El anhelo asiático de Juan Pablo II

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El tercer milenio de la era cristiana debe ser el de la evangelización de Asia, así como el primero lo fue de Europa y el segundo de América y África. Juan Pablo II propuso este ideal durante su estancia en Filipinas, Papúa-Nueva Guinea, Australia y Sri Lanka (11-21 de enero), una visita apostólica que se caracterizó por la extraordinaria acogida popular y por un acercamiento a China, de consecuencias todavía imprevisibles.

La evangelización de Asia, el continente que acoge a la mayor parte de la humanidad y donde los católicos apenas representan el 3% de la población, fue uno de los temas constantes del 63.º viaje internacional de Juan Pablo II, uno de los más largos de todo el pontificado.

La visita supuso, además, el retorno del Papa a su catequesis itinerante, después de la pausa obligada por la intervención quirúrgica del pasado mes de abril. El propio Pontífice se refirió en varias ocasiones a este hecho, explicando las razones que le mueven a atravesar el mundo. «Como podéis ver -dijo en Sydney-, estoy de nuevo en Australia. En los últimos meses, algunas personas se habían preguntado si estaría en condiciones de venir. La divina providencia me ha permitido realizar esta peregrinación (…). Mientras Dios lo permita, debo continuar cumpliendo con el ministerio de Pedro: profesar que Jesucristo es el Mesías y el Señor, y confirmar a mis hermanos y a mis hermanas en la fe verdadera».

«El futuro depende de vuestra madurez»
Los momentos centrales del viaje fueron la X Jornada Mundial de la Juventud, que presidió en Manila, y las tres ceremonias de beatificación que celebró en Port Moresby, Sydney y Colombo, en las que elevó a los altares a los primeros beatos de Papúa-Nueva Guinea, Australia y Sri Lanka, respectivamente.

Sin duda, el acto más impresionante fue la misa de la Jornada de la Juventud, que con sus cuatro millones de participantes (según fuentes oficiales) se convirtió «en la mayor reunión de fieles que la historia haya nunca conocido con ocasión de una celebración religiosa», como señaló L’Osservatore Romano.

Tanto en esa ceremonia como en la vigilia de oración en el Rizal Park, de Manila, el Papa propuso a los jóvenes que, ante los «falsos maestros» que declaran que todos los ideales han muerto, ellos proclamen con convicción la verdad del Evangelio, que no es una cosa abstracta: «¡El Evangelio no es ni una teoría ni una ideología! ¡El Evangelio es vida!», el mensaje de Cristo resucitado.

Ante el triste espectáculo de «millones de jóvenes de todo el mundo que están cayendo en formas engañosas de esclavitud moral», el Papa les invitó a descubrir a Cristo como «camino, verdad y vida», y les alentó a construir «vuestras vidas sobre el único modelo que no os desilusionará».

«El mundo moderno necesita un nuevo tipo de joven: tiene necesidad de hombres y de mujeres capaces de autodisciplina, capaces de dedicarse a los ideales más altos, dispuestos a cambiar radicalmente los falsos valores que han esclavizado a muchos jóvenes y adultos».

De este modo, añadió, existirán motivos para mirar con confianza al futuro, «porque dependerá de vosotros el tercer milenio, que a veces se presenta como una época maravillosa para la humanidad, pero también despierta no pocos miedos y ansiedades. ¡El futuro depende de vuestra madurez!».

Validez de la misión
Ese encuentro extraordinario dejó en segundo plano las palabras que Juan Pablo II dirigió a los miembros de la Federación de las Conferencias Episcopales de Asia, que celebraba el 25.º aniversario de su constitución. El discurso, una especie de programa sobre el futuro de la evangelización del continente, fue leído por el cardenal filipino José T. Sánchez, prefecto de la Congregación para el Clero. Al final del acto, el Papa improvisó algunas palabras.

