Por quién se inclinará el voto católico es una cuestión recurrente en cada elección presidencial de EE.UU. Pero como los 69 millones de católicos no son hoy un bloque homogéneo ni en lo social ni en lo político, es de suponer que su voto esté tan dividido como el de sus conciudadanos. Los sondeos postelectorales podrán darnos más datos. Sin embargo, al margen de los resultados, es interesante ver el debate que ha habido sobre los factores que debería tener en cuenta un católico consecuente a la hora de votar y cómo impulsar sus valores en la vida política.
El asunto se planteaba ya en el documento que publicaron los obispos en noviembre de 2007, cuando arrancó la larga campaña electoral todavía con varios candidatos. Los obispos afirmaban que “no decimos a los católicos cómo votar”, pero también que “como católicos, deberíamos guiarnos más por nuestras convicciones morales que por nuestra inclinación por un partido político o grupo de interés”.
Los obispos de EE.UU. mencionaban varios temas claves para valorar el programa y la ejecutoria de los candidatos políticos. Aunque siempre aparece en primer plano la cuestión del aborto, los obispos aclaraban que “los católicos no somos votantes de un solo tema”. Entre los temas a valorar está el respeto del derecho a la vida, que es directamente atacado por “el aborto, la eutanasia, la clonación humana y la destrucción de embriones humanos para investigación. A estos males per se hay que oponerse siempre”. Dentro del respeto a la vida mencionaban también la oposición a la tortura, a la guerra injusta, o a la pena de muerte.
Otro tema clave era “la familia, basada en el matrimonio entre un hombre y una mujer”, que no debería ser “redefinida, socavada ni menospreciada”.
Los demás criterios importantes señalados por los obispos norteamericanos se referían a la protección de los más débiles y a derechos sociales básicos, entre los que incluían dar a los inmigrantes la posibilidad de tener un estatus legal.
Prudencia política
El abanico de factores a considerar era amplio. Pero no dudaban en afirmar que “la postura de un candidato en un tema que supone un mal per se, como el apoyo al aborto legal o la promoción del racismo, puede llevar legítimamente a un votante a descalificarlo”.
Y es que no todos los pronunciamientos de la jerarquía católica tienen el mismo grado de autoridad. Como explicaba recientemente George Weigel (USA Today, 13-10-2008), la defensa del derecho a la vida desde la concepción hasta la muerte natural es un principio universal de justicia, no una particular doctrina católica, que debe ser sostenido por todo político, católico o no. Otras intervenciones del Papa o de los obispos, aunque implican verdades universales, se refieren a opciones prácticas sobre las que solo se puede decidir mediante un juicio prudencial. Es el caso de la guerra de Irak, de cuestiones de política social, empleo o medioambiente.
Aunque el historial político de Obama revela sin lugar a dudas que siempre ha apoyado la supresión de trabas al aborto, sus partidarios católicos han hecho malabarismos para vender la idea de que, en el fondo, es el auténtico candidato “pro vida”. Según su razonamiento, no hay que combatir la legalización del aborto, sino las causas que llevan al aborto, en definitiva la pobreza y la falta de educación. Pero como Obama va a ocuparse de los más desfavorecidos con los cambios en el seguro sanitario y en el gasto social, el número de abortos descenderá. Sería más convincente si solo abortaran las mujeres pobres. Pero con el mismo razonamiento se podría decir que lo importante no es garantizar legalmente el seguro sanitario sino promover hábitos sanos de vida para que haya menos enfermos.
Católicos desacomplejados en la política
Más allá de la elección presidencial, lo que está planteado es de qué modo deben los católicos hacer política, en qué debe notarse la fe que profesan. En el Congreso hay más de 150 legisladores que se declaran católicos; en el Senado, uno de cada cuatro. Pero ¿aportan alguna diferencia?
Esto es lo que se plantea el libro Render Unto Caesar, publicado el pasado agosto por el arzobispo de Denver, Charles J. Chaput, y reseñado en L’Osservatore Romano, que recomienda leerlo.
Una idea central es que la fe, aunque esencialmente personal, nunca es meramente privada, sino que tiene implicaciones sociales y políticas. Así que reducir la religión a una opción privada que no tiene ningún papel en la arena pública es una visión ajena a la doctrina católica.
También sería algo en contradicción con la democracia americana. El llamado “muro de separación” entre la Iglesia y el Estado fue pensado para garantizar la libertad religiosa de los ciudadanos, no para excluir el compromiso de los creyentes en la vida pública.
El libro es también una llamada a los católicos estadounidenses para que sean coherentes con su fe. Es una invitación a no dejarse arrastrar por el individualismo creciente que lleva al llamado “catolicismo a la carta”. Si no, en lugar de ser levadura en la sociedad, la fe corre el riesgo de adaptarse en forma acrítica a la cultura contemporánea. Es en ese clima donde crece ese tipo de político católico que está “personalmente en contra…”, pero que renuncia a defender sus convicciones, disfrazando su inhibición de respeto a la libertad.
Con independencia del resultado de las elecciones presidenciales, los católicos que se dedican a la política tendrán que seguir trabajando en las estructuras actuales para lograr influir en ellas desde dentro. Esta es la lectura que hacía el analista religioso John L. Allen antes del escrutinio (National Catholic Reporter, 24-10-2008). A su juicio, un político católico que fuera a la vez pro vida, defensor de la familia, acogedor del inmigrante, contrario a la pena de muerte y a la guerra, preocupado por la libertad religiosa, etc., sería atractivo para un sector trasversal de moderados e independientes. “Pero la maquinaria de los dos partidos parece diseñada para impedir que alguien así pueda ser designado como candidato”.
Así que, a su juicio, “para que una sensibilidad católica pueda abrirse paso en la política americana, tendría que ocurrir que uno de los dos partidos fuera conquistado desde dentro, como Reagan cambió las reglas del juego de los republicanos o Clinton las de los demócratas (o, por tomar un ejemplo extranjero, como Blair construyó el Nuevo Laborismo)”. No es, pues, solo un problema de ofrecer argumentos convincentes, sino de un trabajo político organizado.
Al final, el problema no es cómo se distribuye el voto católico, sino si los católicos se acuerdan de que lo son a la hora de votar.