Líbano: Las autoridades musulmanas rechazan la protesta violenta

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Las minorías cristianas pagan los platos rotos de la crisis de las caricaturas
Beirut. Las reacciones en el Líbano ante la crisis de las viñetas de Mahoma son una muestra de dos caras del islam: la de los radicales que protestan con violencia y la de los partidarios de mantener la tradicional convivencia pacífica con los cristianos.

El domingo 5 de febrero Beirut fue escenario de una manifestación de protesta hasta la sede de la embajada de Dinamarca, en un barrio cristiano, en la que participaron varios miles de personas. A medida que se iban reuniendo los diferentes grupos, bajo los eslóganes de los imanes sunnitas de grupos radicales que protestaban contra «Occidente y los enemigos del Islam», las fuerzas del orden se vieron desbordadas. A partir de la primera piedra, el resto es conocido: incendio del consulado de Dinamarca, desbordamiento a calles adyacentes en las que se atacó una iglesia maronita y la sede del obispo ortodoxo, además de otros destrozos. Muchas personas se retiraron de la marcha, posteriormente se produjeron detenciones y se encontraron elementos agitadores infiltrados entre la gente: sirios, palestinos y libaneses con antecedentes penales.

Al tratar de entender el porqué de una reacción tan violenta, hay que tener en cuenta que ante una blasfemia contra Mahoma, un musulmán debe mostrar su desacuerdo públicamente. Y para ello los más exaltados salen a la calle. En el Líbano, único país del Medio Oriente islámico donde los cristianos tienen derechos civiles, se percibe a la minoría cristiana como los representantes de los valores europeos en la región. Algunos hablan de una orquestación internacional de la manifestación. Es posible. Existen cadenas de televisión, radio, satélites, Internet, etc., que permiten una onda de información planetaria.

Lo interesante es que, después de que las manifestaciones degeneraran en violencia, ha sido unánime el rechazo de las autoridades musulmanas a todos los niveles, considerando que no era una manera civilizada de responder a una provocación. El primer ministro Fouad Siniora, musulmán sunnita, se dirigió al lugar de los hechos, y posteriormente a las sedes de los obispos maronita y ortodoxo para presentar excusas y repetir: «Esto que ha ocurrido va en contra del Islam, de los preceptos del Corán y del respeto a los otros».

A su vez desde París, donde se encuentra desde hace unos meses, Saad Hariri, jefe de la «Corriente del Futuro», también musulmán sunnita, reprobó estos actos de violencia iniciados en Damasco y exportados a Beirut. «Entiendo la cólera de los creyentes, pero no puedo justificar en ningún caso los actos de violencia y de desestabilización», y pidió la detención cualquiera que haya participado en los actos vandálicos. El Consejo Superior Islámico se presentó como parte civil responsable ante el Gobierno libanés.

El secretario general de Hezbollah, Hassan Nasrallah, chiíta, hizo un llamamiento a la calma y a bajar el tono de los discursos políticos, precisando que su partido no había participado en la marcha convocada, y que rechazaba de manera categórica todo atentado contra los bienes, la dignidad de los demás y el respeto de los lugares de culto.

A su vez las autoridades religiosas cristianas invitaron a una misa de reparación en la iglesia atacada, ese mismo día. Contó con la asistencia de los principales representantes de los sunnitas, chiítas y cristianos. El obispo de Beirut insistió sobre la convivencia y el entendimiento nacional como elementos esenciales del país.

Detrás de estos hechos se vislumbra una maniobra política. Es fácilmente manipulable la exaltación de pequeños grupos radicales, que, al gozar de libertad de expresión, como es el caso libanés, tienen la posibilidad de existir y de manifestarse, desgraciadamente hasta con violencia.

Helene Daboin

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