Las reflexiones partieron, precisamente, de la generosa respuesta que, como en las ocasiones anteriores, los jóvenes habían brindado a la Jornada de la Juventud convocada por la Iglesia. Ese hecho, para el Papa, constituye un llamamiento para que los pastores de la Iglesia hagan esfuerzos cada vez mayores en la evangelización.

La encrucijada en la que se encuentra actualmente Asia, con un crecimiento tecnológico y económico vertiginoso, que ha transformado también el «paisaje espiritual del continente» (indiferencia religiosa, secularización, pérdida de valores tradicionales, etc.), da nueva actualidad a la misión fundamental de la Iglesia, que es «el anuncio de Jesucristo y la promoción de los valores del Reino de Dios».

El Papa confirmó la validez en nuestros días de la «evangelización misionera» y la misión ad gentes, conceptos que «a los ojos de algunos parecían haber perdido interés e incluso validez», motivos por los que escribió la encíclica Redemptoris missio (1990), que completa la exhortación Evangelii nuntiandi, de Pablo VI.

El impulso misionero nace de la convicción de que «sólo Cristo puede desvelar plenamente la grandeza y la dignidad últimas de la persona humana y de su destino. El misterio del amor salvífico de Dios revelado en Jesucristo es una doctrina de fe, no una opinión teológica. ¡Esta buena nueva exhorta a la Iglesia a evangelizar!» La evangelización está dirigida tanto a los individuos como a las culturas, «que tienen necesidad de ser regeneradas con el contacto del Evangelio».

Cristianos y asiáticos
Junto a estas consideraciones de carácter general, el Papa se refirió al ámbito cultural en el que se desarrolla la evangelización en Asia: las antiguas tradiciones culturales, dijo, llevan dentro de sí el eco de la búsqueda de Dios; la Iglesia no rechaza lo que hay de verdadero y santo en ellas, sino que «espera que un día esta preparación al Evangelio llegue a su madurez en modos que sean del todo cristianos y del todo asiáticos».

El Papa señaló como ejemplo de «auténtica inculturación» la experiencia de la Iglesia primitiva: «A pesar de que la predicación de Cristo crucificado y resucitado contrastaba con la cultura religiosa» de los primeros destinatarios del Evangelio, «el Espíritu Santo guió el crecimiento de la Iglesia».

«Podemos rezar para que al igual que en el primer milenio la Cruz fue plantada en el suelo europeo, en el segundo milenio en el americano y africano, en el tercer milenio se pueda recoger una gran mies de fe en este continente tan vasto y vivo». El Papa evocó «el ejemplo y la intercesión» de los mártires «que han dado vida a la Iglesia en Asia con su sangre».

Sobre el diálogo con otras religiones, Juan Pablo II sugirió que, cuando sea posible, no quede sólo en argumentos de discusión teológica, sino que se entable un «diálogo de vida», que tiene una de sus manifestaciones en la promoción conjunta de una sociedad más justa y humana.

Evangelización y promoción humana
El Papa extendió sus reflexiones a la relación entre anuncio cristiano y desarrollo humano, que suele ser fuente de equívocos. «Debemos reconocer que ninguna necesidad humana, ningún sufrimiento, puede dejar indiferentes o insensibles a los discípulos de Cristo. Sin embargo, la Iglesia no tiene, ni puede pretender tener, una solución ‘técnica’ a todos los males que afligen a la humanidad. Es más, la misma Iglesia, como un peregrino en tierra extranjera, avanza entre las dificultades e incluso entre las persecuciones del mundo, fortalecida solamente por las consolaciones de Dios».

Al mismo tiempo, la Iglesia tiene el deber de hacer sentir su voz en las conciencias de los individuos y de la sociedad, defendiendo la dignidad de cada persona humana y sosteniendo los valores de la fe, la verdad, la libertad, la justicia y la solidaridad. Es consciente asimismo de que «los terribles males que afligen a la humanidad tienen su origen no sólo en la injusticia del hombre para con el hombre, sino también en la injusticia radical del hombre ante Dios».

