El Evangelio de la vida es refugio de la humanidad

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En el marco del impulso de una Iglesia en salida, comprometida en la comunicación de “la alegría del Evangelio”, se nos ofrece una ocasión propicia para volver la mirada hacia el Evangelio de la vida a 25 años de la publicación de la encíclica Evangelium vitae de san Juan Pablo II. Desafiar sin miedo a cuanto destruye la dignidad de la persona humana fue un pilar fundamental que otorgó una coherencia particular a su pontificado en un contexto cultural caracterizado por la presencia de falsos humanismos.

El tríptico de las encíclicas antropológicas del Papa santo –Veritatis splendor (1993), Evangelium vitae (1995), Fides et ratio (1998)– remite en un camino de ida y vuelta a Jesucristo. pues sólo a la luz de Dios se ilumina la cuestión de hombre. La maestría con la cual se afronta la cuestión antropológica se evidencia en el modo en que se articulan la razón y la fe.

Al igual que en el pontificado del Papa emérito, el tema de la verdad tiene una fuerte impronta en el magisterio del Papa polaco, fundado en el convencimiento de que sin la razón la fe fracasa y, sin la fe, la razón corre el riesgo de atrofiarse. Son certeras las palabras de Benedicto XVI: “Resulta evidente que la fe es la defensa de la humanidad. En la situación de ignorancia metafísica en la que nos encontramos, y que resulta a la vez atrofia moral, la fe se muestra como lo humano que salva” (1). Pero, lejos de ofrecer una salvación ciega, la fe llama a la razón a tener la valentía de la verdad y a abrirse a los grandes interrogantes del hombre.

Una necesaria claridad

El Evangelio de la vida ocupa desde siempre un lugar privilegiado en el anuncio salvífico de la Iglesia. En el marco del Consistorio Extraordinario de Cardenales de 1991, el entonces cardenal Ratzinger avanzó la posibilidad de un documento original sobre la vida humana en el cual se abordaran las amenazas a ella desde cinco puntos de vista –doctrinal, cultural, legislativo, político y práctico–, articuladas, no en torno a la denuncia, sino en el gozoso anuncio del inmenso valor del hombre, también del débil y del que sufre (2).

Ante los atentados que amenazan la vida humana, el Consistorio pidió al Santo Padre que reiterara con la autoridad del Sucesor de Pedro el valor de la vida y su carácter inviolable. Acogiendo esta petición y en el espíritu de la colegialidad episcopal, se gestó una de las encíclicas más largas de su pontificado. Teniendo presente el contexto magisterial en el cual ve la luz Evangelium vitae, no hay duda de que el Catecismo de la Iglesia Católica (1992) y la encíclica Veritatis splendor sobre los fundamentos de la moral, son presupuestos esenciales de su hermenéutica.

En continuidad con el Magisterio anterior, Evangelium vitae ofrece una definición precisa del objeto moral del homicidio, el aborto y la eutanasia. Tal precisión permite distinguir estas acciones de otras como la legitima defensa o la pena de muerte, eliminando así posibles equívocos con relación a la excepción de los absolutos morales. Al mismo tiempo, esta precisión permite, en el caso del aborto, hacer extensiva su condena moral a todas aquellas prácticas relacionadas con la destrucción de embriones humanos. Evangelium vitae sienta así las bases doctrinales para valorar moralmente las diversas formas de intervención sobre el embrión –como son las propuestas terapéuticas que comportan su manipulación o la manipulación del patrimonio genético–, las cuales recibirán un tratamiento detenido en la Instrucción Dignitas personae de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

Para Evangelium vitae, el absoluto carácter inviolable de la vida humana inocente es una verdad moral explícitamente enseñada en la Sagrada Escritura, mantenida por la Tradición, propuesta de forma unánime por el Magisterio, y fundamentada en la ley natural. Más que por novedades al desarrollo doctrinal, la encíclica se distingue por la declaración solemne de las condenas al homicidio, el aborto y la eutanasia presentadas como doctrina enseñada por el Magisterio ordinario y universal.

En el eclipse del valor de la vida

La actualidad de Evangelium vitae es evidente. En la Carta a la Pontificia Academia para la Vida del pasado año, Francisco hace manifiesta la necesidad imperiosa de “relanzar una nueva visión del humanismo fraterno y solidario”. En efecto, en el escenario actual marcado por la presencia cada vez más protagónica de las tecnologías emergentes y convergentes que abren horizontes insospechados a las posibilidades de intervención sobre el hombre, el “umbral del respecto fundamental de la vida humana está siendo transgredido de manera brutal”.

Como hace 25 años, el eclipse del valor de la vida se presenta como el fruto maduro de un contexto cultural marcado por un fuerte secularismo y herido por las máscaras del materialismo práctico: individualismo, utilitarismo, hedonismo. En este humus han arraigado conceptos deformados de subjetividad y de libertad que contribuyen directamente a la instauración de la cultura de la muerte, cuyo rostro actual es la cultura del descarte.

El escenario presentado por Evangelium vitae es retomado por Francisco en Laudato si’ cuando explica que las causas de esta triste situación responden a que el antropocentrismo moderno ha colocado la razón técnica sobre la realidad. Semejante reduccionismo afecta principalmente a quienes están en una situación de especial fragilidad. A las ya reconocidas por Evangelium vitae –los niños aún no nacidos, los enfermos terminales, los que sufren, los ancianos–, Francisco añade nuevas formas de pobreza y vulnerabilidad: los sin techo, los toxicodependientes, los refugiados, los pueblos indígenas, los migrantes (Evangelii gaudium, n. 209).

