Católicos y luteranos: un acuerdo pone fin a cinco siglos de disputas sobre la justificación

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La aspiración de Juan Pablo II de que los cristianos puedan terminar el milenio al menos más unidos de como lo han recorrido se está cumpliendo. El pasado 31 de octubre, católicos y luteranos pusieron punto final a un enfrentamiento doctrinal que se había iniciado 482 años antes, cuando Lutero clavó sus famosas 95 tesis en la puerta de la catedral de Wittemberg. Aunque sería ingenuo pensar que está todo resuelto, no se puede negar la trascendencia de la firma de la Declaración conjunta sobre la doctrina de la justificación.

Según algunos comentaristas, el acuerdo firmado en Augsburgo (ciudad alemana donde en 1530 se presentó la «Confesión de fe», principal documento luterano) por el cardenal Edward Cassidy y el Dr. Christian Krause, presidente de la Federación Luterana Mundial, supone reconocer recíprocamente el núcleo común de las dos tradiciones teológicas que hasta ahora había sido imposible conciliar. Se considera un paso decisivo para superar la división de la Iglesia, pero permanece una «comunión imperfecta» que impide, por ejemplo, la celebración común de la Eucaristía.

La doctrina de la justificación, es decir, de cómo el hombre -que es pecador- puede salvarse, fue una cuestión central en la discusión de Lutero con la autoridad de la Iglesia, de modo que las diversas interpretaciones fueron objeto de condenas recíprocas, tanto por parte del concilio de Trento como de los luteranos.

Según los luteranos, Dios declara justo al pecador aunque no lo sea, porque no es posible una transformación interior del hombre dañado radicalmente por el pecado. Lutero, perseguido por el temor a la condena eterna, necesitaba creer que Dios le consideraba justo aunque fuera pecador. Según la Iglesia católica, la gracia no sólo «tapa» los pecados, sino que transforma realmente al hombre de pecador en justo, cooperando la voluntad humana al aceptar la gracia. Lo que permanece no es el pecado, sino la concupiscencia, que es una tendencia al pecado.

La disputa sobre el modo de la justificación se ha superado buscando el núcleo de la verdad compartida por católicos y luteranos. La Declaración afirma que católicos y luteranos «confesamos juntos que no en razón a nuestros méritos, sino sólo por medio de la gracia y en la fe en la obra salvadora de Cristo, somos aceptados por Dios y recibimos el Espíritu Santo, el cual renueva nuestros corazones, nos capacita y nos llama a cumplir buenas acciones». La justificación tiene lugar, por tanto, por medio de la gracia en la fe, pero «la fe es activa en el amor, y por este motivo el cristiano no puede y no debe quedar sin obras».

No todos los luteranos han reconocido este acuerdo. La mayoría de las 128 iglesias que forman la Federación Luterana Mundial lo han aprobado, pero, por ejemplo, los luteranos daneses lo rechazan y recientemente han escrito en su contra 248 teólogos luteranos alemanes.

Como la disputa sobre la doctrina de la justificación estuvo en el origen mismo de la división, cabe esperar que a partir de ahora el largo camino que todavía queda por recorrer pueda ser más andadero. El consenso alcanzado sobre las verdades de fondo de la justificación se debe completar con otras cuestiones también importantes, como son, entre otras, la relación entre Palabra de Dios y magisterio eclesiástico, la doctrina sobre la Iglesia y sobre la autoridad en la Iglesia, los sacramentos.

En recientes declaraciones a 30 Giorni, el Card. Ratzinger explica que con el acuerdo «se ha alcanzado un consenso sobre verdades fundamentales para la doctrina de la justificación. Por tanto, hay sectores donde existe realmente un acuerdo, pero quedan otros problemas sin resolver». «El problema se vuelve más real -decía- si tomamos en consideración la presencia de la Iglesia en el proceso de justificación, la necesidad del sacramento de la Penitencia. Aquí aparecen las verdaderas divergencias».

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