La importancia que el Papa Francisco concede a la situación de la familia se manifiesta en el Sínodo de Obispos dedicado a este tema, que se ha estructurado en dos etapas. La del Sínodo de 2014 sirvió para proponer cuestiones que debian ser maduradas en las Iglesias locales con vistas al Sínodo ordinario que ahora empieza (4-25 octubre). Ofrecemos una síntesis del Instrumentum laboris (documento de trabajo), que desarrolla los asuntos que se abordarán.
La Iglesia debe acompañar con misericordia a sus hijos más frágiles, pero “consciente de que la misericordia más grande es decir la verdad con amor”
La Relatio Synodi, el documento final del Sínodo Extraordinario sobre la Familia de 2014, fue enviado a las Iglesias locales y a otros organismos, junto con unas preguntas para “conocer la recepción del documento y para solicitar su profundización”. El Instrumento laboris para el Sínodo actual integra aquella Relación final, junto con las respuestas y contribuciones que han sido enviadas a la secretaría del Sínodo.
El contexto sociocultural
La primera parte del documento hace un diagnóstico del contexto sociocultural en el que se plantean hoy los problemas de la familia.
Reconoce que “se la sigue imaginando como el puerto seguro de los afectos más íntimos y gratificantes”. Sin embargo, a lo positivo contrapone “el creciente peligro de un individualismo exacerbado que desnaturaliza los vínculos familiares y termina por considerar a cada miembro de la familia como una isla”. A este se añade “la crisis de fe que ha afectado a tantos católicos y que a menudo está en el origen de la crisis del matrimonio y de la familia”.
Según los contextos culturales y religiosos, aparecen otros problemas: la práctica de la poligamia, la costumbre del “matrimonio por etapas”, los matrimonios arreglados entre familias, los matrimonios entre cónyuges de distinta fe, o la difusión de la cohabitación que precede al matrimonio o de convivencias que no están orientadas a asumir un vínculo formal. A esto hay que añadir a menudo una legislación civil que pone en peligro el matrimonio y la familia.
Muchas veces estas situaciones repercuten en los hijos, que nacen fuera del matrimonio, o son víctimas de la separación de los padres o se convierten en objeto de disputa.
“La indisolubilidad del matrimonio no debe entenderse como un yugo impuesto a los hombres, sino como un don hecho a las personas unidas en matrimonio”
La fragilidad afectiva
Dentro del contexto sociocultural, los obispos subrayan también la cuestión de la fragilidad afectiva: “una afectividad narcisista, inestable y cambiante”. En este contexto, “las parejas están a veces inciertas, dubitativas y les cuesta encontrar los modos para crecer”. “Muchos tienden a quedarse en los primeros estadios de la vida emocional y sexual”.
Muchos jóvenes tienen miedo a fracasar ante la perspectiva del matrimonio. “Más que un rechazo de la fidelidad y la estabilidad del amor, que siguen siendo objeto de deseo, con frecuencia es la ansiedad –o incluso la angustia– de no poder asegurarlas lo que induce a desistir”.
Además, la sensación de impotencia ante las dificultades económicas, la inseguridad laboral, y el abandono y la falta de atención por parte de las instituciones, están incidiendo en una crisis demográfica, motivada por el descenso de la natalidad, lo que debilita el tejido social y hace peligrar la relación intergeneracional.
En este contexto, la Iglesia quiere proponer una palabra de esperanza, con la convicción de que “los grandes valores del matrimonio y de la familia cristiana corresponden a la búsqueda que impregna la existencia humana también en este tiempo marcado por el individualismo y el hedonismo. Hay que acoger a las personas con su existencia concreta, saber sostener su búsqueda, alentar el deseo de Dios y la voluntad de sentirse plenamente parte de la Iglesia, incluso en quienes han experimentado el fracaso o se encuentran en las situaciones más dispares”.
Etapas de crecimiento
La Iglesia siente la necesidad de revalidar la vigencia del matrimonio cristiano como continuación del matrimonio natural. Cristo le devuelve su forma original, otorgando a los cónyuges la gracia para testimoniar el amor de Dios y vivir la vida de comunión.
“Los grandes valores del matrimonio y de la familia cristiana corresponden a la búsqueda que impregna la existencia humana también en este tiempo marcado por el individualismo y el hedonismo”
Por ello, en la segunda parte del documento, los padres sinodales subrayan que “la indisolubilidad del matrimonio no debe entenderse como un yugo impuesto a los hombres, sino como un don hecho a las personas unidas en matrimonio”: el del acompañamiento de la gracia, que sana y transforma los corazones endurecidos. “Dios consagra el amor de los esposos y confirma su indisolubilidad, ofreciéndoles su ayuda para vivir la fidelidad, la integración recíproca y la apertura a la vida”, señalan.
Al mismo tempo que se alegran con las familias que siguen fieles a las enseñanzas del Evangelio, los obispos manifiestan también su preocupación por las familias “heridas y frágiles”. La Iglesia, “aun reconociendo que para los bautizados no hay más vínculo matrimonial que el sacramental, y que toda ruptura de él va contra la voluntad de Dios”, quiere también “acompañar con misericordia y paciencia las posibles etapas de crecimiento” de las personas frágiles que encuentran dificultades en el camino de la fe.
Entre estas se encuentran los que solo han contraído matrimonio civil, los divorciados vueltos a casar, o los que simplemente conviven. Por eso los obispos advierten que “una dimensión nueva de la pastoral familiar actual consiste en prestar atención a la realidad de los matrimonios civiles entre hombre y mujer, de los matrimonios tradicionales y, atendiendo a las debidas diferencias, también de la cohabitación. Cuando la unión alcanza una notable estabilidad a través de un vínculo público, cuando se caracteriza por un afecto profundo, por la responsabilidad hacia los hijos, por la capacidad de superar las pruebas, puede ser vista como una ocasión que debe ser acompañada en su desarrollo hacia el sacramento del matrimonio”.
La Iglesia debe acompañar con misericordia a sus hijos más frágiles. Pero “consciente de que la misericordia más grande es decir la verdad con amor, vayamos más allá de la compasión”. El amor misericordioso “invita a la conversión”, así como Cristo no condena a la mujer adúltera, pero la invita a la conversión.
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