El Sínodo de los Obispos tratará de la vida religiosa en todas sus facetas, sin ocultar los problemas existentes, a juzgar por el contenido de la introducción presentada por el relator general, el cardenal Basil Hume, arzobispo de Westminster (Inglaterra), y de las intervenciones de los participantes durante la primera semana.
Hume, que es benedictino, subrayó que se trataba de un Sínodo de obispos y no de religiosos; es decir, que son los obispos quienes han de discernir lo concerniente a un estado eclesial específico, como en Sínodos anteriores lo hicieron con el sacerdocio o con los fieles laicos. Después Humeapuntó los tres grandes apartados de estudio del Sínodo. En primer lugar, el papel de los obispos en relación con las órdenes y demás instituciones de vida consagrada presentes en la diócesis; en este aspecto, se trata de asegurar el debido equilibrio entre la exención jurídica de los religiosos y la coordinación de la tarea pastoral de las diócesis. La posibilidad de que surjan problemas a este respecto se puso de manifiesto en la intervención de Mons. Castrillón. El arzobispo colombiano advirtió que la exención jurídica, que concede a los religiosos gran autonomía respecto a los obispos diocesanos, no puede convertirse en un pretexto para apartarse de la autoridad: «Parecería que la exención, más que una amorosa unión a la Santa Sede para preservar el sentido de la universalidad de los carismas y colaborar con el Santo Padre en su solicitud por todas las Iglesias, indicara un camino de liberación frente a la autoridad».
El segundo punto destacado por el Card. Hume se refiere a la reflexión sobre la identidad de la vida consagrada: ¿qué rasgos la distinguen en la Iglesia? Y por último, como tercer gran apartado, los nuevos problemas y tareas que deben afrontar hoy los religiosos para cumplir su misión específica.
El Card. Hume recomendó «equilibrio» para tratar «situaciones particulares», a las que se debe hacer frente con lucidez. Por ejemplo, la crisis vocacional que afecta a muchos institutos religiosos en Occidente. También advirtió que «ciertas decisiones, actitudes o reivindicaciones deben valorarse más a la luz del Evangelio que con criterios basados en ciencias humanas o en tendencias culturales». Esta regla debería aplicarse a la hora de decidir qué hacer «cuando las comunidades no quieren tener superiores jurídicos, cuando se practica la dispersión de las comunidades para vivir en apartamentos y realizarse cada uno por su cuenta en trabajos personales, cuando personas consagradas toman públicamente posturas contrarias a las de los obispos o el Papa, cuando centros de enseñanza, publicaciones o actividades caritativas y pastorales están en oposición al Magisterio».
Entre los puntos aparentemente secundarios está la cuestión del hábito de los religiosos. «Ha llegado el momento -dijo el Card. Hume- de abrir el debate sobre el hábito como signo de la persona consagrada, tanto dentro como fuera de la comunidad religiosa, ya que tiene más importancia de lo que se afirma en ciertos ambientes». En la misma línea se manifestó el arzobispo de Lima, el jesuita Augusto Vargas Alzamora, que reclamó «el testimonio público de la vida consagrada», pues en su mimetización «con la cultura burguesa dominante» ha prescindido de todo lo externo y ya «no se puede distinguir entre el laico y el religioso».
El Card. Hume pidió que la Asamblea prestara especial atención a todo lo concerniente a las religiosas, que constituyen el 75% del total de las personas consagradas. Aclaró que el hecho de que la ordenación sacerdotal está reservada a los varones «no limita, sin embargo, la promoción de la mujer y de la religiosa en la Iglesia, también en lo que se refiere a las consultas, a la elaboración de decisiones, y todavía más a la evangelización».
Para ofrecer una idea más completa de la variedad de formas de vida consagrada, Hume ofreció las siguientes cifras: «Hoy existen alrededor de 1.423 institutos religiosos femeninos de derecho pontificio y 1.550 de derecho diocesano. Entre los institutos masculinos, los de derecho pontificio son unos 250 y los de derecho diocesano 242. Por su parte, los institutos seculares se sitúan en torno a los 165, de derecho pontificio y diocesano, clericales y laicales, masculinos y femeninos. Hay otras 39 sociedades de vida apostólica de derecho pontificio. A estos hay que añadir un número creciente de vírgenes, viudos y viudas consagradas, de eremitas y de otros grupos que se preparan al reconocimiento canónico»