Philip Jenkins estudia la difusión de la fe cristiana y los prejuicios anticatólicos
A juzgar por las actuales tendencias de crecimiento, el centro de gravedad del cristianismo se está desplazando al «Sur» (África, Asia, Latinoamérica). En antiguas y actuales tierras de misión se extiende una fe cristiana vigorosa, con un fuerte avance de grupos pentecostales. El contraste con Occidente se completa con la persistencia de prejuicios anticatólicos, particularmente en Estados Unidos. Uno y otro tema estudia el historiador norteamericano Philip Jenkis en sendos libros recientes.
Philip Jenkins, prestigioso profesor de la Penn State University (Estados Unidos), es quizá el más destacado analista actual en materia de tendencias religiosas. Aunque es historiador, su competencia en el uso de estadísticas lo acredita también como sociólogo. De ahí que los medios de comunicación suelan recurrir a él para que comente asuntos controvertidos.
En los últimos años, Jenkins ha publicado dos libros importantes: The New Anti-Catholicism (1) y The Next Christendom (2), ambos editados por Oxford University Press.
El cristianismo se inclina al «Sur»
En la segunda de estas obras aborda el tema más fascinante: ¿hacia dónde irá el cristianismo en los próximos cincuenta años? Jenkins habla en términos demográficos y geográficos, aunque sin duda tiene en cuenta la cuestión de qué rama del cristianismo crecerá. Usa los términos «liberal» y «conservador», más que «ortodoxo» y «heterodoxo», pero el significado es claro para el lector atento. Jenkins mismo, ex católico pasado a la Iglesia episcopaliana, no consigna su actual confesión religiosa, sino que mantiene una fría objetividad, como historiador que es. El libro ha estado entre las obras de religión más leídas en el año.
Jenkins dice: «Durante los últimos cinco siglos, más o menos, la historia del cristianismo ha estado inextricablemente unida con la de Europa y las civilizaciones de origen europeo en ultramar, sobre todo en Norteamérica. (…) Según el estereotipo, los cristianos no son negros, ni pobres ni jóvenes. Si eso fuera cierto, entonces la creciente secularización de Occidente solo puede suponer que el cristianismo vive sus últimos días. En el conjunto del mundo, la fe del futuro sería el islam. Pero en el siglo pasado, el centro de gravedad del mundo cristiano se ha trasladado se modo inexorable al sur: a África, Asia y Latinoamérica».
Asombra ver cuán pocos cristianos serios plantean sus actuales esfuerzos de evangelización pensando en el futuro que desearían para la fe. En Occidente, muchos se limitan a lamentar el triste declive de la práctica religiosa entre los católicos y a mantener una actitud defensiva para salvar lo que queda de la cultura cristiana en sus países. Otros, en los países en desarrollo, se contentan, y no sin razón, con sobrevivir a la miseria económica y social en que se encuentran, y están más pendientes del premio que les espera en la vida eterna que del crecimiento y el influjo de la fe en las próximas décadas. De hecho, en Asia, África o Latinoamérica, muchos cristianos sufren o mueren, literalmente, por su fe, mientras tantos en el Oeste decadente despilfarran a la ligera siglos de herencia cristiana.
La fuerza del cristianismo «tradicional»
Jenkins se detiene a explicar con mucho detalle que el cristianismo del hemisferio sur es sobre todo «tradicional», tanto entre católicos como entre protestantes. Anota también la existencia de cientos de millones de cristianos pentecostales y de comunidades independientes, de las que dice: «Estas nuevas Iglesias predican una fe personal profunda junto con una ortodoxia, un misticismo y un puritanismo comunitarios, todo ello basado en la clara autoridad de la Escritura». Para tales comunidades, prosigue, «la profecía es cosa de todos los días, y las curaciones, los exorcismos y las visiones en sueños son componentes fundamentales de la sensibilidad religiosa… Según las previsiones actuales, el número de creyentes pentecostales podría superar los mil millones antes de 2050».
