«Dabru emet», un importante paso adelante en la comprensión mutua
¿Ha cambiado la visión judía del cristianismo?En los últimos cincuenta años se han hecho importantes esfuerzos en el ámbito cristiano para apreciar mejor el judaísmo, reconociendo errores del pasado. Entre las respuestas judías a esta nueva actitud, ninguna ha sido tan positiva como la declaración Dabru emet (ver texto), firmada en Nueva York y Baltimore el 10 de septiembre de 2000 y avalada hasta ahora por unos 170 líderes judíos, en su mayoría norteamericanos. Las reacciones suscitadas en el año que ahora se cumple desde que se publicó permite valorar la importancia de esta declaración.
Al cabo de un año de la publicación de Dabru emet, es posible encontrar en Internet cerca de setecientas páginas web en las que se ofrecen valoraciones, unas veces críticas y otras laudatorias, de su contenido. Además, decenas de conferencias en Universidades, declaraciones personales e institucionales, artículos de pensamiento, investigación o divulgación, se han interesado tanto por el contenido como por el significado de esa breve declaración.
El cambio de actitud entre los cristianos
El impulso espiritual y ético más importante para que los cristianos buscásemos un diálogo fraterno con nuestros «hermanos mayores» -por utilizar la expresión empleada por Juan Pablo II en la Sinagoga de Roma-, introduciendo un cambio revolucionario en el estilo que habían tenido esas relaciones durante casi dos milenios, arranca del horror ante la tragedia del Holocausto.
Cuando aún estaba muy reciente la Shoah, en agosto de 1947, un grupo de cristianos, católicos y protestantes, se reunieron en Seelisberg (Suiza) para analizar teológicamente la devastación sufrida por los judíos, y proponer algunas orientaciones pastorales para conjurar el peligro de que pudiera repetirse tal catástrofe. Allí propusieron de modo sencillo diez puntos acerca de cómo deberían hablar los cristianos sobre los judíos y el judaísmo, propuestas cuyo acierto ha confirmado el paso del tiempo.
La Conferencia de Friburgo, celebrada en julio de 1948, pocos meses después de la proclamación del Estado de Israel, fue un segundo paso en el esfuerzo por comprender mejor el judaísmo.
Pero el hito decisivo de ese proceso fue la Declaración Nostra aetate, del Concilio Vaticano II, aprobada el 28 de octubre de 1965. En el número 4 de esa Declaración se establecen por parte de la Iglesia algunos puntos fundamentales. De entrada, los cristianos recuerdan los vínculos con los que el Pueblo del Nuevo Testamento está espiritualmente unido con la raza de Abrahán. La religión judía no es algo extrínseco a nuestra religión, sino que tiene un algo que la Iglesia reconoce como parte del patrimonio de su propio misterio.
Además, se reconoce explícitamente que lo sucedido en la Pasión de Jesucristo «no puede ser imputado ni indistintamente a todos los judíos que entonces vivían, ni a los judíos de hoy». Por tanto, no tienen ninguna justificación teológica las medidas discriminatorias o, peor aún, persecutorias hacia los judíos que no han faltado a lo largo de la historia. Junto a esto, y como consecuencia de lo anterior, se hace notar que no se puede afirmar que los judíos sean reprobados o malditos como si esto se dedujera de la Sagrada Escritura, sino que, al contrario, San Pablo mismo afirma en la Carta a los Romanos que «los judíos son todavía muy amados de Dios a causa de sus padres, porque Dios no se arrepiente de sus dones ni de su vocación» (cfr. Rm 11,28-29).
En íntima relación con la Iglesia
En ese mismo documento de la Iglesia católica reunida en Concilio Ecuménico, y firmado por el Papa, la propia Iglesia «deplora los odios, persecuciones y manifestaciones de antisemitismo de cualquier tiempo y persona contra los judíos».
El impulso dado por Nostra aetate encontró cauce para su continuidad con el establecimiento en 1967 de una oficina de la Santa Sede para Relaciones Judeo-Católicas, que a partir de 1974 quedará constituida como Comisión para Relaciones Religiosas con los Judíos.
En 1985, esa Comisión publicó una Notas sobre la manera correcta de presentar al judaísmo en la predicación y la catequesis en la Iglesia católica, que ha sido tenida muy en cuenta en la redacción del Catecismo de la Iglesia Católica y en las que se invita a contemplar «la realidad permanente del pueblo judío… el pueblo de Dios de la Antigua Alianza, que nunca fue derogada… como una realidad viva íntimamente relacionada con la Iglesia».
