Se suponía que la expansión de las libertades políticas iba a encerrar a la religión en las catacumbas. Sin embargo, su influencia en el ámbito público cada vez se hace más visible, argumentan Timothy Samuel Shah y Monica Duffy Toft en «Foreign Policy», edición española (agosto/septiembre 2006).
«A mediados de los años 60, el secularismo dominaba la política mundial. La visión compartida por muchas élites intelectuales y políticas era que la modernización acabaría inevitablemente con la vitalidad religiosa». Pero la verdad es que los grupos religiosos cada día son más influyentes. Y el campo de batalla son ahora las elecciones democráticas, así como la opinión pública global. Los nacionalistas hindúes en India y los evangélicos de Estados Unidos son dos casos paradigmáticos.
En realidad, la tesis de que a mayor libertad, mayor secularización, es una falacia. Se trata, dicen Shah y Toft, de una afirmación que da la espalda a lo que ha ocurrido en las últimas décadas. «Si la población es más rica, está mejor educada y disfruta de una mayor libertad política, podría asumirse que también se habría tornado más laica. Pero no ha sido así. De hecho, el periodo en el que la modernización económica y política fue más intensa, es decir, en los últimos 30 ó 40 años, ha sido testigo de un aumento de la fe en todo el mundo».
«Considérense las dos fes cristianas, el catolicismo y el protestantismo, y las otras dos mayores religiones, el islam y el hinduismo. Según la Enciclopedia Cristiana Mundial, en 2000 aumentó la proporción de población que se adhirió a estos sistemas religiosos respecto al siglo pasado. A comienzos de 1900, apenas una mayoría de la población mundial -un 50% para ser precisos- eran católicos, protestantes, musulmanes o hindúes. A principios del siglo XXI, casi el 64% pertenecía a estos cuatro grupos religiosos, y la proporción podría estar próxima al 70% en 2025».
Shah y Toft se atreven a dar un paso más. El crecimiento en libertad política -sostienen- no sólo no ha supuesto un freno para la religiosidad moderna, sino que ha sido un verdadero revulsivo. «El regreso a Dios se debe en no poca medida a la expansión global de la libertad. Gracias a la tercera oleada de democratización que se produjo entre mediados de los 70 y principios de los 90, así como otras más pequeñas de libertad que han tenido lugar desde entonces, en decenas de países se ha dado oportunidad a la gente de dar forma a su vida pública de maneras que eran inconcebibles en los 50 y los 60 (…) A medida que, a finales de los 90, se liberalizó la política en países como India, México, Nigeria, Turquía e Indonesia, la influencia de la religión en la vida política aumentó fuertemente».
Una religiosidad moderna
Para Shah y Toft, nos encontramos ante una nueva generación de movimientos religiosos: «La religiosidad más dinámica hoy día no es tanto una ‘religión de los tiempos antiguos’ como radical, moderna y conservadora». Son organizaciones que ponen sus recursos al servicio de la sociedad civil y que aspiran a desempeñar un papel más influyente en la política. Su objetivo es lograr que las creencias y los valores del pueblo no se queden fuera de la esfera pública. El problema es que no todos estos movimientos entienden las relaciones entre religión y política de la misma manera. Por eso, no está de más preguntarse «¿hasta qué punto son compatibles las neo-ortodoxias con la democracia actual?»
Es cierto que existen ejemplos de extremismo religioso. Cabe citar, entre otros, «a los Hermanos Musulmanes en Egipto y Jordania, Hamás en los territorios palestinos, Hezbolá en Líbano y el Nahdlatul Ulama en Indonesia». Sin embargo, a juicio de Shah y Toft, no se puede concluir que la mayor presencia de la religión en el ámbito público tenga efectos perjudiciales. En realidad, en la mayoría de los casos, el balance ha sido positivo: «La religión ha movilizado a millones de personas para que se opusieran a regímenes autoritarios, para que empezaran transiciones democráticas, para que apoyaran los derechos humanos y para que aliviasen los sufrimientos de los hombres. En el siglo XX, los movimientos religiosos ayudaron a poner fin al gobierno colonial y a acompañar la llegada de la democracia en Latinoamérica, Europa del Este, el África subsahariana y Asia. La Iglesia católica posterior al Concilio Vaticano II desempeñó un papel crucial oponiéndose a los regímenes autoritarios y legitimando las aspiraciones democráticas de las masas».
Lejos de poner a Dios en cuarentena, parece que el rumbo futuro de las democracias apunta a no separar la religión del tejido social. «Como marco para explicar y predecir el curso de la política global, el secularismo es cada vez menos sólido. Dios está ganando la batalla en la política global. Y la modernización, la democratización y la globalización solamente le han hecho más fuerte».