Uno y otro fenómeno tienen enorme relevancia para la Iglesia católica, que de cara a las próximas décadas ha de decidir dónde pone sus recursos de evangelización: nuevas diócesis, distribución de sacerdotes y religiosos, nuevos movimientos e instituciones eclesiales. Sin duda, no se trata de abandonar los continentes en decadencia, Europa y Norteamérica, que pueden recobrarse aunque la demografía juega en contra, especialmente en Europa. Occidente todavía conserva gran poder económico y cultural en el nuevo panorama de la globalización. En estos años finales del impresionante pontificado de Juan Pablo II ya se columbra la enorme tarea que habrán de afrontar sus inmediatos sucesores -que muy bien pueden venir de entre los cardenales africanos o sudamericanos-, aunque solo fuera para no perder comba ante el creciente número de cristianos del «sur».
Occidente, tierra de misión
Todo cristiano con afán apostólico y sentido de la historia debería leer este libro. A la vez, todo católico ansía la unidad. Cuando está tan vivo el cristianismo primitivo, especialmente en África, es hora de que la Iglesia jerárquica y sacramental predique la verdad con entusiasmo a esas Iglesias pentecostales e independientes de recién evangelizados. En América Central y del Sur, con siglos de cultura y tradición católica a sus espaldas, la solución es re-evangelizar para recobrar los millones de creyentes que han caído en sectas protestantes, sobre todo por la falta de catequesis y de clero nativo.
Según Jenkins, el cristianismo seguirá siendo la más numerosa religión del mundo durante décadas. Pero debemos preguntarnos: ¿el cristianismo del futuro será católico? La respuesta vendrá del Espíritu Santo y de quienes colaboren con Él. Quizá en el futuro habrá que enviar misioneros a Nueva York, Los Ángeles, Londres, París, Moscú… ¡o incluso Roma!
Un prejuicio persistente
En The New Anti-Catholicism, Jenkins examina el quizá más persistente prejuicio en la historia de Estados Unidos. El tema resulta particularmente actual ahora que compite por el sillón presidencial un católico declarado que sostiene posturas antitéticas a la doctrina moral católica en materia de matrimonio, familia y vida, mientras que su rival, cristiano evangélico, coincide con la enseñanza católica en esos mismos temas. Jenkins comienza su libro con la famosa cita del ensayista Peter Vierick, quien hace décadas escribió: «El anticatolicismo es el antisemitismo de los liberales».
Jenkins hace una breve historia del anticatolicismo en Estados Unidos. Trata el fanatismo del siglo XIX, originado en la cultura abrumadoramente protestante y dirigido contra los millones de emigrantes católicos provenientes de Irlanda, Italia y el sur de Alemania. Esta actitud se alimentaba de prejuicios que se remontan a la Reforma protestante, llegados a Estados Unidos con anteriores migraciones de puritanos ingleses y, sobre todo, de calvinistas escoceses e irlandeses. Ellos contribuyeron a perpetuar las famosas «leyendas negras» en torno a las Cruzadas, la Inquisición y la persecución de judíos, esta última renovada últimamente con la polémica sobre la actitud de Pío XII ante el Holocausto. Rara vez, sin embargo, los prejuicios se tradujeron en actos violentos; más bien se reflejaron en la enseñanza impartida en las escuelas públicas, en general de orientación protestante, y en una falta de oportunidades económicas y políticas para los nuevos inmigrantes católicos.
Anticatolicismo desde dentro
Con la elección de John F. Kennedy como presidente y la creciente fuerza social de los laicos católicos en todos los sectores de la sociedad, se pensó que los viejos prejuicios iban a desaparecer, al menos en parte. Sin embargo, como señala Jenkins, ha surgido un «nuevo» anticatolicismo. Hoy los principales representantes del anticatolicismo en Estados Unidos son «católicos anticatólicos», los llamados «católicos liberales», que han asumido el desprecio de los de fuera. Las reacciones a la película La Pasión de Cristo, de Mel Gibson, se produjeron después de que se publicara el libro de Jenkins, pero sin duda merecerían un capítulo en alguna próxima edición. La paradoja es que quienes tradicionalmente han sido los anticatólicos más suspicaces y aun fanáticos, los cristianos evangélicos, poco a poco se están convirtiendo en los mejores aliados de los católicos en las batallas culturales norteamericanas.
