A mediados de junio celebró en Regensburgo su quinto congreso el Foro de Católicos Alemanes, bajo el título «La alegría de la fe. La Iglesia, esperanza de los hombres». El Foro congregó en esta ocasión a dos mil personas y concluyó con tres resoluciones: pedir que la enseñanza religiosa en las escuelas sea «íntegra»; volver, desde una cultura de la muerte, a la cultura de la vida, mediante una auténtica preparación para la vida matrimonial; y defender la libertad religiosa frente a la exclusión de símbolos y la marginación de personas en la vida pública.
El que iba a ser el conferenciante más prominente no pudo asistir: se trataba del ex prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Joseph Ratzinger, ahora Benedicto XVI. En su lugar, celebró la misa de clausura el arzobispo Paul Josef Cordes, presidente del Pontificio Consejo Cor Unum. Según escribía Stefan Rehder en el diario católico «Die Tagespost» (14-06-2005), resultaba sorprendente, tratándose de alemanes, no sólo la variedad de los participantes en el congreso, sino sobre todo su concordia, «basada en el deseo de todos de aunar cada vez mejor ortodoxia y ortopraxis en la propia vida». Prueba de ello sería el que, durante los días del congreso, en el estadio Donau-Arena de Regensburgo se instaló una capilla y varios confesonarios, y los sacerdotes que los atendieron no tuvieron tiempo libre.
Hubert Gindert, presidente del Foro, habló al final de que había reinado una «atmósfera familiar». El obispo de Regensburgo, Mons. Gerhard Ludwig Müller, denunció en la misa de inauguración la falsedad de quienes afirman que a los jóvenes les atraen las celebraciones masivas, pero que no les interesa la doctrina ni la práctica de la fe. Hoy no vale el «Cristo sí, la Iglesia no», que quizá estuvo de moda en los años setenta, añadió. Su experiencia es que los jóvenes no quieren vivir de negaciones y que ya han superado, en su mayoría, «los prejuicios clericales contra la Iglesia».
La ausencia de prejuicios y la ortodoxia de este Foro quedan claras en las tres resoluciones que adoptó. En la primera, se pide a los obispos que se comprometan personalmente para garantizar la integridad de la enseñanza de la religión. La segunda resolución, presentada por la escritora Gabriele Kuby, pide a los jóvenes, padres, educadores, políticos, periodistas, sacerdotes y obispos, que se comprometan en una «contrarrevolución sexual» necesaria, según ella, para «volver desde una cultura de la muerte a una cultura de la vida». Padres, profesores y políticos deberían oponerse, añadió Kuby, «a una educación sexual que muestra como normal la iniciación sexual temprana», y exigir en su lugar una «preparación para el matrimonio, para la familia y la educación de los hijos». La tercera resolución pide a los políticos de todos los partidos democráticos que respeten la libertad religiosa frente a la prohibición de símbolos religiosos públicos y a la discriminación de las personas por motivo de su fe.