Escuela residencial india, Territorios del Noroeste. CC: Librería y Archivos de Canadá.
Periódicamente salen a la luz en Canadá nuevas revelaciones sobre el maltrato a niños indígenas recluidos a la fuerza en escuelas residenciales establecidas por el gobierno a principios del siglo XIX y gestionadas por iglesias. En un artículo publicado en Our Sunday Visitor, el escritor canadiense Brett Fawcett proporciona el contexto histórico de estas instituciones.
Según los informes publicados en 2015 por la Comisión Canadiense Verdad y Reconciliación (TRC), al principio de la creación de Canadá había dos enfoques respecto a los pueblos indígenas. El primero, compartido sobre todo por el gobierno y los comerciantes, consideraba a los indígenas como un obstáculo al progreso, que debía ser allanado. El segundo temía que la civilización industrial iba a destruir a unos pueblos nómadas y cazadores, que estaban en peligro de desaparecer si no aprendían los métodos agrícolas y se adaptaban a la nueva economía. El informe de la TRC indica que muchos misioneros católicos estaban en el segundo grupo.
Parece ser que también líderes indígenas pensaban entonces lo mismo. Según la TRC, “a pesar de los conflictos y decepciones que se producirían en el futuro, al comienzo del sistema escolar residencial, algunos líderes aborígenes y padres querían asegurar que sus hijos recibieran la enseñanza que iban a necesitar”.
En los tratados que se firmaron entre el gobierno federal de Canadá y los aborígenes, estos aceptaron compartir sus tierras a cambio de ciertas promesas, entre ellas la educación de los niños indígenas. Sin embargo, el gobierno de Canadá no estaba especialmente interesado en asumir esa responsabilidad y ese gasto. Así que recurrió a varias iglesias (católica, anglicana y otras), que habían establecido escuelas en Canadá desde principios del siglo XVII, con lo que tenían cierta experiencia e infraestructuras. El gobierno financiaría estas escuelas para niños indígenas y las iglesias las gestionarían. Para el gobierno tenía la ventaja de que al tratarse de religiosos era una mano de obra barata.
Algunos misioneros pensaban que el mejor modo de que los estudiantes indígenas asimilaran la civilización europea y la fe cristiana era separarles de su cultura nativa. Sin embargo, no eran partidarios de hacerlo sin el consentimiento de los padres. El gobierno tenía menos escrúpulos y obligó a los padres a enviar a sus hijos a estas residencias, muchas veces lejos de su familia y donde a menudo se les prohibía hablar su lengua nativa.
Como el gobierno quería gastar lo menos posible en estas escuelas, las condiciones materiales eran generalmente inadecuadas. Así que cuando estalló una epidemia de tuberculosis en Canadá, las tasas de mortalidad en estas residencias fueron muy superiores a la media del país.
Fawcett piensa que esto no exonera de culpabilidad a los misioneros, pero subraya que la primera responsabilidad correspondía al gobierno. Los abundantes testimonios de abusos y falta de cuidados de los niños son escandalosos, especialmente cuando se trata de personas que deberían dar ejemplo de amor al prójimo. Aunque los testimonios también muestran que algunos responsables hicieron su trabajo lo mejor que pudieron, y algunos antiguos estudiantes hablan positivamente de su experiencia allí.
Junto al maltrato de muchos estudiantes, el sistema residencial inculcó el desprecio de la cultura indígena. En el fondo estaba la idea de que la cultura indígena impedía a los niños incorporarse a la civilización industrial blanca, y algunos misioneros también la consideraban intrínsecamente pagana. Una actitud impropia de una Iglesia que a lo largo de la historia bautizó no solo personas sino también culturas.