Cuando los jesuitas piden perdón

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En los decretos aprobados en la Congregación General piden perdón por las veces en que les ha faltado prudencia o fidelidad en el servicio de la Iglesia.

La Iglesia pide perdón por…” En los últimos tiempos ha sido un titular casi preimpreso, al que solo faltaba añadir la palabra final: perdón por la Inquisición, por Galileo, por las cruzadas, por la conquista de América, por el cisma de Oriente, por la discriminación de la mujer, por el antisemitismo,… El propio Juan Pablo II tuvo la audacia de incluir la “purificación de la memoria histórica” como uno de los aspectos centrales del Jubileo del año 2000, con el ánimo de quitar obstáculos en el diálogo ecuménico y predicar la necesidad de conversión.

Se diría que, a la vez que muchos arrumbaban los confesonarios, era indispensable que la Iglesia como institución confesara los pecados de su hijos, ya fueran reales o fruto del escrúpulo histórico. Pero casi siempre se trataba de un mea culpa dado sobre el pecho de generaciones anteriores, bien por sus actos, bien por sus silencios. La generación actual era la clarividente.

Por eso hay que saludar como una grata novedad la autocrítica y la petición de perdón que hacen los jesuitas en un documento tan significativo como los decretos conclusivos de la Congregación General, aprobados el pasado marzo y ahora publicados. “En nombre de toda la Compañía, la Congregación General 35ª pide perdón al Señor por aquellas veces en que a alguno de sus miembros le ha faltado amor, discreción o fidelidad en el servicio de la Iglesia, al tiempo que afirma su compromiso de acrecentar cada día su amor a la Iglesia y su disponibilidad para con el Santo Padre”.

No se lee esto todos los días. Perdón a Dios, que es el primero que tiene derecho a que se lo pidamos. Perdón por faltas cometidas por hijos de la Iglesia…contra la Iglesia. Perdón con golpes en el propio pecho, no en el de los ancestros. Perdón con el propósito de mostrar una mayor fidelidad a la Iglesia y al Papa.

A este paso ya no va a ser fácil encontrar ese jesuita al que siempre podía recurrir el periodista para mostrar la cara contestataria de la Iglesia y anunciar un futuro en que la institución abrazaría las doctrinas que ahora defendían estos adelantados. Por el contrario, ahora los jesuitas reconocen: “Un exagerado deseo de autonomía ha llevado a algunos a diversas expresiones de autosuficiencia y falta de compromiso: falta de disponibilidad para con nuestros superiores, falta de prudencia en la expresión de nuestras opiniones, falta de espíritu de colaboración en nuestra relación con la iglesia local e incluso desafección de la Iglesia y de la Compañía”.

En los últimos tiempos, no ha sido extraño que teólogos que han sido llamados al orden por la Santa Sede tuvieran junto a sus nombres las siglas SJ. Ahora la propia Compañía pide a todos sus teólogos que se examinen sobre “la preocupación por la sintonía con el Magisterio que evite provocar confusión y desconcierto en el Pueblo de Dios”. Y, haciéndose eco de lo que les pidió Benedicto XVI en una carta con ocasión de la Congregación General, señala algunos temas especialmente significativos para buscar esa sintonía: “la salvación de todos los hombres en Cristo, la moral sexual, el matrimonio y la familia”.

Incluso uno de los Decretos está dedicado específicamente a la obediencia, “dado que la obediencia es central para la misión y unidad de la Compañía y porque un especial vínculo de obediencia une a la Compañía con el Santo Padre”.

Algunos dirán que los jesuitas recogen velas y se someten a los vientos conservadores del Vaticano. Pero si la valentía se nota más cuando hay que ir a contracorriente de los estereotipos que predominan en una época, los jesuitas nunca habían sido tan audaces últimamente.

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