Juan Pablo II visitará Rumania del 7 al 9 de mayo
Bucarest. Juan Pablo II viajará a Rumania del 7 al 9 de mayo y se encontrará con los fieles católicos, que constituyen poco más del 6% de la población. Pero aún más novedoso es que por primera vez el Papa visitará un país de mayoría ortodoxa, donde se reunirá con los representantes de la Iglesia Ortodoxa Rumana, cuyo Patriarca Teoctist invitó personalmente a Juan Pablo II a realizar este viaje con el fin de impulsar el diálogo ecuménico. La visita del Pontífice ha despertado grandes esperanzas, y no sólo de carácter espiritual, en una nación que trata de superar graves dificultades económicas y sociales.
Juan Pablo II llegará a un país en el que el 80% de sus casi 23 millones de habitantes es de religión cristiana ortodoxa, organizada en una Iglesia nacional propia. Sólo el 6% son católicos, de rito griego, latino -predominante entre las minorías de origen húngaro y alemán- y armenio. Las comunidades protestantes (calvinistas, luteranos y baptistas), los hebreos y los musulmanes componen el resto del mosaico religioso.
Las relaciones entre los greco-católicos y los ortodoxos no han sido fáciles, especialmente desde la caída del régimen comunista de Ceausescu en 1989. El Gobierno comunista expropió decenas de edificios eclesiásticos de los greco-católicos y los entregó al patriarcado ortodoxo. Tras la revolución de 1989, los greco-católicos quisieron que sus bienes les fueran restituidos, y, en algún caso, los recuperaron recurriendo a medidas fuertes (cfr. servicio 31/99). La disputa por la posesión de las iglesias enrareció las relaciones con los ortodoxos, que ya consideraban a los greco-católicos como «traidores» a su Iglesia. Algunos desearían incluso que desaparecieran como comunidad, escogiendo entre la adhesión a la Ortodoxia o a la Iglesia Católica latina.
Para restablecer la unidad
A pesar de estos problemas, la preocupación por el ecumenismo se ha mantenido viva en los últimos años. No en vano Rumania fue la nación que envió un mayor número de representantes a la II Asamblea Ecuménica Europea, celebrada en Graz en 1997. En este marco, el Patriarca Teoctist invitó el pasado mes de febrero a Juan Pablo II a visitar su país para continuar el diálogo ecuménico.
En el mensaje que envió al Pontífice, el Patriarca Teoctist escribió que «la Iglesia Ortodoxa rumana es consciente de la necesidad de reconstituir la unidad de los cristianos mediante el diálogo ecuménico con la Iglesia Católica Romana y con otras confesiones cristianas». Con este espíritu, ruega a Dios que «haga de esta visita a la Iglesia Ortodoxa Rumana un paso significativo en el camino -difícil pero absolutamente necesario- del restablecimiento de la unidad de los cristianos».
La actitud abierta del Patriarca Teoctist se contrapone a la mostrada por otras Iglesias ortodoxas, en particular la rusa. El Patriarca de Moscú, Alexis II, ha manifestado recientemente sus dudas sobre la oportunidad de la visita papal a tierras rumanas. Cabe recordar que en 1997 Alexis II suspendió casi a última hora un encuentro con Juan Pablo II que debía celebrarse en Austria. En su opinión, actualmente no existen aún las condiciones necesarias para el encuentro, ya que entre las dos Iglesias hay demasiadas rencillas que obstaculizan el diálogo. Los puntos conflictivos son, principalmente, la devolución de bienes a la Iglesia Católica y las acusaciones de proselitismo con que algunos líderes ortodoxos califican la acción misionera que las Iglesias cristianas católicas y protestantes han desarrollado en el Este europeo a partir de 1989.