Ahora bien, el anticatolicismo nunca desaparecerá, ni en Estados Unidos ni en ninguna otra parte: al fin y al cabo, la fe, como la Cruz, es un signo de contradicción. Este libro, con todo, es una excelente exposición de sus raíces, historia y estado actual en Estados Unidos.
Philip Jenkins y el sociólogo Rodney Stark, de Baylor University (ver reseña de su libro The Rise of Christianity en el servicio 77/97) son dos eminentes investigadores norteamericanos en temas religiosos, y como tales los reconocen los medios de comunicación de su país. En sus libros muestran los efectos benéficos del cristianismo en la civilización y la cultura a lo largo de los siglos, a la vez que pacientemente desmenuzan los muchos malentendidos, mitos y puras mentiras que arrojan los enemigos del cristianismo. Es alentador encontrar dos investigadores tan renombrados que defienden con las armas de la ciencia el gran bien que la Iglesia ha hecho y continúa haciendo en favor de la familia humana.
C. John McCloskeyFr. C. John McCloskey es miembro senior del Faith and Reason Institute (Washington, D.C.).____________________(1) The New Anti-Catholicism: The Last Acceptable Prejudice, Oxford University Press, Nueva York (2003), 272 págs., 27 $.(2) The Next Christendom: The Coming of Global Christianity, Oxford University Press, Nueva York (2002), 288 págs., 28 $.Dónde crece el cristianismo
En una entrevista publicada en Atlantic Monthly (12-IX-2002) cuando apareció su libro, Philip Jenkins explicaba su visión del desarrollo del cristianismo en este siglo. Los continentes donde crece el cristianismo son también aquellos donde la población está aumentando (África, Asia, Latinoamérica). El cristianismo practicado en estos sitios tiende a ser más tradicional que en el Norte y quienes lo viven tienen a menudo una fuerte convicción del poder de lo sobrenatural para modelar directamente sus vidas.
Jenkins destaca dos factores que diferencian el modo de vivir el cristianismo en el Sur y en el Norte. El primero es la pobreza que predomina en el Sur: «Esto significa que los creyentes del Sur tienden a relacionar más estrechamente la palabra bíblica y sus preocupaciones que la gente rica del Primer Mundo. A menudo son gente que no tiene acceso al tipo de asistencia médica que el Primer Mundo da por supuesto, y por eso los elementos curativos y de exorcismo de la Biblia tienen mucho sentido para ellos».
El otro factor es la novedad: «En muchas partes del conjunto del Sur, el cristianismo es una religión mucho más nueva que en Europa o Norteamérica. Esto es particularmente cierto en África. En Latinoamérica el cristianismo está presente desde hace mucho tiempo, pero el tipo de cristianismo pentecostal y protestante que ha llegado en los últimos cincuenta años es una nueva experiencia. Así hay familias que están descubriendo la Biblia y el cristianismo por primera vez, y parece que les está resultando una experiencia nueva y emocionante».
Jenkins cree que a lo largo de este siglo el cristianismo y el islam van a competir por desarrollarse en regiones como África, China y la India, lo cual puede dar origen a choques en zonas conflictivas (Nigeria, Indonesia, Filipinas…). Pero, si lo juzgamos por los números actuales, «el cristianismo va a seguir siendo la religión más numerosa en el mundo, al menos hasta finales del siglo XXI. El cristianismo está creciendo más rápidamente en las regiones donde va a haber los mayores centros de población, si no de poder, del nuevo siglo. Por eso, si pensamos en la religión que va a influir en las vidas del mayor número de gente en el siglo XXI, es casi seguro que será el cristianismo».
Jenkins se pregunta cómo es posible que en Occidente se pierda esto de vista. «Pienso que aquí hay un prejuicio sobre el cristianismo: se considera que es la religión del Occidente rico, y que el cristianismo que se encuentra en África o Asia es un vestigio del imperialismo, un añadido extraño, que interfiere con las culturas autóctonas. El cristianismo que se suele practicar en el Sur es también el tipo de cristianismo por el que la gente de aquí no siente simpatía, al menos en los medios de comunicación».
