Juan Pablo II visita por tercera vez Eslovaquia

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Viena. Del 11 al 14 de septiembre Juan Pablo II visitará por tercera vez Eslovaquia, país centroeuropeo de mayoría católica, muy probado por la persecución en la época comunista. La tercera visita del Papa a Eslovaquia es aparentemente un «evento de baja intensidad» y en cierto modo se ha preparado para que el Papa descanse: un programa de actos poco apretado, en un país donde Juan Pablo II se siente «en casa», es decir, con las ventajas que tendría un viaje a Polonia y sin sus inconvenientes (Polonia tiene 40 millones de habitantes y Eslovaquia cinco y medio).

Pero no deja de ser una visita pastoral. El Papa lleva un mensaje de santidad personal y evangelización que es el núcleo de la exhortación Novo millennio ineunte. Teniendo en cuenta que Eslovaquia forma parte del grupo de 10 países que en 2004 entrarán a formar parte de la Unión Europea, sin duda Juan Pablo II tiene esperanza de que también los eslovacos se esfuercen por que la futura constitución europea no margine al cristianismo.

Juan Pablo II ha visitado ya Eslovaquia en dos ocasiones: la primera fue un rápido viaje en 1990, cuando celebró la Misa en Bratislava; y la segunda en 1995, en la que visitó varias ciudades y beatificó a tres mártires. En su visita de 1995, Juan Pablo II se refirió a la «desertización» social y cultural provocada por el comunismo (llamado «totalitarismo» en los países «ex comunistas», que a su vez prefieren denominarse «poscomunistas»). El Papa expresó igualmente su convencimiento de que los eslovacos obtuvieron la fuerza necesaria para superar las persecuciones gracias a su devoción a la Virgen.

El punto principal de esta nueva visita es la misa que celebrará en el barrio bratislavense de Petrzalka, donde Juan Pablo II beatificará a dos «testigos de la fe» en el siglo XX: Zdenka Cecília Schellingová (1916-1955), de la congregación de Hermanas Misericordiosas de la Santa Cruz, que en 1952 participó en un intento de fuga de cinco sacerdotes presos (ella misma salió de prisión sólo unas semanas antes de morir) y el obispo auxiliar grecocatólico de Prešov, Vasil’ Hopko, (1904-1976), condenado a 15 años de prisión después de que el régimen comunista checoslovaco decidiera en 1950 liquidar la Iglesia grecocatólica, pasando sus bienes a la ortodoxa. Al igual que el otro obispo grecocatólico (ruteno) de Eslovaquia, Pavol Gojdic (1888-1960), a quien Juan Pablo II beatificó como mártir en 2001, Hopko nunca fue rehabilitado por el Estado.

Eslovaquia es un país con mayoría de católicos (81%). Aparte los avatares históricos a consecuencia de los cuales parte de la población es protestante (también hay unas decenas de miles de ortodoxos), téngase en cuenta que los sacramentos del bautismo y del matrimonio -no digamos la confirmación- no se imparten allí «automáticamente», sino que la Iglesia exige cierta coherencia (ser «practicante»). A excepción de unos pocos comunistas recalcitrantes, la simpatía hacia la Iglesia es general: baste con decir que la peregrinación eslovaca a Roma en 2000 con motivo del Año Santo fue presidida por el jefe («obispo general») de la Iglesia luterana eslovaca, Július Filo.

Más en el corazón que en la cabeza

Un chiste de los tiempos del comunismo decía que en Eslovaquia los miembros del Partido Comunista cobraban un sobresueldo porque tenían que comprar más gasolina para ir los domingos a misa en el pueblo de al lado en lugar de en el propio. Y es precisamente la ignorancia religiosa el principal enemigo de la fe en este país. No en vano se quejaba recientemente Mons. Rúdolf Baláz, obispo de Banská Bystrica, de que cada año 700.000 personas peregrinan a Levoèa con motivo de la fiesta de los Santos Cirilo y Metodio, «pero al bajar del monte, votan comunista».

Baláz, que también pasó 15 años preso durante el comunismo, exagera: con 182.500 votos (6,3% del total), a diferencia de lo que sucede en la República Checa, los comunistas entraron en el parlamento eslovaco por primera vez en las últimas elecciones (2002). La protesta de Baláz se debía a una campaña de prensa, a mediados de agosto, que acusaba a la Iglesia de pretender establecer un Estado «talibán» por defender la enseñanza de la religión. Baláz tiene, desde luego, razón en lo esencial: la Iglesia está en el corazón de los eslovacos, pero no en la cabeza. Dicho de otro modo, los católicos eslovacos pintan muy poco en la vida pública, a pesar de que tres de los cuatro partidos del gobierno son democristianos, y de que Pavol Rusko, presidente del cuarto (el liberal Alianza del Nuevo Ciudadano), diga que también él es católico.

En 1992, con el primer gobierno no comunista, se perdió la oportunidad de reformar la legislación sobre el aborto (totalmente tolerante: en realidad era un simple decreto o «cédula») por la postura de «todo o nada» de parte de los católicos. Ante el recurso de inconstitucionalidad presentado por diputados del Movimiento Democristiano (KDH) contra la «cédula», Rusko consiguió el 3 de julio que el parlamento aprobara -con los votos de la oposición- una ley que confirmaba las condiciones hasta ahora establecidas (tolerancia total hasta las 12 semanas y hasta el sexto mes en caso de malformaciones genéticas). La Constitución eslovaca dice que «todos tienen derecho a la vida», y añade que «la vida humana es digna de ser protegida también antes del nacimiento». El 4 de septiembre, el Tribunal Constitucional sentenciará acerca de la posible inconstitucionalidad de la «cédula» hasta ahora vigente.

Santiago Mata

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