El Papa puso de relieve que los católicos nunca podrán contentarse con ser una «pequeña minoría o una comunidad que mira sólo a su interior», pues toda persona tiene el derecho a conocer las riquezas del misterio de Cristo. A este propósito, rechazó un falso concepto de proselitismo y subrayó que el acto de fe y la incorporación a la Iglesia mediante el bautismo deben ser siempre completamente libres.

«El Papa del Sínodo»
Juan Pablo II alentó a los obispos a celebrar un Sínodo para Asia y Australia, propuesta que ya planteó en su carta apostólica Tertio millennio adveniente, sobre la preparación del jubileo del año 2000. Hablan del Papa, dijo, como el «Papa de los jóvenes y de la familia», sin embargo, «quizá el actual Papa será llamado el Papa del Sínodo». El Santo Padre explicó que se trata de un fruto del Vaticano II, que «nos recuerda que Cristo no eligió a uno, sino a doce». La experiencia del Sínodo, añadió, es muy positiva como momento de colegialidad, de oración y de conocimiento mutuo.

No faltaron en muchos de los treinta discursos que pronunció a lo largo del viaje expresiones de optimismo y de esperanza sobre el futuro de la evangelización en Asia, y sobre los frutos que traerá la «hora de gracia que estamos viviendo, mientras se avecina el tercer milenio». También recalcó el papel fundamental que corresponde a los católicos de Filipinas (el 82% de los 65 millones de habitantes) en la difusión del Evangelio por toda Asia.

Lo dijo explícitamente en su despedida de Manila: «Muchas personas han velado la semilla de la fe y han ayudado a que se desarrolle, y Dios la ha hecho crecer. ¿Cuánto crecerá? ¿Cuánto se difundirá desde aquí a la inmensa geografía humana de Asia? Es ésta la tarea que los jóvenes de la Jornada de la Juventud y toda la Iglesia de Filipinas han aceptado y llevarán adelante en el próximo siglo».

Un mensaje de reconciliación a China
El hecho de que una delegación de la Asociación Patriótica de los Católicos Chinos (controlada por el gobierno de Pekín) participara en la Jornada de la Juventud se interpretó como una señal explícita de apertura del gobierno comunista hacia el Vaticano. Para algunos observadores, sin embargo, la comparecencia de esos 24 representantes (sacerdotes, religiosas y laicos) era más bien un gesto de propaganda política del régimen.

Es difícil prever las consecuencias de ese gesto, pero lo cierto es que el Papa envió un «especial y afectuoso mensaje a todos los católicos chinos» a través de Radio Veritas. La emisora católica, la «voz de la Iglesia asiática», tiene su sede en Manila y emite programas en 14 idiomas, con una audiencia potencial que supera los tres mil millones de personas.

Afecto hacia los católicos chinos, necesidad de unión y reconciliación entre ellos y de comunión con la Sede de Pedro; estos fueron los puntos centrales de las palabras del Papa, grabadas en inglés en Roma y leídas también en chino por un locutor de la emisora.

El Papa subrayó, sin mencionarlos explícitamente, la necesidad de que los católicos «clandestinos», fieles a Roma y no reconocidos por la autoridad política, y los «patrióticos», reconocidos oficialmente, encuentren finalmente la unidad. La unidad debe estar basada en el amor: «Amor que consiste en comprensión, respeto, paciencia, perdón y reconciliación dentro de la comunidad cristiana». «Todos los días -dijo el Papa- rezo por vosotros, pidiendo al Señor que os ayude a permanecer unidos como miembros vivos del único Cuerpo Místico de Cristo».

