En el estado de Washington, donde el matrimonio gay está legalizado, la propietaria de una floristería, Barronelle Stutzman, ha sido demandada por negarse a prestar sus servicios en una boda homosexual. Uno de los demandantes mantenía amistad con Stutzman, que siempre le hacía los ramos. Pero esta vez no quiso hacerlo, porque consideraba que participar en la boda iba contra sus creencias religiosas.
Stutzman cuenta su historia en un artículo del Washington Post: “He trabajado como florista en Richmond, Washington, durante más de 30 años. En ese tiempo, he establecido relaciones cercanas con muchos de mis clientes. Uno de mis favoritos era Rob Ingersoll. Venía aquí a menudo y charlábamos. Como yo, tenía una mirada artística. Me esforcé por prepararle ramos muy especiales. Sabía que era gay, pero no me importaba. Disfrutaba de su compañía y de su creatividad”.
Stutzman se toma muy en serio su profesión, y en eso su capacidad artística es una ayuda. Cuando recibe un encargo, se pone en el pellejo del otro y se plantea “qué mensaje quiero comunicar cuando alguien me pide decir algo con flores”.
Desde esta perspectiva, se entienden las dificultades que podía tener Stutzman, que es cristiana, cuando su amigo Rob Ingersoll le pidió que se encargara de la decoración floral de su boda con otro hombre. “Quiero a Rob, y siempre me ha alegrado poder prepararle algo para las ocasiones especiales. Pero una boda es diferente. (…) El matrimonio es una ceremonia religiosa entre un hombre, una mujer y Cristo. Es una alianza con la Iglesia”.
Tras recibir el encargo y meditar cuidadosamente sobre lo que debía hacer, Stutzman explicó a Ingersoll que no podía participar en una boda que iba contra sus creencias religiosas. Él le dijo que lo comprendía, continuaron hablando sobre sus motivos para casarse y se despidieron amigablemente, después de que Stutzman le diera la referencia de tres floristas que podían ayudarle.
Lo que podía haber terminado aquí se convirtió en un culebrón mediático, con tribunales incluido. El fiscal general de Washington denunció de oficio a la florista al leer la noticia en los medios. Después llegó la demanda de Rob y de su pareja, respaldados por la Unión Americana de Libertades Civiles (ACLU). Del lado de Stutzman se acaba de poner la Aliance Defending Freedom, que le ha ayudado a recurrir la multa de mil dólares que le ha impuesto un tribunal. Entre tanto, una campaña cívica de crowdfunding ha recaudado para ella 85.000 dólares, según informa el Washington Post en otra noticia.
Quizá lo más llamativo de este caso es que Ingersoll tenía múltiples alternativas para conseguir lo que quería. También estaba claro que no era un problema de discriminación: además de su trato cordial con Ingersoll, la propia Stutzman había tenido en el pasado empleados homosexuales. Más bien, el caso pone de manifiesto la misma intolerancia que apareció en el debate sobre algunas leyes recientes de libertad religiosa en Estados Unidos, como la de Indiana (cfr. Aceprensa, 6-04-2015).
“Siempre hemos oído –escribe Stutzman– que el matrimonio entre personas del mismo sexo no quitaría nada a nadie, pues solo afectaría a los contrayentes. Pero, como me dijo un juez recientemente, mi libertad para vivir y trabajar de acuerdo con mis creencias sobre el matrimonio se extinguió el mismo día que el matrimonio gay se convirtió en ley en mi estado”. Y concluye: “Rob y Curt [su pareja] tienen sus creencias sobre el matrimonio y el Estado no les impide vivirlas. Solo pido la misma libertad”.