooperatores veritatis, cooperadores de la verdad.
Al parecer, esto le gusta a Juan Pablo II. Poco después de su elección papal, ocurrida el 16 de octubre de 1978, el polaco ofrece a Ratzinger trabajar con él en el Vaticano. Tres años y medio más tarde acepta: el 15 de febrero de 1982, Ratzinger deja la sede arzobispal y el 1 de marzo asume el cargo de prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. De este modo es el principal custodio de la fe en la Iglesia y, al lado del Romano Pontífice, el “número dos” del Vaticano.
En su adolescencia, Joseph Ratzinger pudo conocer la maldad del totalitarismo en el régimen nazi
La carga probablemente más pesada que debe llevar Joseph Ratzinger como custodio del Magisterio católico a comienzos de los años 80 se convierte, con el nombre de “teología de la liberación”, en una guía también para los teólogos alemanes comprometidos con un mundo mejor. Desde aproximadamente 1970, la “teología de la liberación” parece ser la panacea para todos los problemas sociales; la nueva doctrina se difunde como un reguero de pólvora por Latinoamérica y desde allí llega a Europa.
Ratzinger reconoce el núcleo totalitario de esta “teología” que hace de sacerdotes combatientes clasistas de carácter marxista. Junto con el Papa anticomunista, el cardenal defiende la doctrina católico-romana y triunfa contra una doctrina teñida de marxismo. Para los “progresistas” dentro y fuera de la Iglesia, eso hace de él un reaccionario por excelencia.
En su adolescencia, Joseph Ratzinger conoció la variante nacionalsocialista del totalitarismo: a los 16 años es reclutado como auxiliar de artillería antiaérea en Múnich. Un año más tarde ha de llevar a cabo el servicio social obligatorio. Una noche, un oficial de las SS los despierta de repente, tanto a él como a sus camaradas, para reclutarlos para las SS, que a finales de 1944 han perdido muchos efectivos. El joven Joseph Ratzinger se niega a ir a las SS. Valientemente, dice que quiere ser sacerdote católico… y de ese modo se libra.
A los 18 años, es llamado a filas, a la Wehrmacht. Tiene suerte: un superior comprensivo le envía a Traunstein, lejos del frente. A finales de abril de 1945, no obstante, deserta. Un destino benévolo impide que sea descubierto y ejecutado. Cuando le encuentran oficiales estadounidenses en su casa paterna, le toman prisionero, por lo que pasa varias semanas en un campo de prisioneros de guerra.
Bajo la guía de san Agustín
Juan Pablo II fallece después de largos sufrimientos el 2 de abril de 2005. En una excepcional homilía, Joseph Ratzinger recuerda a los cardenales que la lucha contra la cultura de la muerte, con sus significativas particularidades de la contracepción y el aborto, era una de las principales intenciones del fallecido. La elección de Ratzinger como Papa es recibida con reserva por los católicos “progresistas” y de buen grado por los “conservadores”.
Desde la Jornada Mundial de la Juventud en Colonia y sus primeros viajes, Benedicto XVI se ganó a los jóvenes
Para sorpresa de unos y de otros, el Papa alemán se gana los corazones de los jóvenes, en la Jornada Mundial de la Juventud celebrada en Colonia en 2005, y más tarde en las audiencias generales en Roma. También en sus primeros viajes a Polonia, Alemania y España, encuentra mucha adhesión. Incluso su visita al antiguo campo de exterminio de Auschwitz, extremadamente onerosa para un Papa alemán, se desarrolla bajo una buena estrella y estabiliza las relaciones del Vaticano con el judaísmo.
A Ratisbona, donde Ratzinger fue catedrático de Teología entre 1969 y 1977, vuelve en 2006. Durante una visita a su antigua Universidad y, en su tantas veces citado “discurso de Ratisbona”, hace un llamamiento a un mundo que aguza los oídos: el cristianismo es la síntesis de razón y fe. La razón no salva sin la fe, y la fe sin razón no es humana. Esta sentencia, junto con su abogar por el retorno al derecho natural, resume las convicciones teológicas de Ratzinger.
Su guía, ya desde sus estudios, es San Agustín, que define el ministerio episcopal con las siguientes palabras: corregir a los indisciplinados, confortar a los pusilánimes, sostener a los débiles, refutar a los opositores. Los obispos alemanes tuvieron ocasión de comprobar que Ratzinger se tomaba esta doctrina en serio. Les dijo: “De vez en cuando, un obispo africano me comenta: ‘Cuando presento en Alemania proyectos sociales, encuentro inmediatamente las puertas abiertas. Pero si acudo con un proyecto de evangelización, me topo con reservas. Al parecer, muchos son de la opinión de que los proyectos sociales tienen gran prioridad, pero que las cosas de Dios o de la fe católica son algo particular y no tan urgente’”.
Blanco de iras y traiciones
Como en ese mismo discurso de Ratisbona expone que la disposición a la violencia está arraigada en el Islam y que, en cambio, el Dios cristiano no se complace en la sangre, y que no actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios, se produce una oleada de indignación en el mundo islámico, que también hace que vuelvan las críticas a Ratzinger en Occidente. En su viaje a Turquía, Benedicto XVI consigue calmar los ánimos. Pero entonces, los escándalos de abusos sexuales dentro de la Iglesia católica y el intento de recuperar a la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X conmocionan su pontificado.
Benedicto XVI sufre, por último, el espionaje y la traición de su propio ayudante de cámara. Es posible que fuera entonces cuando madurara en él la decisión de renunciar al pontificado. En el consistorio del 11 de febrero de 2013 anunció: “Renuncio al ministerio de Obispo de Roma, sucesor de San Pedro”. El 28 del mismo mes, en Castelgandolfo, despertó la impresión de haber dicho adiós al mundo fuera del Vaticano y de que, a partir de entonces, se dedicaría únicamente a la oración en un convento sito en los jardines vaticanos, que se remodeló para él como “Pontífice romano emérito”.
Sin embargo, tras la elección de su sucesor Francisco, siguió apareciendo con una sotana blanca y con el solideo blanco en diversas ocasiones. También recibía visitas, con quienes se fotografiaba, e incluso realizaba algunas exposiciones por escrito. Su retiro como Papa emérito ha durado nueve años, hasta su muerte, acaecida hoy, 31 de diciembre de 2022.
Ingo Langner es periodista, escritor y realizador. Ha publicado dos libros de entrevistas con el cardenal Walter Brandmüller. Entre sus documentales destacan uno dedicado a Benedicto XVI (2007) y Das Antlitz Christi (2015), inspirado en la trilogía del mismo Papa sobre Jesús de Nazaret. Actualmente es el redactor-jefe de la revista de cultura Cato.
Traducción: José M. García Pelegrín
Un comentario
Ingo Langer acrisola vída y pensamiento de Ratzinger en texto breve bien pastado. Felicidades. Lo comparto con lectores prejuiciados.