Rachael Marie Collins lleva siete años casada y tiene tres hijos. Aunque no faltan los problemas, ahora su matrimonio es estable y feliz. Pero tuvo que superar una profunda crisis al año y medio de casarse. Según explica en una carta dirigida a los padres sinodales, publicada en First Things, tras un noviazgo romántico y una boda extraordinaria, al principio la convivencia fue una “pesadilla”. “Aunque nos queríamos –aclara–, ninguno de los dos estábamos preparados para las renuncias, los acuerdos y los compromisos diarios que exige la vida matrimonial”.
Collins y su marido querían salvar su matrimonio y buscaron apoyo y ayuda. No les faltaba buena voluntad y pusieron todos los medios que estaban a su alcance. Acudieron incluso a terapias de pareja. Sin embargo, el consejo que recibían eran siempre el mismo: la única salida posible era la separación. “Nuestro terapeuta dijo a mi marido que lo mejor era que dejáramos nuestra relación (…) Las cosas no iba a cambiar”, de modo que si continuaban con su matrimonio el fracaso estaba asegurado.
Solo en la Iglesia encontraron el apoyo necesario para seguir adelante. De hecho, según Collins, la doctrina de la indisolubilidad del matrimonio fue lo que salvó su amor. Justamente cuando los amigos y familiares, los terapeutas y los expertos les sugerían desistir de su compromiso, en la Iglesia encontraron el acicate necesario para perseverar.
“La enseñanza de la Iglesia sobre la indisolubilidad y el apoyo en la práctica (no solo doctrinal) que ofrece a los matrimonios en crisis fortaleció nuestra relación. No nos dejaba más elección que la de intentarlo una y otra vez hasta que la situación mejorara”.
La Iglesia, animándoles a confiar en Dios y a asistir asiduamente a los sacramentos, enseñándoles a vivir paulatinamente las virtudes indispensables para la convivencia, como la paciencia o el perdón, y acompañándoles en sus luchas diarias, revitalizó su amor. Fue muy importante en este proceso tanto el acompañamiento espiritual de los sacerdotes como el ejemplo de otros matrimonios católicos, que les mostraba que la lucha por salvar su matrimonio tenía sentido.
“No sé si nuestro matrimonio hubiera sobrevivido si el mensaje de la Iglesia hubiera sido menos exigente o nos hubiera ofrecida la falsa esperanza de una salida ‘más misericordiosa’ a nuestra relación”. Collins cree que las exigencias de la Iglesia no buscan endurecer o dificultar la vida matrimonial, sino defender el compromiso matrimonial y ayudar a las parejas a ser fieles a él. “Justamente porque nos obligó a perseverar –concluye–, la Iglesia nos enseñó a amarnos”.