Con la publicación de la exhortación apostólica “Verbum Domini”, Benedicto XVI ha querido “revalorizar la Palabra divina en la vida de la Iglesia”. Recoge en ella las propuestas que se hicieron en el Sínodo de Obispos de octubre de 2008, y ha sido saludada como el documento más importante sobre la Biblia desde el Vaticano II. Responde a algunas cuestiones sobre la exhortación Francisco Varo, profesor ordinario en el Departamento de Sagrada Escritura de la Universidad de Navarra, que también ha realizado una labor de divulgación con el libro ¿Sabes leer la Biblia? (Planeta).
— El Concilio Vaticano II ya subrayó la importancia de que los fieles conocieran mejor la Sagrada Escritura. ¿Por qué se siente ahora de nuevo la necesidad de redescubrir el papel de la Palabra divina en la vida de la iglesia?
—La Iglesia no es un think-tank ni un foro permanente de pensadores dedicado al análisis y búsqueda de soluciones para las grandes cuestiones que se plantean en cada momento histórico. Tampoco es una gigantesca ONG que permanezca atenta a las necesidades concretas de cada lugar y tiempo para remediar situaciones acuciantes. Es algo distinto, y el servicio que ofrece es aún más interesante. Es una comunidad que ha recibido una Palabra que contiene la respuesta adecuada a las más hondas aspiraciones de cada persona, de cada pueblo, de cada sociedad, y de la humanidad en su conjunto. Nunca debe dejar de escucharla y anunciarla. El Concilio Vaticano II constituyó un gran impulso, pero la tarea sigue abierta, no está concluida. Hay que seguir trabajando en esa línea.
Pero, en cualquier caso, lo más importante es la disposición de leer la Biblia con ánimos de escuchar lo que Dios quiere decir a cada uno, y de responder con la propia vida.
El documento sugiere un posible modo de hacerlo: Primero se lee el texto y uno se pregunta ¿qué dice el texto bíblico en sí mismo? para inmediatamente meditarlo y responder a la cuestión de ¿qué nos dice el texto bíblico a nosotros? A partir de ahí puede surgir la oración: ¿qué decimos nosotros al Señor como respuesta a su Palabra? Esta lectura concluye con la contemplación, durante la cual aceptamos como don de Dios su propia mirada al juzgar la realidad, y nos preguntamos: ¿qué conversión de la mente, del corazón y de la vida nos pide el Señor?
—Algunos “nuevos ateos” se regodean en mostrar que la Biblia, especialmente en el Antiguo Testamento, rebosa crueldad e intolerancia contra los enemigos, o que recoge explicaciones que no concuerdan con los conocimientos científicos actuales. ¿Puede alimentar el espíritu un texto con estas características?
—No parece propio de personas inteligentes contentarse con simplificaciones que desfiguran la realidad. Por eso, en la exhortación apostólica Verbum Domini se afronta esta cuestión con cierta amplitud. A este respecto, se recuerda que la revelación bíblica está arraigada profundamente en la historia. El plan de Dios se manifiesta progresivamente y se realiza lentamente por etapas sucesivas. Dios elige un pueblo y lo va educando pacientemente.
La revelación se acomoda al nivel cultural y moral de épocas lejanas. Por eso la Biblia no habla con el lenguaje científico actual. Y también narra hechos y costumbres, como, por ejemplo, artimañas fraudulentas, actos de violencia, o exterminio de poblaciones, que eran comunes en esas épocas. Esto se explica por el contexto histórico, aunque pueda sorprender al lector moderno. No obstante, nunca falta, ya desde el Antiguo Testamento, la voz de los profetas que se alza vigorosamente contra todo tipo de injusticia y violencia, colectiva o individual.
Fe y razón ante la Biblia
—Hoy día encontramos fundamentalistas que tienden a interpretar la Sagrada Escritura al pie de la letra en todo. Y, en el otro extremo, grupos que dicen que hay que entender el texto bíblico acomodado a la sensibilidad moderna, aunque esto implique admitir conductas que la Biblia rechaza. ¿Dónde está el justo medio?
—La lectura católica de la Biblia exige mantener una armonía entre la fe y la razón. Ahí es donde se encuentra ese justo medio. Por eso, esta exhortación apostólica recuerda que, por una parte, se necesita una fe que, manteniendo una relación adecuada con la recta razón, nunca degenere en fideísmo, que llevaría a lecturas fundamentalistas; y por otra parte, se necesita una razón que, investigue con rigor científico los elementos históricos presentes en la Biblia, y a la vez se muestre abierta a dimensiones de la realidad, como es, por ejemplo, la acción providente de Dios, que escapan a sus procedimientos técnicos.
En cuanto a lo de acomodar el texto bíblico a la sensibilidad moderna, aun admitiendo conductas que la Biblia rechaza, eso es traicionar lo que el propio texto dice. Es cierto que la Biblia tiene mucho que decir en el mundo moderno, pero la honradez intelectual con la que merece ser tratada -al menos como un clásico de la cultura- exige llevar a cabo una hermenéutica adecuada. No toda interpretación hace justicia al texto.
La Biblia encierra el pensar y el vivir de una comunidad histórica, a la que llamamos Pueblo de Dios precisamente porque ha sido reunida y mantenida en la unidad por la irrupción de la Palabra divina. Sólo en la voz de ese sujeto vivo e imperecedero que es la Iglesia, la Palabra de Dios mantiene su contemporaneidad con los hombres de todas las épocas.
—¿Qué puede aportar a la nueva evangelización un redescubrimiento de la Biblia?
—Benedicto XVI propone que renovemos nuestro compromiso de aspirar a ese “alto grado de la vida cristiana ordinaria” que el Papa Juan Pablo II impulsaba a alcanzar al principio del tercer milenio cristiano. Pero sólo podremos conseguirlo si cada día profundizamos en la palabra que Dios ha dado a la Iglesia.
El Sínodo, y ahora este documento, apelan a la responsabilidad de los laicos para que la Palabra de Dios no aparezca en nuestro mundo solo como una bella filosofía ni como una utopía, sino como algo que se puede vivir y que hace vivir. Y eso, en los diferentes ámbitos de la vida cotidiana, del trabajo, la escuela, la familia y la educación.
Y, en el contexto de la nueva evangelización, se ha subrayado la importancia de favorecer en el mundo de la cultura un conocimiento adecuado de la Biblia, también en los ambientes secularizados y entre los no creyentes, ya que la Sagrada Escritura contiene valores antropológicos y filosóficos que han influido positivamente en toda la humanidad. Un gran reto para nuestro tiempo consiste en recobrar plenamente el sentido de la Biblia como un gran códice para las culturas.
—Hoy coinciden en la opinión pública una ignorancia de la Biblia y una gran curiosidad por textos apócrifos (evangelio de Judas, de María Magdalena…) donde se buscan doctrinas que habrían sido silenciadas por la interpretación oficial de la iglesia. ¿Cómo responder a este interés por lo esotérico?
—Ese interés responde a un contexto cultural donde se funciona como si la verdad no existiera, sino sólo percepciones sectoriales de la realidad. Esto despierta un hambre de novedades que ciertos autores buscan saciar mezclando ficción, Historia Sagrada e intrigas. Pero sus libros no resisten a ninguna investigación histórica seria. Son simples válvulas de escape para evadirse de una realidad que no se desea asumir.