Alphonse Quénum, profesor del Instituto católico de África Occidental (Abiyán), escribe en La Croix (7 enero 2000) sobre tolerancia y proselitismo, a propósito de las relaciones entre cristianismo e islam.
(…) La conciencia aguda del deber de esta actitud positiva que implica la tolerancia permite mantener y proteger un espacio de coexistencia pacífica. Así nadie intenta obstaculizar la influencia de la otra religión más que por la libre discusión y una sana emulación. ¡No es fácil, pero es necesario! (…)
Pero hacer creer, en nombre del diálogo, que no hay lugar para el proselitismo, es deslizarse hacia una hipocresía convenida o pedir al cristianismo que haga un mal negocio. (…)
El proselitismo, en su sentido original, no tiene nada de negativo siempre que no adopte actitudes fanáticas. La realidad es que no hay ninguna convicción que no aspire a ser compartida y por lo tanto propagada. Ahora bien, la evangelización o misión supone invitar a la conversión de aquel o de aquella a quien se dirige, y el cristianismo no puede renunciar a ser misionero.
El proselitismo aparece, pues, como una dimensión intrínseca de toda religión, y una religión que no haga proselitismo está destinada a desaparecer o a estancarse. Sin embargo, la manera es hoy casi tan importante como las verdades que se anuncian.
(…) El espacio de poder que postula cada grupo religioso induce a menudo conflictos, porque hay concurrencia y deseo de dominación o de predominio. Solo la promoción de un Estado de derecho no confesional permite establecer la distancia que mantiene cada uno respetando el interés de todos. Toda religión de Estado pone en riesgo esto. Ahora bien, hay Estados donde sólo el islam tiene derecho de ciudadanía y las otras religiones no.
Seamos claros: no se debería negar a nadie el derecho a hacer proselitismo, sino exigir a todos que respeten la libertad de cada uno y honren la ley y el derecho. (…) No se puede negar al cristianismo lo que se concede a otros: el derecho a expandirse.
En África negra, el proselitismo está a la orden del día, las iglesias están llenas, las mezquitas también. El verdadero problema es encauzar este flujo desbordante para que nadie atropelle a los otros porque es el más fuerte o quiere emprender una guerra santa o una cruzada para eliminar a los otros.
No tengo espíritu de cruzado ni la pasión de un fanático, imbuido de ideología y dispuesto a todo para imponer mi creencia. Sin embargo, creo que las viejas comunidades cristianas occidentales, bastante agotadas en algunos sitios, no pueden dejar de ser proselitistas, salvo que acepten morir todavía más inexorablemente, dejando que otros ocupen su lugar.