En este contexto, la invitación de la Iglesia Ortodoxa rumana constituye una ocasión única para reducir las diferencias con el catolicismo y avanzar realmente hacia la unidad de los cristianos. Juan Pablo II y el Patriarca Teoctist no sólo estudiarán temas relativos a la situación actual de la cristiandad, sino que compartirán momentos de oración en los que primará la dimensión ecuménica. El 9 de mayo está previsto que el Pontífice asista a la celebración de la Santa Liturgia que oficiará el Patriarca Teoctist en la catedral ortodoxa. Ese mismo día, por la tarde, presidirá la celebración de la Santa Misa, en presencia del Patriarca. El propio Juan Pablo II ha expresado su deseo de unirse «a la oración de la entera comunidad ortodoxa para rogar al Señor que lleve a cumplimiento la petición que hizo a su Padre la víspera de su sacrificio en la cruz para la redención del mundo: ‘¡Padre Santo! Guarda en tu nombre a estos que Tu me has dado, a fin de que sean uno así como nosotros somos uno'».
Expectativas de la población
El viaje de Juan Pablo II no sólo ha creado expectativas de carácter religioso, sino también otras de carácter menos espiritual, en una nación que lucha por superar graves dificultades económicas y sociales. Por ejemplo, el 80,5% de los rumanos espera que gracias a esta visita mejore la imagen del país en el exterior, según una encuesta realizada en marzo por el Instituto Nacional Rumano para los Estudios de Opinión y Marketing a fin de determinar el grado de interés que despierta el viaje entre los ciudadanos.
El hecho de que un porcentaje tan elevado de la población considere la visita del Sumo Pontífice católico de una manera positiva es muy significativo, si se tiene en cuenta que se trata de un país mayoritariamente ortodoxo. El 43,9% de la población cree que se trata de un acontecimiento «bastante importante», e incluso es «muy importante» para un 35,2%.
Sin embargo, sólo el 3,4% de los encuestados afirma que se desplazará desde otras ciudades hasta la capital, Bucarest, para ver al Papa. El 21,9% asegura que lo intentará, y el 19,7% aún no lo ha decidido. Más de la mitad, el 53%, tiene claro que no se moverá de casa. Esta decisión puede deberse principalmente a dos factores. Por una parte, para la gran mayoría Juan Pablo II no deja de ser la máxima autoridad de otra religión; por otra, en medio de la crisis económica que atraviesa el país, no son muchos los ciudadanos que pueden permitirse gastos extra.
La herencia del comunismo
Efectivamente, Juan Pablo II encontrará un país que aún trata de salir adelante tras la revolución de 1989 que acabó con el régimen comunista de Nicolae Ceausescu. Pero la revolución no ha producido todos los frutos esperados. Como dicen los ciudadanos de a pie, con el comunismo tenían dinero, pero no había casi nada que comprar; actualmente los artículos de consumo se encuentran con facilidad, pero falta el dinero.
Así, la situación social es cada vez menos estable. A las protestas de los mineros del pasado mes de enero se suman ahora las de los sindicatos, que rechazan la política del Gobierno de centro-derecha del Primer Ministro, Radu Vasile. Mientras, el lei, la moneda rumana, pierde terreno a diario frente al dólar.
Las poco cuidadas calles de la capital constituyen un buen reflejo del estado de la nación. Como tantos otros, los edificios de una de las plazas más representativas del antiguo régimen comunista, Piata Unirii, aparecen coronados por enormes letreros de la Coca-Cola y de otras compañías emblemáticas del capitalismo. Una minoría rica convive con una clase media que está muy por debajo de la de los países de la UE -el salario medio es de 100 dólares al mes- y con un amplio estrato de personas pobres entre las que se cuentan numerosos niños abandonados.
Con todo ello, el relanzamiento de la imagen exterior sigue siendo vital para atraer más capitales extranjeros, y quizá por esta razón hay tantas expectativas de que la visita del Papa contribuya positivamente. Mientras Bucarest se prepara para recibir a Juan Pablo II, todo el país dirige su mirada hacia el Pontífice viajero que, una vez más, trae la esperanza a las naciones menos favorecidas. p
María Luisa Faus