La vida es siempre un bien

No cabe duda de que estas y otras situaciones dolorosas ponen al hombre y a quienes le rodean frente a los límites, experimentados muchas veces, como contradicciones existenciales ante las cuales sucumben las solas fuerzas de la razón. Es especialmente aquí donde la fe está llamada a ofrecer una respuesta de sentido e iluminar las mentes y los corazones con el mensaje de salvación: la vida es siempre un bien porque es un don especial del Creador; es siempre un bien porque en el hombre se refleja la realidad misma de Dios; es siempre un bien porque es objeto de un tierno y fuerte amor de Dios.

Para subrayar la grandeza y el valor de la vida humana Evangelium vitae la define como sagrada. Lejos de ser una simple afirmación teórica, el carácter sagrado comporta la exigencia ética de respeto incondicional que, como afirma san Juan Pablo II, “está inscrita desde el principio en el corazón del hombre” (Evangelium vitae, n. 40). Esta base racional se perfecciona y supera con la Revelación y, muchas veces, la fe actúa como un correctivo precioso para la razón oscurecida. Por eso, proclamar la sacralidad de la vida es afirmarla siempre como un bien intrínseco también cuando las apariencias o las circunstancias inclinan a pensar lo contrario. El reconocimiento del carácter inviolable de la vida es un paso decisivo para escapar de la seducción de la lógica utilitarista.

En el eclipse del valor de la vida

El eclipse del valor de la vida reviste una gravedad singular desde el momento en que entra subrepticiamente en contradicción con una de las más grandes conquistas de la humanidad: el reconocimiento de los derechos humanos. Evangelium vitae anuncia que el Evangelio de la vida es para la ciudad de los hombres porque contribuye a la edificación del bien común. En efecto, sin el reconocimiento y tutela del derecho a la vida, no “puede tener bases sólidas una sociedad que –mientras afirma valores como la dignidad de la persona, la justicia y la paz– se contradice radicalmente aceptando o tolerando las formas más diversas de desprecio y violación de la vida humana, sobre todo si es débil y marginada” (Evangelium vitae, n. 101). Sólo el respeto a la vida puede garantizar la justicia y la verdadera paz.

Evangelium vitae también afronta con agudeza la dimensión jurídico-política de los atentados contra la vida humana. La raíz común de las tendencias que pretenden justificar la legitimación jurídica de tales atentados como si fuesen derechos que el Estado debe reconocer a los ciudadanos es el relativismo ético, falsamente considerado, una condición de la democracia. “En realidad –afirma la encíclica–, la democracia no puede mitificarse convirtiéndola en un sustitutivo de la moralidad. (…) Su carácter moral no es automático, sino que depende de su conformidad con la ley moral” (Evangelium vitae, n. 70).

Es precisamente tal pretendida legitimación jurídica la que exige recordar los principios fundamentales de la relación entre la ley civil y la ley moral, y abordar los problemas morales derivados de las leyes intrínsecamente injustas. Evangelium vitae profetiza que el valor de la democracia se mantiene o cae con los valores que encarna y promueve.

Por una nueva cultura de la vida

“Es necesario hacer llegar el Evangelio de la vida al corazón de cada hombre y mujer y hacerlo penetrar en lo más recóndito de la sociedad” (Evangelium vitae, n. 80). El compromiso al servicio de la construcción de una nueva cultura de la vida es una responsabilidad eclesial. Junto a las iniciativas orientadas a este fin –la Jornada Mundial del Enfermo, el trabajo de la Pontificia Academia para la Vida–, Evangelium vitae enfatiza la importancia de anunciar y celebrar el Evangelio de la vida con la propia vida generando un contexto rico en humanidad. En esta misión destaca el papel de las mujeres –testimonios del significado del amor auténtico y del don–, y de la familia. La resonancia del Evangelio de la familia presentado por Francisco en Amoris leatitia es una confirmación fehaciente de la preocupación de la Iglesia por el santuario de la vida.

Muchos signos de esperanza mencionados por Evangelium vitae hoy son una realidad consolidada, empezando por la reformulación de la enseñanza sobre la pena de muerte en el Catecismo. El desarrollo doctrinal de esta materia “descansa principalmente en la conciencia cada vez más clara en la Iglesia del respeto que se debe a toda vida humana” (3), claridad a la que ha contribuido sin duda la doctrina de Evangelium vitae: “Ni siquiera el homicida pierde su dignidad personal y Dios mismo se hace su garante” (n. 9). El abanico de los signos es muy amplio: desde la toma de conciencia de la necesidad de la formación ética del personal de salud a los numerosos centros, iniciativas y voluntariados de ayuda a la mujer y a la vida naciente y terminal, basta pensar en el floreciente desarrollo de los cuidados paliativos.

El horizonte de lucha entre la cultura de la vida y la cultura de la muerte está entretejido de luces y sombras. Mientras que nuevas sombras avanzan oscureciendo el valor de la vida –como el descuido de la casa común, el movimiento transhumanista o la edición genética–, el Evangelio de la vida sigue ofreciendo una luz potente capaz de iluminar la conciencia para que reconozca la grandeza y el valor de toda vida humana, único camino hacia un verdadero humanismo fraterno y solidario de las personas y de los pueblos.

María Soledad Paladino
Profesora de Ética de la Facultad de Ciencias Biomédicas de la Universidad Austral, Argentina

____________________

(1) Ratzinger J.-Benedicto XVI, Juan Pablo II. Mi querido predecesor, Lumen, Buenos Aires 2007, p. 57.

(2) Card. J. Ratzinger, Discurso al IV Consistorio Extraordinario (4-IV-1991).

(3) Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta a los obispos acerca de la nueva redacción del n. 2267 del Catecismo de la Iglesia Católica sobre la pena de muerte (1-VIII-2018), 1.

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