Sydney.— El hombre que ocupa la tercera posición en el Vaticano, el cardenal australiano George Pell, ha sido informado de que será imputado por “antiguas agresiones sexuales”, que probablemente se remonten a los años 60. Dado que Pell es el secretario vaticano para asuntos económicos –la persona a cargo de limpiar las complicadas finanzas vaticanas–, esto es noticia internacional.
El cardenal Pell ha rechazado enérgicamente las acusaciones. No se esconderá detrás de sus responsabilidades en la Santa Sede y planea volver a Australia para defenderse. En una declaración señaló:
“La investigación de estos asuntos ha durado casi dos años. Ha habido filtraciones a los medios, una implacable campaña denigratoria y, durante más de un mes, anuncios de una ‘inminente’ imputación. Estoy deseando tener por fin mi oportunidad ante el tribunal. Repito que soy inocente de esas acusaciones. Son falsas. La sola idea del abuso sexual me resulta repulsiva”.
Es comprensible que la noticia de las acusaciones haya chocado a gente de todo el mundo, especialmente a quienes no estaban al corriente de la investigación de la policía del estado de Victoria. Pero la queja de Pell por la “implacable campaña denigratoria” no es exagerada.
La cadena nacional ABC y los periódicos insignia del grupo de prensa Fairfax, el Sydney Morning Herald y The Age, han dado pábulo a cada rumor, no importa cuán increíble fuera, y no han perdido jamás la oportunidad de empañar el nombre de Pell.
Para cualquiera que conozca algo sobre el cardenal, las alegaciones son muy improbables. Una de las primeras cosas que hizo Pell como arzobispo de Melbourne fue crear un protocolo para tratar los abusos sexuales. Fue el primero en todo el mundo. ¿Puede creerse que él mismo fuera un abusador? En 2001, Pell fue transferido a Sydney como arzobispo. Pocos meses después, fue acusado de abusos y renunció, en cumplimiento de su propio protocolo. No se probó nada.
Un hombre enérgico
El Papa Francisco ha descrito a Pell como un hombre enérgico y honesto, y el arzobispo de Sydney, Anthony Fischer, ha recalcado que es “un hombre íntegro en sus relaciones con otros, un hombre de fe y altos ideales, una persona escrupulosamente decente”. A pesar de la campaña mediática, muchos australianos consideran absurdas las acusaciones. Entre quienes le apoyan no hay el murmullo bajo y vergonzoso de que “pudo haber ido demasiado lejos, y después de todos estos años se lo merecía”.
El problema de George Pell es su fuerza de carácter. Nació dos generaciones antes que Mark Zuckerberg, pero el lema de Facebook, “muévete rápido y rompe cosas”, expresa algo de su estilo. Incluso físicamente, con sus 1,90 metros de estatura, es una figura que impone. Es un orador directo, un jefe tenaz y práctico, un conservador en lo teológico, un apoyo para el Papa y un crítico sin tapujos de las costumbres sociales contemporáneas. Fue el fontanero de la Iglesia católica australiana; el hombre que, sin miedo alguno, caminó por las cloacas de los abusos sexuales cometidos en ella y limpió los drenajes obturados.
No le faltan a Pell, pues, enemigos. Cuando Australia convocó un referéndum para decidir si Australia debería dejar de tener como jefe de Estado a la reina de Inglaterra, fue uno de los principales defensores de la transformación en república, lo que fue divisivo. Además, el cardenal se opone al activismo gay y al matrimonio homosexual, lo que es muy divisivo.
Pell apoyó a Juan Pablo II hasta las últimas consecuencias, y entre su clero ello fue divisivo. Creó su propio protocolo contra el abuso sexual, y entre los obispos australianos eso fue divisivo. Cambió radicalmente el seminario de Melbourne, lo que fue divisivo. En el Vaticano, ha trabajado para enderezar las finanzas y desarraigar la corrupción, y eso ha sido divisivo.
Como en una novela de Agatha Christie
La carrera de George Pell ha sido como una puesta en escena para una novela de Agatha Christie, en la que Hércules Poirot descubre que el hombre muerto sobre un charco de sangre estaba viviendo en un hotel en el que cada huésped tenía un motivo para asesinarlo.
Ya en 2001, Pell fue acusado de abusos y no se probó nada
Además, el estado de Victoria ha sido por muchas décadas un campo de batalla entre la Iglesia católica y la izquierda radical. Un poco como la Guerra Civil española, que todavía se libra en las escuelas y en los medios, en Victoria la izquierda y la Iglesia nunca han firmado el armisticio.
En última instancia, los ataques contra Pell vienen de la aversión a la Iglesia y a sus enseñanzas morales por parte del establishment político izquierdista de Victoria. En este momento está en el gobierno, hace una ruidosa campaña por la eutanasia y los derechos de los transexuales, y calladamente se regodea con la posibilidad de destruir al católico australiano más célebre.
La desgracia de Pell ha sido ser un hombre bueno, un jefe eficiente y un sacerdote leal. En el mundo de hoy esa es una peligrosa combinación. Asegurar que tenga un juicio justo será el test definitivo para comprobar la imparcialidad de los tribunales australianos.
Michael Cook es director de MercatorNet, donde apareció la versión original de este artículo