Italia aprende a convivir con la minoría islámica

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Roma. El crecimiento de la inmigración musulmana en Italia y la atención que lo islámico recibe desde los atentados del 11 de septiembre, está provocando algunas actuaciones que demuestran cierta desorientación sobre cómo hacer compatible el respeto a la identidad religiosa de los inmigrantes con los sentimientos de la mayoría de la población.

En las últimas semanas, la prensa ha informado de diversos episodios que tenían como denominador común la confusión de la frontera entre la tolerancia y la negación de la propia identidad. Es el caso, por ejemplo, de una profesora de una escuela de La Spezia, cerca de Génova, que quitó el crucifijo de la clase ante la llegada de un nuevo alumno, un musulmán. Algo similar ocurrió en un pueblo cercano a L’Aquila. En ambos casos, después de la intervención de las asociaciones de padres, los crucifijos volvieron a su lugar, entre otras razones porque la decisión de quitarlos había sido tomada por una persona que carecía de autoridad para hacerlo.

En el debate sobre estos episodios se ha puesto de relieve, por un lado, la falta de reciprocidad con los países donde el islam es la religión predominante, en la mayoría de los cuales la intolerancia religiosa es la norma. Y no hay que recordar sólo los recientes asesinatos de cristianos en Pakistán: incluso en lugares en los que la convivencia entre cristianos y musulmanes sería más fácil, como en Tierra Santa, se registran episodios de intransigencia, como está demostrando en estos días la construcción de una mezquita justo al lado de la basílica de la Anunciación.

Pero a parte de esas razones, se ha subrayado también que es precisamente la escuela el lugar más adecuado para explicar el sentido de las propias tradiciones religiosas: algo que no se consigue simplemente escondiendo los símbolos. Este es el sentido de las críticas que ha recibido el director de una escuela que decidió dar un día de vacaciones por el comienzo del ramadán, en atención a que el diez por ciento de los alumnos son musulmanes. Se podían haber aprovechado las clases para explicar el significado del ramadán, argumentan los padres, pero concediendo vacaciones indiscriminadamente solo se consigue confundir al 90 por ciento de los alumnos, que acaban dando a todo el mismo valor.

La polémica se ha visto recrudecida por unas declaraciones injuriosas contra al crucifijo lanzadas por un líder musulmán en un programa de televisión de gran audiencia. Curiosamente, el contertulio que con mayor decisión salió al paso de la burla fue Massimo Cacciari, un filósofo de antigua inspiración marxista. Aunque otras asociaciones musulmanas criticaron el comportamiento de ese representante, esas afirmaciones han fomentado la desconfianza de la gente.

Presencia de símbolos cristianos

Naturalmente, no han faltado quienes desde una postura laicista defienden que el Estado debe distancirse de cualquier opción religiosa en aras de la neutralidad, lo que se ha de manifestar también en su renuncia a los símbolos. Pero, como han puesto de manifiesto varios comentaristas, esas personas, llenas de ‘santo celo’ en lo que se refiere a quitar espacio al catolicismo, son las mismos que conceden luego al Estado poderes de intervención que son explícitamente ideológicos, por ejemplo en materias de educación, familia o salud.

Quizá la argumentación más eficaz para sostener la validez cultural de la presencia pública de símbolos cristianos procede de la escritora Natalia Ginzburg, en unas palabras recordadas estos días por el rector de una universidad romana. Sostenía la escritora hebrea, concretamente a propósito del crucifijo, que «para los católicos, Jesucristo es el Hijo de Dios. Para los no católicos puede ser simplemente la imagen de uno que ha sido vendido, traicionado, martirizado y muerto en la cruz por amor de Dios y del prójimo. El ateo prescinde de la idea de Dios, pero conserva la del prójimo. Se dirá que muchos han sido vendidos, traicionados y martirizados por su fe, por el prójimo, por las generaciones futuras, y de ellos no hay señal en los muros de las escuelas. Es verdad, pero el crucifijo representa a todos, porque antes de Cristo nadie había dicho que todos los hombres son iguales, hermanos, todos, ricos y pobres, creyentes y no creyentes, hebreos y no hebreos, negros y blancos».

Diego Contreras

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