Gestos para un respeto mutuo
Desde el punto de vista simbólico, el hecho más significativo fue la visita del Santo Padre Juan Pablo II a la sinagoga de Roma el 13 de abril de 1986. En la alocución pronunciada allí, a la vez que subrayaba la importancia y el compromiso que suponen para todos los católicos los documentos mencionados, quiso insistir en que «la religión judía no nos es extrínseca, sino que, en cierto modo, es intrínseca a nuestra religión. Por tanto, tenemos con ella relaciones que no tenemos con ninguna otra religión. Sois nuestros hermanos predilectos y en cierto modo se podría decir nuestros hermanos mayores».
Por lo que se refiere a la profundización ética y teológica en la valoración de la historia, el fruto más importante de todo el proceso de acercamiento católico hacia nuestros «hermanos mayores» -aunque haya sido controvertido- fue el documento Nosotros recordamos. Una reflexión sobre la Shoah, publicado en marzo de 1998. Se trata del primer documento universal de la Iglesia católica dedicado a recordar la particularidad del sufrimiento judío en el Holocausto y la seriedad con la que todos los católicos debemos ser conscientes de cómo el mal de la Shoah fue posible en tierras cristianas.
Un punto culminante de la nueva situación en las relaciones judeo-católicas lo marcó la peregrinación de Juan Pablo II a Israel en marzo del año 2000. En el Yad Vashem o Memorial del Holocausto, dijo: «En este lugar de recuerdos solemnes, ruego fervorosamente que nuestro dolor ante la tragedia que padeció el pueblo judío en el siglo veinte, conduzca al establecimiento de nuevas relaciones entre cristianos y judíos. Construyamos un nuevo futuro en el que no existan sentimientos anti-judíos entre los cristianos o sentimientos anti-cristianos entre los judíos, sino más bien, un respeto mutuo entre aquellos que adoran al Dios Único, Creador y Señor, y que ven en Abrahán nuestro padre común en la fe».
Una respuesta desde el judaísmo
Cuando el Año Jubilar se iba acercando a su fin, constituyó un motivo singular de alegría la Declaración Dabru emet (de la frase bíblica «decid verdad unos a otros», Zacarías 8,16). Un buen grupo de personalidades relevantes del judaísmo, después de constatar la nueva actitud que podían encontrar en sus relaciones con los cristianos, escribían: «Hablando sólo en nuestro propio nombre -somos un grupo de estudiosos judíos de tendencias diferentes-, creemos que ha llegado el momento de que los judíos reconozcan los esfuerzos que hacen los cristianos por valorar al judaísmo».
Pocas semanas después de que Dabru emet saltara a la luz, se hizo pública una carta de reconocimiento firmada por el cardenal William Keeler de Baltimore, junto con los miembros y asesores del Comité de Obispos de Estados Unidos para asuntos ecuménicos e interreligiosos. La carta califica al documento judío de «un gran regalo» e invita a los católicos de los Estados Unidos a que lo lean «con cuidado y respeto amoroso». «Hay mucho con que los católicos estarán de acuerdo instantáneamente y de corazón, y mucho que conducirá a una mayor consideración y diálogo entre nuestras dos comunidades y, nos atrevemos a decir, también dentro de cada comunidad».
Afavor y en contra
En efecto, el texto ha dado pie a un intenso diálogo en todos los ámbitos. Entre los judíos ha despertado adhesiones apasionadas y oposiciones vehementes. Por ejemplo, el rabino A. James Rudin, Consejero Interreligioso Senior del American Jewish Committee (Nueva York), explicó públicamente que no quiso firmar el documento porque, en su opinión, no describe de forma adecuada que «muchas enseñanzas y acciones cristianas a través de los siglos prepararon el terreno de cultivo -el clima moral, espiritual e intelectual- para el surgimiento del nazismo genocida».
En cambio, el rabino Irving Greenberg, que en la actualidad es el presidente de la Jewish Life Network, afirma que «esta Declaración es histórica, un gesto inaugural. (…) La piedra de toque de la integridad del judaísmo en respuesta al Holocausto reside en su capacidad de autodepurarse de actitudes que revelen odio, y neutralizar textos clásicos que puedan generar desprecio hacia otros. El hecho de que judíos y cristianos puedan superar siglos de recelo, ira y odio, constituirá un importante testimonio del poder de purificación y paz que poseen en su interior».