Jenkins advierte que aunque el cristianismo haya sido llevado al Sur por los misioneros del Norte, hoy día se ha aclimatado allí y se ha convertido en una fuerza autóctona. Por ejemplo, «muchos africanos piensan que, al margen de donde haya venido, hoy el cristianismo es su religión. Cito en mi libro a Julius Nyerere, que fue presidente de Tanzania y una gran figura del socialismo africano, que se deshacía en elogios hablando de los misioneros. Decía que eran gente buena y generosa, que habían venido para tratar de ayudar a los africanos, por lo que había que agradecérselo. También hay hoy muchos cristianos alemanes, y no creo que les importe que fueran misioneros ingleses e irlandeses los que les trajeron el cristianismo hace mil años. Hoy son cristianos alemanes. Religiones de este tipo tienden a ser importadas e interiorizadas con bastante rapidez. Con el islam sucede lo mismo. La gran mayoría de los musulmanes no son árabes, pero consideran al islam su religión».
La minoría radical del Norte
En Norteamérica y en algunas iglesias de Europa hay una fuerte presión de los grupos liberales que dicen que la Iglesia católica no está en sintonía con los usos sociales, particularmente en temas relacionados con la sexualidad y la ordenación de mujeres. Pero Jenkins recuerda que «la Iglesia no ha perdido su sintonía con las sociedades seculares de otras partes del mundo, y particularmente en las zonas del mundo donde la Iglesia católica lo está haciendo bastante bien. Los norteamericanos son solo el 6% del total de católicos del mundo, e incluso eso es un poco engañoso. Dentro de ese 6% un buen número son ya latinos y asiáticos, y este es el segmento que crece, mientras que los blancos de origen anglosajón constituyen una pequeña proporción de la Iglesia católica». Los que pretenden reformas radicales en la Iglesia -reformas que no son apoyadas por los católicos del Sur- no se dan cuenta de que son cada vez más irrelevantes, porque el peso demográfico de la Iglesia se inclina hacia otra parte.
A este respecto, se refiere a una impresión visual que le hizo pensar durante un domingo en Amsterdam. «Uno se da cuenta de que está en un sitio completamente distinto a una ciudad americana, porque en el centro urbano no hay nada que recuerde a lo que podríamos llamar vida parroquial. Amsterdam es una ciudad completamente secularizada y las iglesias están cerradas o vacías. Pero si uno va a los suburbios pobres, puede ver iglesias llenas de africanos. Y uno piensa en lo que eso evoca de imperios coloniales, y de todos esos misioneros holandeses que fueron a África o Asia para evangelizar. Al ver a esos africanos, que claramente no están entre los más ricos del mundo, pero que son gente seria y respetable, uno piensa: Bien, éste es el futuro del cristianismo. Es una impresión visual muy poderosa».
Le preguntan si EE.UU., con sus fuertes movimientos como el pentecostalismo frente a las confesiones protestantes liberales, no es una anomalía en su distinción entre cristianos del Norte y del Sur. Jenkins piensa que así como Europa está descristianizándose rápidamente, y en África y Latinoamérica el cristianismo crece a buen ritmo, en EE.UU. el cristianismo se mantiene muy bien. No está de acuerdo en que EE.UU. sea una sociedad religiosamente cada vez más diversa. «Pienso que está convirtiéndose en una sociedad más cristiana, una sociedad en la que los cristianos son más numerosos y predominantes, porque cuantos más latinos hay en un país, más presentes están esas tradiciones religiosas. Una cifra que suelo citar es que en 2050 un tercio de los estadounidenses serán de raíces latinas o asiáticas. La gran mayoría de ellos tendrán un fondo cristiano». Así que EE.UU. es una anomalía dentro del paisaje mundial de las religiones. «El sociólogo Peter Singer decía que los indios son el pueblo más religioso del mundo, los suecos los menos religiosos y los americanos una nación de indios gobernada por una elite de suecos. Creo que es muy acertado». ACEPRENSA.