Un editorial de la revista Studi Cattolici (Milán, XII-92) se refiere a la actuación política de los católicos. Aunque está escrito en el contexto italiano, aborda problemas planteados también en otros países.
Una importante contribución para clarificar el actual y confuso debate político italiano sería dejar de usar la frase «unidad política de los católicos». Esta expresión evoca situaciones históricas superadas (las de la inmediata postguerra, con la inminente amenaza del totalitarismo comunista) y, además, coloca una etiqueta confesional a problemas que no son confesionales, sino políticos, sociales, culturales.
(…) La coherente superioridad de la moral católica es unánimemente reconocida, como se ve por el hecho de que las propuestas de derogación, por ejemplo en las leyes, se presentan siempre como remedios excepcionales para casos excepcionales. Por ejemplo, los defensores del divorcio consideran que el ideal es la estabilidad del matrimonio, y así lo especifica la ley que introdujo el divorcio en Italia; sin embargo, en ciertos casos dolorosos, el divorcio es presentado como «necesario». De modo análogo, sería deseable que toda vida humana fuera concebida por decisión responsable de los cónyuges, que todos los hijos concebidos fueran sanos, inteligentes y quizá incluso guapos, y que fueran acogidos en familias estables y acomodadas; pero como, por desgracia, esto no es así muchas veces, se echa mano del «remedio» del aborto. Igualmente, qué bueno sería si todos, especialmente los jóvenes, vivieran un recto autodominio de la propia sexualidad; pero como, por desgracia, esto no siempre ocurre, hay que recurrir a la distribución de preservativos para limitar el peligro del Sida.
Por lo tanto, los católicos tienen las respuestas correctas también para esos problemas, y saben demostrar cuándo los remedios propuestos son peores que la enfermedad que pretenden combatir. Mas para hacer esto no hace falta apelar a la religión revelada. Basta utilizar la razón que, en el caso de los católicos, no descuida los apoyos trascendentes. De hecho, las batallas contra el divorcio y contra el aborto han sido justamente dadas por los católicos no con etiquetas confesionales, sino en vista del bien común natural de la sociedad. Y cuando el Papa recuerda el deber de empeñarse para alcanzar ciertas metas sociales (y el incondicionado derecho a la vida está siempre en primer plano), no se dirige sólo a los católicos, sino a todos los hombres rectos.
(…) En la situación política actual -y los obispos italianos no han dejado nunca de subrayarlo- el problema para los católicos no es el de unirse en torno a la Democracia Cristiana, sino de apoyar aquellos programas políticos, y por lo tanto a aquellos partidos, en los cuales un católico pueda reconocerse decentemente, junto a tantos otros ciudadanos. No es cuestión de «unidad» política de los católicos, sino de «incisividad» política de los católicos, sin confesionalismos.