Viena. La denuncia contra el Card. Groër por supuestos abusos sexuales cometidos hace más veinte años contra un alumno del seminario, se ha transformado conforme pasan las semanas en un ataque en regla contra la Iglesia católica en Austria. La campaña ha sido llevada a cabo por los medios de comunicación hostiles a la Iglesia, que han aprovechado también las divisiones dentro de la comunidad católica.
Para enmarcar la campaña en su contexto hay que tener en cuenta de dónde han partido las acusaciones. Quien acusa es Josef Hartmann, un ex alumno del seminario de Hollabrunn, donde por aquel entonces Groër era director espiritual. Hartmann, de 37 años, divorciado, actualmente miembro de una secta protestante (Iglesia del Conocimiento Humano), no ha conseguido tener nunca en su vida un trabajo e ingresos estables. En 1991 fue expulsado del colegio donde daba clases por haber causado molestias sexuales a dos alumnas y ante la protesta masiva de padres y alumnos.
La tribuna para el ataque ha sido la revista Profil, que, según los últimos controles de difusión, durante 1994 perdió la mitad de sus lectores. Este semanario había sido líder de la información política y cultural durante muchos años, con el marchamo de ser una revista intelectual y para las clases más altas de la sociedad, siempre con una clara tendencia anti-católica. Pero desde hace tres años ha sufrido la dura competencia de una nueva revista, News, mucho más popular y de más bajo nivel, pero más atractiva y con una constante campaña de marketing. Las pérdidas de Profil han sido significativas y se ha visto obligada a popularizarse: el caso Groër puede ser su tabla de salvación económica. News ya había intentado en varias ocasiones sacar a la opinión pública escándalos similares.
Por otro lado, la ORF -la televisión estatal austriaca- ha explotado a fondo el escándalo para aumentar sus cuotas de audiencia. Desde hace poco más de tres meses se ha producido un cambio radical en la dirección del ente estatal. Para prepararse a la competencia que tendrá a partir de 1996 con los canales privados, ha rebajado el tono de la programación. Desde que estalló el «caso Groër», no ha habido ni un solo día que no haya dedicado un programa de debate, un reportaje sobre casos similares en Irlanda o en cualquier parte del mundo, o una entrevista, a temas típicos de discusión sobre la Iglesia: el celibato de los sacerdotes, la ordenación de las mujeres, la falsa educación sexual… Por supuesto, este clima ha hecho que todos los diarios de la nación dediquen páginas y páginas a estos temas. La campaña, que en principio iba orientada contra el Card. Groër, es cada vez más claramente una campaña contra la Iglesia. La última idea es hacer una especie de referéndum popular a través de la búsqueda de firmas, para conseguir «un cambio democrático en la Iglesia».
A las acusaciones contra Groër se han sumado algunas voces de personas «que prefieren mantenerse en secreto» o de enemigos declarados de la Iglesia o, incluso, de algún que otro sacerdote (Udo Fischer) conocido en toda Austria por sus ataques constantes a su obispo (Kurt Krenn). Curiosamente, el autor del artículo en Profil, fue también ex seminarista en Hollabrunn.
El Card. Groër desde el principio se decidió por callar, no responder en ningún momento a las acusaciones; no ha querido entrar a una discusión que podría ser eterna, y que nunca se podría aclarar del todo. Se ha limitado a decir que se siente «obligado a rechazar el contenido y la forma de las difamaciones y las críticas lanzadas contra mí».
Sus obispos auxiliares, monseñores Schönborn y Kazl, le defendieron con mucha fuerza desde el primer momento, pero con el paso de los días, el cardenal no encontró el apoyo necesario entre los sacerdotes y obispos de Austria. El 4 de abril, en la sesión ordinaria de la Conferencia Episcopal, fue reelegido Presidente por mayoría simple, a pesar de una fuerte oposición por parte de una serie de obispos que criticaron su actitud de silencio después de la reunión. Por la falta de apoyo presentó poco después su dimisión como presidente de la Conferencia Episcopal -cargo que ocupa ahora Mons. Josef Weber, obispo de Graz, que había criticado el silencio del cardenal- y manifestó su deseo de retirarse definitivamente de sus funciones como arzobispo de Viena (la dimisión oficial ya la había presentado hace un año, al cumplir 75 años). La falta de apoyo y los ataques continuos de la prensa le hicieron ceder.
El Papa nombró a uno de los obispos auxiliares de Viena, Mons. Christoph Schönborn, obispo coadjutor, con derecho a sucesión. Schönborn, de 50 años de edad, es uno de los obispos con más prestigio en Austria: teólogo de gran nivel intelectual, fue secretario de la Comisión redactora del Catecismo de la Iglesia Católica. Es dominico, profesor de teología moral y desde 1991 obispo auxiliar de Viena.
En el fondo de la cuestión, los ataques contra Groër han sido también un intento de acelerar la sucesión del cardenal en Viena. Se ha querido crear un ambiente de hostilidad radical -no existente en realidad- contra «los obispos conservadores nombrados arbitrariamente desde Roma», con la idea de forzar al Papa a nombrar un candidato de «compromiso».
El caso Groër recuerda el del cardenal de Chicago, Joseph Bernardin (ver servicios 35/94 y 51/94 y 25/95), que sufrió imputaciones similares de las que después se retractó el acusador. También como entonces la campaña está sirviendo sobre todo para cuestionar injustamente las normas de la Iglesia católica sobre el celibato sacerdotal y la moral sexual.
José María López-Barajas