No es un descubrimiento constatar que la prensa en algunas ocasiones no se limita a transmitir, informar o interpretar, sino que puede también imponer su propia agenda temática: es decir, presentar su propia opinión como si se tratase de una mera descripción de lo que está pasando. Desde luego, es un comportamiento que los profesionales tratan de evitar. Sin embargo, se observan determinados medios que, a pesar de sus declaraciones de imparcialidad, se demuestran incapaces de renunciar a la militancia ideológica.
Un buen ejemplo lo hemos visto en el modo en que la prensa internacional ha tratado un episodio escabroso: la filtración de cuatro memoramdums internos (de 1994, 1995 y 1998), destinados a organismos de la Santa Sede, en los que se da cuenta de casos en los que religiosas han sido víctimas de abusos sexuales cometidos por sacerdotes.
Sin discutir obviamente la gravedad de los hechos y dejando de lado ahora la discusión de otros aspectos, como la oportunidad o no de su publicación, etc., interesa ahora centrarse en cómo se han hecho eco de estas informaciones los principales diarios (siguiendo las ediciones electrónicas y las impresas disponibles en Roma). Algunos, como The Washington Post, la ofrecieron en pocas líneas; también le dedicaron pocos párrafos The Times y The Daily Telegraph, a pesar de la tendencia de ambos a seguir temas morbosos. Más espacio le dedicaron International Herald Tribune, con un amplio despacho de agencia, y The New York Times, con un resumen de los documentos, lo mismo que La Repubblica, Corriere della Sera y Le Monde (que lo sacó en primera página). En todos los casos, lo que se ofrece es una síntesis de los hechos contenidos en los documentos, y el comentario de la Santa Sede sobre que esos casos dolorosos y minoritarios no pueden enturbiar el valor y el sacrificio de miles de religiosos y religiosas.
En vista de ese panorama, llama la atención el tratamiento de El País. El periódico madrileño ofreció la información en primera página e interiores, pero a diferencia de los demás diarios, quiso dedicar al tema casi otra página al día siguiente, cambiando el foco: «Los abusos a monjas reabren el debate sobre el sexo en la Iglesia católica», titula. Teniendo en cuenta lo dicho sobre el tratamiento de otros diarios y repasando un poco los teletipos de las agencias, se llega a la conclusión de que, en realidad, es el propio diario quien se inventa tal debate. Y lo hace recogiendo tres declaraciones, de las que solo una -aunque previsible- es particularmente agresiva: «El problema sexual es grave en el mundo clerical», sentencia el «teólogo» Miret Magdalena. Y cita «estudios recientes sociológicos católicos» para decir que solo el 2% de los sacerdotes de Estados Unidos cumple el celibato. «El 50%, solo relativamente. De esa mitad, un tercio es homosexual. Si eso pasa allí, ¿qué no pasará en África?», concluye, tal vez sin advertir el contenido casi racista de su afirmación.
Pero si el lector no hubiera comprendido todavía que el verdadero blanco es el celibato, no tiene más que leer el otro texto que complementa la crónica, titulado «Mejor casarse que abrasarse», en el que se pretende hacer una historia del celibato. Sin necesidad de ser un experto en historia de la Iglesia, se puede deducir el tono del artículo simplemente leyendo frases como «el Nuevo Testamento incluye teorías especiales sobre el sexo y la familia», o «tuvieron que pasar cuatro siglos antes de que el papado viera colmadas sus imposiciones sexuales». Pero lo que no tiene desperdicio es la conclusión: «Resulta lamentable que las tragedias de las monjas violadas por misioneros suscite una vez más el debate sobre el celibato, pero los críticos de esta caprichosa imposición papal siguen recurriendo a los clásicos…». Posiblemente, lo que resulte más lamentable son los abusos periodísticos de quien pretende colocar como descripción de la realidad sus propias guerras ideológicas.
Diego Contreras