Roma. La figura y herencia de Juan Pablo II ha sido recordada por la prensa y la televisión de muchos países al cumplirse el primer aniversario de su muerte. Esa conmemoración se unió a veces a un balance del primer año de pontificado de Benedicto XVI, en el que no faltaron las comparaciones entre las personalidades y los «estilos» de ambos pontífices.
No cabe duda de que quien mejor interpreta la memoria de Juan Pablo II es Benedicto XVI, como ya hizo en la memorable homilía del funeral, cuando aún era el decano del colegio cardenalicio. En los actos celebrados en Roma con motivo del aniversario, Benedicto XVI dijo que Juan Pablo II continúa suscitando, especialmente en los jóvenes, «el entusiasmo del bien» y la valentía de seguir a Jesucristo y sus enseñanzas. Karol Wojtyla mostró al mundo, con sus palabras y gestos, que el encuentro con Cristo no roba nada, sino que -al contrario- «hace que la vida sea apasionante».
El Papa resumió la vida y el testimonio de Juan Pablo II con dos palabras: «fidelidad» a Dios y «entrega» sin reservas a su misión. Dos rasgos que se hicieron aún más convincentes en los últimos meses de su vida, cuando encarnó lo que había escrito veinte años antes en la carta apostólica «Salvifici doloris»: «El sufrimiento está presente en el mundo para producir amor, para hacer nacer obras de amor hacia el prójimo, para transformar toda la civilización humana en la ‘civilización del amor'».
«Cuando ya no podía viajar, después tampoco caminar y finalmente ni siquiera hablar, su gesto y su anuncio se redujo a lo esencial: a la entrega de sí mismo hasta el final». Su enfermedad, afrontada con valentía, añadió Benedicto XVI, ha hecho a todos más sensibles ante el dolor humano, ya sea físico o espiritual. «Ha dado dignidad y valor al sufrimiento, testimoniando que el hombre no vale por su eficiencia, por cómo aparece, sino que vale por sí mismo, porque ha sido creado y amado por Dios».
La idea de que su enfermedad fue la «mejor homilía» ha estado presente en muchos comentarios de prensa. El escritor Vittorio Messori añade a este propósito que ese ejemplo es particularmente incisivo en una época caracterizada por la cultura del «look», de la apariencia, de la cirugía estética: Juan Pablo II nos recuerda que también hay que vivir a fondo el tiempo de la enfermedad, sin miedo a mostrar la propia decadencia física. Para el escritor Claudio Magris queda en la memoria la oración del anterior Papa ante la Virgen -«reina de los desesperados»- pidiéndole, sin miedo, «protección contra el mal, pero dejando en evidencia la devastación del mal y también su vulgaridad: un mal gusto que tanta pseudocultura ha confundido con grandeza».
Pasando al plano de su misión, un comentario frecuente ha sido que Juan Pablo II ha dotado al papado de una nueva dimensión. El filósofo francés René Girard observa que su pontificado se desarrolló en una época de profunda crisis y que el Papa entendió desde el primer momento que hacía falta saltar al ruedo, llegar a las multitudes: «había entendido la dinámica de la modernidad».
El estilo propio de Benedicto XVI
Esta cualidad de Juan Pablo II ha sido en ocasiones extrapolada, de modo que a veces se acaba reduciendo su figura a la de «Papa mediático», como si durante su pontificado se hubiera limitado a «aparecer». Este es uno de los puntos que más se subrayan para marcar las diferencias con Benedicto XVI. Algunos diarios confrontaron el primer año de ambos pontificados y de ahí resultaba evidente el perfil más contenido del Papa actual en cuanto al número de discursos, viajes, apariciones públicas, audiencias, visitas, etc.
Además de la diferencia de personalidad, en esos análisis no se recuerda que Benedicto XVI ha iniciado su pontificado con veinte años más que Juan Pablo II, y que, por tanto, concentra su actividad en los aspectos que considera esenciales. El filósofo Giovanni Reale concuerda en que existen esas diferencias, pero puntualiza que «se refieren a la forma, no a la sustancia». Juan Pablo II «tenía un enorme talento de comunicador, Benedicto XVI es más un pensador, pero las cosas que dicen son las mismas».
Si a Juan Pablo II se corre el riesgo de reducirlo a «Papa mediático», de Benedicto XVI se suele decir que el Papado «le ha cambiado». Era tal el peso del estereotipo periodístico construido en torno al cardenal Ratzinger que cuando se ha visto que -como Papa- no ha actuado tal como cabía esperar según ese cliché, la conclusión no ha sido admitir el error de valoración inicial, sino afirmar que quien ha cambiado es Ratzinger.
Diego Contreras