El sociólogo y teólogo americano Peter Berger ha escrito en su blog de The American Interest, llamado Religion and Other Curiosities, un artículo en el que explica por qué valorar las creencias religiosas sólo por sus efectos sociales, como hace Jürgen Habermas, resulta insuficiente.
Está claro que la visión de Habermas sobre el fenómeno religioso se ha transformado de forma radical. En un primer momento, consideraba que la religión “era una ‘realidad alienante’, un medio de dominación de los poderosos (…) Pensaba que la religión finalmente desaparecería” y que las sociedades modernas no necesitaría de “ilusiones irracionales”.
A partir de los años ochenta, “ese ánimo anti-religioso quedó silenciado”. Habermas observa que la religión no había desaparecido y que “muchas personas necesitaban de sus consuelos. La esfera pública, sin embargo, debe estar exclusivamente dominada por la racionalidad”. En esta segunda etapa, aunque el pensador alemán acepta la presencia de la religión, cree “que debe ser relegada a la vida privada”.
Sin embargo, con el nuevo milenio, se percibe un nuevo cambio, más interesante a juicio de Berger. Ahora Habermas “ve que la religión tiene una provechosa función pública, además de ofrecer consuelo privado. La ‘colonización’ de la sociedad por el ‘turbo-capitalismo’ (…) ha provocado una crisis cultural y ha socavado la solidaridad sin la cual la racionalidad democrática no puede funcionar. Estamos entrando ahora en una ‘sociedad post-secular’ que puede hacer un buen uso de las ‘intuiciones morales’ que la religión sigue suministrando”, sostiene Habermas. Y, junto con otros pensadores, reconoce las aportaciones culturales y filosóficas de la tradición judeo-cristiana, “que han sentado las bases de la autonomía individual y de los derechos”.
La debilidad de los argumentos utilitaristas
Para Berger, la aportación más relevante de este último Habermas ha sido el diálogo que mantuvo con el Cardenal Ratzinger, en el que “reconocía que el cristianismo había proporcionado la igualdad universal y la apertura de la razón, y continúa desde entonces facilitando la sustancia moral de la democracia”.
Pero, ¿cuáles han sido las razones de este cambio? Berger no sabe cuáles son las creencias personales de Habermas, pero supone “que su cambio de opinión sobre la religión no tiene relación con ningún tipo de conversión personal”. Para el sociólogo americano, Habermas ha seguido el mismo camino que muchos teóricos sociales: ha mirado a su alrededor y “ha llegado a la conclusión de que la teoría de la secularización –es decir, la tesis según la cual la modernización de la sociedad conlleva necesariamente una disminución de la práctica religiosa– no se ajusta a la realidad de los hechos. Más allá de este reconocimiento de la realidad empírica, Habermas admite las raíces históricas del moderno individualismo en la religión bíblica y piensa que esta relación se encuentra todavía hoy operativa”.
En definitiva, “ahora tiene una opinión positiva de la religión por razones de utilidad. La religión, sea verdad o no, es útil desde un punto de vista social”. Ahora bien, ¿son suficientes estas razones? Nadie puede negar que la religión y las creencias religiosas son importantes y buenas para la solidaridad y para el consenso moral de la sociedad. “El problema” explica Berger “es que esta utilidad depende al final de algunas personas que en realidad creen en el mundo sobrenatural que la religión afirma”. Y, por tanto, “la utilidad cesará cuando ya nadie crea en ello”. En conclusión, sólo en la medida en que la religión transmita un mensaje de verdad y, por tanto, se crea realmente en ella, podrá seguir siendo útil también para la vida social.