Con la mirada hacia adelante
El rabino Eric Yoffie, presidente de la Unión de las Congregaciones Hebreas Norteamericanas, en una lúcida conferencia pronunciada el pasado 23 de marzo en el Assumption College de Worcester (Mass.) expresaba su personal malestar con el modo en que muchos líderes judíos habían respondido a algunos de los últimos pronunciamientos de la Santa Sede, y más en concreto al documento Nosotros recordamos. Una reflexión sobre la Shoah, de 1998: «Cuando un amigo me pide disculpas por un pecado que ha cometido, la respuesta adecuada es agradecerle, recibir su arrepentimiento y expresar mi deseo de continuar nuestro diálogo. No es correcto, sin duda, recibir un sincero acto de arrepentimiento señalando toda actitud equivocada que considero que no fue abordada. Si cada paso hacia adelante es recibido con un ataque, hay poco incentivo para que se den nuevos pasos».
Desde una perspectiva católica es necesario valorar muy positivamente el hecho mismo de la declaración. Cada frase está cuidadosamente redactada y llena de significado, y algunas de ellas presentan desafíos quizá inesperados para los cristianos corrientes, que pueden no verse reflejados con precisión en lo que se afirma de ellos. Sin embargo, debemos estar agradecidos por el esfuerzo de comprensión y apertura manifestado por los redactores y firmantes. No se puede olvidar que se trata de un documento judío que, desde su propia identidad, busca honradamente entender el fenómeno religioso y cultural del cristianismo.
En el momento actual del diálogo judeo-cristiano la Declaración Dabru emet es un don a los cristianos y un signo de reconciliación que merece una acogida cordial.
Francisco VaroNational Jewish Scholars ProjectDabru emetDeclaración judía sobre los cristianos y el cristianismo
En los últimos años, se produjo un cambio espectacular y sin precedentes en las relaciones entre judíos y cristianos. Durante los casi dos milenios de exilio judío, los cristianos tendieron a caracterizar al judaísmo como una religión fracasada o, en el mejor de los casos, como una religión que preparó el camino para el cristianismo y encuentra en él su cumplimiento. Sin embargo, en las décadas que siguieron al Holocausto, el cristianismo cambió de una manera espectacular. Un número cada vez mayor de organismos eclesiales oficiales, tanto católicos romanos como protestantes, efectuaron declaraciones públicas para expresar su arrepentimiento por el maltrato de los cristianos hacia los judíos y el judaísmo. Esas declaraciones sostienen, además, que la enseñanza y la predicación cristianas pueden y deben ser reformadas en el sentido de reconocer la Alianza permanente de Dios con el pueblo judío y celebrar la contribución del judaísmo a la civilización mundial y a la misma fe cristiana.
Creemos que esos cambios merecen una respuesta meditada por parte de los judíos. Hablando sólo en nuestro propio nombre -somos un grupo de estudiosos judíos de tendencias diferentes-, creemos que ha llegado el momento de que los judíos reconozcan los esfuerzos que hacen los cristianos por valorar al judaísmo. Creemos que ha llegado el momento de que los judíos reflexionen sobre qué tiene que decir hoy el judaísmo acerca del cristianismo. Como primer paso, presentamos ocho breves enunciados sobre la forma en que los judíos y los cristianos pueden relacionarse entre sí.
Los judíos y los cristianos adoran al mismo Dios. Antes del surgimiento del cristianismo, los judíos eran los únicos que adoraban al Dios de Israel. Pero los cristianos también adoran al Dios de Abraham, Isaac y Jacob, el creador del Cielo y de la Tierra. Aunque el culto cristiano no es una opción religiosa viable para los judíos, como teólogos judíos nos alegramos de que, por medio del cristianismo, cientos de millones de personas hayan entrado en relación con el Dios de Israel.
Los judíos y los cristianos se remiten a la autoridad del mismo libro: la Biblia (que los judíos llaman «Tanakh» y los cristianos, «Antiguo Testamento»). Al buscar en él orientación religiosa, enriquecimiento espiritual y educación comunitaria, judíos y cristianos extraemos enseñanzas similares: Dios creó y sostiene el universo; Dios estableció una Alianza con el pueblo de Israel; la palabra revelada de Dios guía a Israel por una vida de rectitud; y Dios redimirá finalmente a Israel y a todo el mundo. Pero en muchos puntos, los judíos y los cristianos interpretan la Biblia de modo diferente. Esas diferencias siempre deben ser respetadas.
Los cristianos pueden respetar la reivindicación del pueblo judío sobre la tierra de Israel. El acontecimiento más importante para los judíos después del Holocausto fue el restablecimiento de un Estado judío en la Tierra Prometida. Como miembros de una religión bíblica, los cristianos aprecian que la tierra de Israel fue prometida -y otorgada- a los judíos como centro físico de la Alianza entre ellos y Dios. Muchos cristianos apoyan al Estado de Israel por razones mucho más profundas que las meramente políticas. Como judíos, aplaudimos ese apoyo. También reconocemos que la tradición judía prescribe la justicia para todos los no judíos que residan en un Estado judío.
