Cuando el papa Benedicto XVI aseguró en mayo pasado en Brasil, que la evangelización en América Latina no había sido impuesta, se alzaron voces escandalizadas por semejante afirmación (el presidente venezolano Hugo Chávez fue uno de ellos). Pero la beatificación el domingo 11 de noviembre del mapuche argentino Ceferino Namuncurá, y la multitud que acompañó la ceremonia, no hicieron más que darle la razón al Papa.
Unas 120.000 personas participaron con vivos cánticos y bailes en la emotiva celebración presidida por el secretario del Vaticano, Tarcisio Bertone, llevada a cabo en Chimpay, ciudad natal del mapuche en la Patagonia. De apenas 6.000 habitantes, este pueblo en la provincia de Río Negro alberga algunos de los mapuches que quedan en Argentina; el resto se encuentra en las provincias de Chubut y Neuquén y la gran mayoría vive en Chile. En total suman unos 900.000 entre los dos países.
De esta manera, Ceferino se transformó en el primer indígena en ser beatificado en Argentina y América del Sur. Antes de él, sólo otro indígena americano, el mexicano Juan Diego -a quien se le apareció la Virgen de Guadalupe, patrona de América-, había llegado a los altares. El indiecito, como lo llaman en México, fue declarado santo en 2002.
La colorida ceremonia que beatificó a Ceferino, fallecido a los 18 años en Italia, combinó la tradición católica e indígena. Tanto que el decreto papal sobre su beatificación fue leído en castellano y en mapuche. Un radiante Bertone destacó que “Ceferino tenía las cualidades propias de su tierra y de su estirpe”.
“El Evangelio nunca destruye los valores que hay en una cultura, sino que los asimila y perfecciona”, afirmó Bertone, en línea directa con Benedicto XVI y sus declaraciones de mayo en Brasil. “El nuevo beato no olvidó nunca que era indígena y siempre trató de ser útil a su gente”, añadió.
Un grupo de indígenas, vestidos con ponchos y vinchas con guardas en su cabeza los hombres y con vistosas faldas y adornos de plata las mujeres, acompañó a Bertone en el escenario, donde también estaban ubicados el cardenal primado de Argentina Jorge Bergoglio y unos 50 obispos de este país y de América Latina.
Uno de los momentos más emotivos se vivió cuando un grupo de descendientes del mapuche colocó sobre el gran escenario montado en el pueblo la figura de madera de tamaño natural del beato y que se encuentra en el santuario de Chimpay. Desde hace años este pueblo del sur argentino, de duros inviernos, recibe cada 26 de agosto -fecha de nacimiento del nuevo beato- unos 30.000 fieles que viajan para demostrar su devoción por el indígena, a quien además llaman el “lirio de la Patagonia”.
Milagro y vida
A la celebración del domingo pasado también concurrió Valeria Herrera, una joven de 31 años en quien Ceferino obró el milagro que abrió las puertas de su beatificación. A Valeria le diagnosticaron un cáncer de útero en 2000; pero luego de rezarle al mapuche logró en apenas dos días curarse totalmente de la enfermedad. “Hubo médicos que me dijeron ‘no puede ser’. Pero nunca me lo supieron explicar científicamente”, relató antes de la ceremonia en alusión a su curación milagrosa.
Ceferino nació el 26 de agosto de 1886 en Chimpay. A los 11 años marchó a estudiar a Buenos Aires al colegio Pío IX de los Salesianos. Quería formarse y ser “útil” a su gente. Allí aprendió a hablar y a escribir el castellano y manifestó prontamente su vocación al sacerdocio. El “indio santo”, como lo llamaban sus coterráneos, tenía la ilusión de evangelizar a los suyos, como el propio fundador de los Salesianos, San Juan Bosco, que quería llevar a Cristo a la Patagonia entera.
Ceferino fue respetado por los compañeros de clase por su condición de indígena, pero, de cualquier modo, debió soportar algunas burlas. Contó con algunas dificultades en su camino al sacerdocio -momento finalmente frustrado por la temprana muerte-, como su condición de “hijo natural”, un impedimento en aquel entonces para el camino eclesiástico. Su madre, Rosario Burgos, fue dejada por su marido, Manuel, un cacique que tenía el “privilegio” de poseer varias mujeres. Además, una enfermedad complicó a Ceferino para ingresar en la orden salesiana, aunque comenzó su formación de aspirante en una escuela de Uribelarrea y después en Viedma.
Así, debilitada su salud por la tuberculosis, el indígena, a instancias del obispo salesiano Juan Cagliero, viajó en 1904 a Roma para buscar una solución a su enfermedad; en la ciudad eterna fue recibido en audiencia por el papa Pío X, quien luego comentó haber quedado admirado por la sencillez y calidez de Ceferino.
Finalmente, el “indio santo” murió el 11 de mayo de 1905 en el hospital romano Fratebenefratelli. Su causa de canonización se abrió en 1947 y en 1972 el papa Pablo VI lo declaró “venerable”.
Los restos de Ceferino fueron repatriados a Argentina en 1924 y se encuentran en el santuario de María Auxiliadora en Fortín Mercedes en la provincia de Buenos Aires.