Recordando a Juan Pablo II
El pontificado de Juan Pablo II no se puede valorar con criterios mundanos, escribe Ignacio Sánchez Cámara en «ABC» (4 abril 2005).
Juan Pablo II ha muerto entre el respeto general, casi unánime. Pero muchas de las valoraciones, tanto entusiastas como tibias, yerran en su perspectiva, pues tienden a considerar con criterios mundanos una obra que no pertenece al mundo.
Y así se mezcla casi todo: el sentido, progresista o conservador, de la teología que lo inspiró, su influencia en los grandes acontecimientos de nuestro tiempo, su energía viajera y apostólica, su poder de comunicación, su liderazgo entre todos los hombres de buena voluntad y, especialmente, entre los jóvenes, su ingente obra intelectual…
Por lo demás, ¡cómo no va a ser en cierto esencial sentido conservador quien tiene como misión difundir un mensaje eterno de salvación y una tradición! Pero, como ya advirtió el Maestro de la Vida, solo una cosa es importante: escuchar y seguir la palabra de Dios. (…) El Papa no ha de ser otra cosa más que Testigo de la Palabra de Dios, voz que dice las palabras de Cristo. Si no coincide esta palabra con el mundo no puede sorprendernos. Siempre fue así y siempre será. Una sola cosa es importante, el cumplimiento hasta la cruz del imperativo del Mesías en su despedida: «Id y predicad la Buena Nueva». ¿Acaso ha hecho otra cosa Juan Pablo II?