Roma. Juan Pablo II clausuró el Sínodo especial para Asia como lo había comenzado: con una referencia muy particular a China. El Papa lamentó que el gobierno de Pekín no hubiera concedido autorización para viajar a los dos obispos que había invitado, y pidió que «se permita a la Iglesia presente en China abrirse cada vez más a la Iglesia universal», lo mismo que el país se está abriendo ya cada vez más al mundo.
El sínodo concluyó sus casi cuatro semanas de trabajos en el Vaticano con la presentación al Santo Padre de una serie de propuestas destinadas a relanzar la evangelización del continente y a llevarla a cabo conforme con la sensibilidad de los distintos pueblos y culturas. Las propuestas, en este caso 59, no se hicieron públicas, de acuerdo con el carácter consultivo del sínodo.
Como es habitual, el Papa incluirá esas propuestas en el texto de la exhortación apostólica que publicará dentro de unos meses y que será la auténtica conclusión del sínodo. Ese documento, como ya ha hecho en otras ocasiones, será presentado a los fieles por el propio Papa durante un viaje hecho a propósito a ese continente. En este caso, aunque no existe aún una decisión, se habla de que podría viajar a una ciudad símbolo como Calcuta, en la que también podría rendir homenaje a los restos mortales de la madre Teresa.
Además de las propuestas, el sínodo elaboró un mensaje público en el que se incluyen algunos aspectos que se consideran esenciales. Entre otros puntos, los padres sinodales subrayan la necesidad de tener en cuenta las culturas locales, especialmente en la liturgia; esa observación no excluye, sin embargo, un explícito agradecimiento a los muchos misioneros de otros países que, a lo largo de los siglos, han diseminado la fe en los distintos puntos de Asia.
Se pone de relieve también la importancia del diálogo interreligioso y se denuncia la existencia de países en los que no se respeta la libertad religiosa y otros derechos humanos. Se recuerda que todavía hoy los cristianos en Asia sufren persecuciones y que los fieles necesitan pastores vigilantes y guías espirituales, «no simplemente eficaces administradores».
El sínodo hizo también un llamamiento para que se conserve el carácter único de Jerusalén como Ciudad Santa para hebreos, cristianos y musulmanes. Denunció los peligros de la expansión de la industria bélica, pidió la renegociación de la deuda externa (un tema del que se habla con insistencia especialmente desde que el Papa lo sugirió como una manifestación del espíritu jubilar de cara al año 2000). Otra petición concreta fue que se ponga fin al embargo contra Irak, que se cobra sus víctimas entre la población inocente.
Aunque el sínodo ha sido pocas veces noticia, muchos de los temas que ha abordado -si bien desde un punto de vista pastoral o de la doctrina social de la Iglesia- estaban relacionados con problemas del continente asiático que sí han ocupado con frecuencia la atención de los medios informativos: las revueltas en Indonesia, las elecciones en Filipinas, los experimentos nucleares de India, la intolerancia en Pakistán o la situación de Corea del Norte (país del que tampoco asistió ningún obispo), por no hacer referencia al Oriente Próximo.
Diego Contreras