El Papa Francisco ha dedicado la audiencia general del 10 de octubre al quinto mandamiento, cuya “formulación concisa y categórica [No matarás] se erige como un muro en defensa del valor fundamental en las relaciones humanas”, el valor de la vida.
Tras mencionar distintas formas de “desprecio por la vida” –desde las guerras hasta la explotación, pasando por las situaciones de indigencia–, Francisco se detiene a hablar expresamente de “la supresión de la vida humana en el útero materno en nombre de salvaguardar otros derechos”.
A quienes apelan a esos derechos para justificar el aborto, el Papa les dice: “¿Cómo puede un acto que suprime la vida inocente e indefensa en su florecimiento ser terapéutico, civil o simplemente humano? Os pregunto: ¿es justo deshacerse de una vida humana para resolver un problema? ¿Es justo contratar un sicario para resolver un problema? Uno no puede, no es justo deshacerse de un ser humano, aunque sea pequeño, para resolver un problema”.
¿De dónde vienen “la violencia y el rechazo a la vida” del concebido a la espera de nacer?, se pregunta Francisco. Y responde: “Del miedo. De hecho, acoger al otro es un desafío al individualismo. Pensemos, por ejemplo, cuando se descubre que una vida naciente tiene una discapacidad, incluso una grave”. Pero el Papa no se queda solo en la denuncia. Para estos padres pide “cercanía real, solidaridad verdadera, para afrontar la realidad y superar temores comprensibles”.
En sintonía con su habitual denuncia de la cultura del descarte, Francisco invita a reconocer la dignidad intrínseca de cada ser humano, al margen de lo valioso que parezca a la sociedad: “Un niño enfermo es como todos los necesitados de la tierra, como un anciano que necesita ayuda, como tantos pobres que luchan por salir adelante: ese que es visto como un problema, es en realidad un don de Dios que puede sacarme del egocentrismo y hacerme crecer en el amor”.
Frente a “los ídolos de este mundo” –el dinero, el poder, el éxito…–, que son “parámetros incorrectos para evaluar la vida”, el Papa propone redescubrir “la única medida auténtica de la vida”, a saber: “El amor con el que Dios ama a toda vida humana”. Aquí sitúa el Papa el sentido positivo del mandamiento “No matarás”: Dios es “amante de la vida” –dice citando a la Biblia– y todos somos queridos por Él.
De este planteamiento surgen consecuencias para la vida social: “En cada niño enfermo, en cada anciano débil, en cada emigrante desesperado, en cada vida frágil y amenazada, Cristo nos está buscando (cf. Mt 25, 34-46), está buscando nuestro corazón para revelarnos el gozo del amor”. (…)
“Debemos decirles a los hombres y mujeres del mundo: ¡no despreciéis la vida! La vida de los demás, pero también la vuestra, porque también para esto vale el mandato ‘No matarás’. A muchos jóvenes se les debe decir: ¡no desprecies tu existencia! ¡Deja de rechazar la obra de Dios! ¡Eres una obra de Dios! ¡No te subestimes, no te desprecies con adicciones que te arruinarán y te llevarán a la muerte!”.