Juan Pablo II recordó también que no puede haber unidad sin la aceptación de los principios inmutables que Cristo ha querido para su Iglesia. «Particularmente importante entre esos principios es la comunión efectiva de todas las partes de la Iglesia con su fundamento visible: Pedro, la roca. Por lo tanto, un católico que quiere permanecer y ser reconocido como tal, no puede rechazar el principio de la comunión con el sucesor de Pedro». Juan Pablo II dio a entender que ese sentimiento está más extendido entre los católicos chinos de lo que aparece a la luz pública: «¡Cuántos testimonios de fe, cuántos mensajes de fidelidad he recibido de comunidades de toda China! Obispos, sacerdotes, religiosos y laicos han querido reafirmar su inconmovible y plena comunión con Pedro y con el resto de la Iglesia».


La lenta penetración de la fe en Asia

La llamada del Papa a renovar los esfuerzos para la evangelización de Asia lleva a preguntarse por qué cuesta tanto que penetre la fe en este continente. Allí, salvo la excepción de Filipinas, los cristianos son una pequeña minoría, aunque plena de vitalidad. El misionero italiano Piero Gheddo reflexiona sobre este «misterio de Asia» en el libro Nel nome del Padre. La conquista cristiana: sorpruso o missione?, que recoge una larga entrevista escrita por Michele Brambilla (Bompiani, Milán, 1992; 234 págs.). Reproducimos algunos párrafos.

El cristianismo en Asia se ha enfrentado con las grandes religiones, algunas de ellas antiquísimas, anteriores a Jesús: el hinduismo, el budismo, el confucionismo, el sintoísmo. En África, los misioneros encontraron religiones tribales, no organizadas: una sed de Dios, a veces confusa, pero sobre la que se podía trabajar para llegar a la revelación cristiana. Asia ha sido y es un territorio menos fértil porque allí existen desde hace milenios religiones organizadas, que con frecuencia se identifican con el poder político y con la cultura nacional.

Cada vez que voy a Asia tengo la impresión de que la Iglesia está en los comienzos, como en Europa hace dos mil años. Aparte de Filipinas, los únicos países donde encontramos significativas minorías católicas son Líbano (40%), Vietnam (10%), Sri Lanka (8%), Corea del Sur (8%), Hong Kong (5%) e Indonesia (5%). En el resto, nada o casi nada, aunque India tiene 20 millones de católicos sobre una población de 850 millones de habitantes. (…)

Las Iglesias de Asia enseñan optimismo. Me convenzo cada vez más en todas las ocasiones en que estoy en ellas. Encuentro Iglesias vivas, llenas de actividad y de entusiasmo, ricas en vocaciones. No he encontrado nunca ese espíritu pesimista o derrotista que, por el contrario, vemos desgraciadamente con tanta frecuencia en nuestras Iglesias occidentales. En Asia, los cristianos son pocos, pero unidos, entusiasmados con la propia fe, nada dispuestos a «rebajarla» por las modas dominantes. Es más, están profundamente convencidos, a pesar de las dificultades en que viven, de que no sólo el Evangelio sino la misma Iglesia católica pertenecen al futuro de Asia (…).

El motivo de que Asia no se haya convertido todavía es para nosotros, misioneros, un misterio, a veces no exento de angustia. Pienso, sin embargo, que es algo providencial. Estoy convencido de que cuando Asia se convierta a Cristo traerá a la Iglesia tal riqueza humana que nos enriquecerá a todos y transformará profundamente nuestro modo de ser cristianos. Cristo ha nacido para todos los pueblos y lo comprenderemos bien sólo cuando sea vivido en todas las latitudes, en todo el planeta, porque cada pueblo, cada cultura, descubrirá en el tesoro de Cristo cosas nuevas y antiguas.

Para mí, sinceramente, no constituye un problema el hecho de que Asia no se haya convertido todavía. La conversión viene de Dios, no de los hombres. Me preocupa, por el contrario, el hecho de que nosotros, bautizados de Iglesias ya constituidas, seamos tan poco misioneros como para descuidar más de la mitad de la humanidad.

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