Los judíos y los cristianos aceptan los principios morales de la Torah. En el centro de los principios morales de la Torah está la inalienable santidad y dignidad de todos los seres humanos. Todos nosotros fuimos creados a imagen de Dios. Este énfasis moral compartido puede ser la base de un mejoramiento de la relación entre nuestras dos comunidades. También puede ser la base de un vigoroso testimonio para toda la humanidad con el fin de mejorar la vida de nuestros semejantes y resistir frente a las inmoralidades y las idolatrías que nos dañan y nos degradan. Este testimonio es especialmente necesario después de los horrores sin precedentes del siglo pasado.
El nazismo no fue un fenómeno cristiano. Sin la larga historia de antijudaísmo cristiano y la violencia cristiana contra los judíos, la ideología nazi no habría podido imponerse ni llevarse a cabo. Demasiados cristianos participaron en las atrocidades nazis contra los judíos, o las consintieron. Otros cristianos no protestaron suficientemente contra esas atrocidades. Pero el nazismo en sí mismo no fue una consecuencia inevitable del cristianismo. Si el exterminio nazi de los judíos se hubiera terminado de consumar, su furia asesina se habría vuelto más directamente contra los cristianos. Reconocemos con gratitud a esos cristianos que arriesgaron o sacrificaron sus vidas para salvar judíos durante el régimen nazi. Teniendo esto presente, alentamos la continuación de los actuales esfuerzos de la teología cristiana para repudiar inequívocamente el desprecio hacia el judaísmo y el pueblo judío. Aplaudimos a los cristianos que rechazan esa enseñanza del desprecio, y no los culpamos por los pecados que cometieron sus antecesores.
La diferencia humanamente inconciliable entre judíos y cristianos no será resuelta hasta que Dios redima a todo el mundo, según las promesas de la Escritura. Los cristianos conocen y sirven a Dios a través de Jesucristo y la tradición cristiana. Los judíos conocen y sirven a Dios a través de la Torah y la tradición judía. Esa diferencia no será resuelta porque una comunidad insista en que interpreta la Escritura más correctamente que la otra, ni ejerciendo poder político sobre la otra. Los judíos pueden respetar la fidelidad de los cristianos a su revelación, del mismo modo que esperamos que los cristianos respeten nuestra fidelidad a nuestra revelación. Ni el judío ni el cristiano deben ser presionados para aceptar las enseñanzas de la otra comunidad.
Una nueva relación entre judíos y cristianos no debilitará la práctica judía. Una mejor relación no acelerará la asimilación cultural y religiosa que, con razón, temen los judíos. No cambiará las formas tradicionales del culto judío, ni incrementará los matrimonios mixtos entre judíos y no judíos, ni inducirá a más judíos a convertirse al cristianismo, ni creará una falsa combinación entre judaísmo y cristianismo. Respetamos al cristianismo como una fe que se originó dentro del judaísmo, y que sigue teniendo contactos significativos con él. No lo consideramos una extensión del judaísmo. Sólo si apreciamos nuestras propias tradiciones, podemos proseguir esta relación con integridad.
Judíos y cristianos deben trabajar juntos por la justicia y la paz. Los judíos y los cristianos reconocen, cada uno a su manera, que la situación de no redención del mundo se refleja en la persistencia de la persecución, la pobreza, la degradación humana y la miseria. Aun cuando la justicia y la paz pertenecen en última instancia a Dios, nuestros esfuerzos conjuntos, unidos a los de otras comunidades de fe, contribuirán a instaurar el Reino de Dios que esperamos y anhelamos. Por separado y en conjunto, debemos trabajar para instaurar la justicia y la paz en nuestro mundo. En esta empresa, somos guiados por la visión de los profetas de Israel:
Sucederá en días futuros que el monte de la Casa del Señor será asentado en la cima de los montes y se alzará por encima de las colinas. Confluirán a él todas las naciones, y acudirán pueblos numerosos. Dirán: «Venid, subamos al monte del Señor, a la Casa del Dios de Jacob, para que él nos enseñe sus caminos, y nosotros sigamos sus senderos» (Isaías 2, 2-3).
Tikva Frymer-Kensky, University of ChicagoDavid Novak, University of TorontoPeter Ochs, University of VirginiaMichael Signer, University of Notre Dame_________________________Traducción del inglés: Silvia Kot.