Mons. Fernando Ocáriz, nombrado ayer por el Papa para suceder a Mons. Javier Echevarría como prelado del Opus Dei, practica el tenis. Esto sin duda le ayuda a estar en buena forma, pero le expone, como a todo deportista, al riesgo de lesiones. Por una, precisamente, tuvo que ser operado en el verano de 2012. La convalecencia –varias semanas de moverse poco y apoyado en muletas– me facilitó hacerle una larga entrevista que apareció el año siguiente en el libro Sobre Dios, la Iglesia y el mundo.
En las fotos de Mons. Ocáriz que se han publicado estos días, suele aparecer sonriente. No debió de ser difícil de conseguir para los fotógrafos, pues esa es la expresión más frecuente en él: una sonrisa habitualmente leve, que delata un buen humor constante, y se expande para recibir a quien se le acerca. Esta impresión de persona acogedora se completa, al comenzar a conversar, con la voz suave y calmada con que habla, vehículo de su optimismo y de su visión serena de los problemas.
Nació en 1944 en París, de padres españoles; cursó estudios superiores en Barcelona y Roma. Ordenado sacerdote en 1971, desde entonces su principal cometido es el trabajo pastoral, en especial con jóvenes al principio, y como vicario general del Opus Dei a partir de 1994. Los dos últimos años, hasta el fallecimiento de Mons. Javier Echevarría a los 84 años de edad, ha sido su vicario auxiliar, con facultades más amplias para ayudarle en la dirección de la prelatura.
Físico y teólogo
A la vez, Mons. Ocáriz ha ejercido la docencia y la investigación en teología. Entre sus maestros, él destaca al teólogo italiano Cornelio Fabro y a san Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei. Sus publicaciones, fuera de dos libros de filosofía —uno sobre el marxismo y otro sobre Voltaire—, tratan de materias como la revelación divina, la cristología, la gracia. Otro tema al que ha prestado atención es la condición de hijos de Dios, que los cristianos reciben en el bautismo: la ha examinado tanto desde el punto de vista dogmático como desde la dimensión existencial, o sea, cómo se manifiesta en la vida del cristiano.
En la física y en la teología ve un atractivo común: ambas abren, cada una a su modo, al conocimiento de la realidad
Pero no puede decirse que Mons. Ocáriz soñara desde niño con ser teólogo. Cuando acabó la enseñanza media se matriculó en la Facultad de Física de la Universidad de Barcelona. Su opción por las ciencias era en buena parte de familia: su padre, veterinario militar que luego dejó el ejército, realizaba estudios de biología animal. Mons. Ocáriz descubrió la teología cuando comenzó a estudiarla, siguiendo el programa de formación para los miembros del Opus Dei, al que pertenecía ya en sus años universitarios. No fue una conversión radical, pues él no reconoce oposición entre letras y ciencias. En la física y en la teología ve un atractivo común: ambas abren, cada una a su modo, al conocimiento de la realidad, y ambas ofrecen campo ilimitado para ahondar e investigar.
Mi entrevista se apoyaba en esas competencias de Mons. Ocáriz, para pedirle que comentara temas de interés general: sobre la Iglesia y la fe cristiana, la teología y el Opus Dei, corrientes de pensamiento contemporáneas, y también cuestiones que están planteadas en la sociedad actual. Así, como desde 1986 es consultor de la Congregación para la Doctrina de la Fe, puede hablar del Card. Ratzinger, el prefecto hasta su elección como Papa en 2005, que prologó una de las obras de Mons. Ocáriz: Naturaleza, gracia y gloria (2000).
Sus publicaciones teológicas tratan de materias como la revelación divina, la cristología, la gracia o la condición de hijos de Dios
Amor a la libertad
De aquella conversación con Mons. Ocáriz me impresionó en particular cómo hablaba de la libertad: con una convicción que no es de eslogan, sino basada en una comprensión profunda del bien y la energía que la libertad supone. Unida a la fe en la providencia divina, forma en él un optimismo que es expresión de la esperanza cristiana. Por eso, Mons. Ocáriz subrayaba lo que después proclamó también el Papa Francisco: que el cristiano está llamado a dar testimonio de la “alegría del Evangelio”. Pues “la alegría propia de los hijos de Dios”, dice Mons. Ocáriz, es “manifestación típica de la fe y de la dinámica de su comunicación a los demás”.
En su nueva misión como prelado, Mons. Ocáriz tendrá que impulsar la labor propia del Opus Dei, como parte del empeño evangelizador que compete a la Iglesia entera. Por mi parte, confío también en que podrá seguir jugando al tenis.