No ha pasado inadvertido el discurso del cardenal Gerhard Ludwig Müller a los obispos de Chile en la inauguración de su Asamblea Plenaria, celebrada del 9 al 13 de noviembre. Un resumen de su intervención puede ayudar a un balance de fin de año, también en el contexto del espíritu de conversión que sintetiza el Año de la Misericordia que vive la Iglesia por impulso del papa Francisco. Las palabras del Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe tienen un contenido universal, especialmente para los católicos de Occidente.
Müller indicó en que es necesaria “una reafirmaron personal de nuestra unión al Papa, siguiendo el sabio consejo de San Pedro Crisólogo en la carta a Eutiques: ‘Te exhortamos, venerable hermano, a que aceptes con obediencia todo lo que ha escrito el santísimo Papa de Roma; porque el bienaventurado Pedro, que vive y preside en su propia sede, ayuda a los que buscan la verdad de la fe. Puesto que nosotros, en aras de la paz y de la fe, no podemos tratar temas que afecten a la fe sino en comunión con el obispo de Roma’ (san Pedro Crisólogo, Carta a Eutiques, 2)”.
“Nuestra reflexión teológica y sus consecuencias pastorales deben partir del dato revelado”
El cardenal recordó que “son muchos los desafíos que hoy afectan a la fe, también en esta América y en esta tierra chilena. Debemos pedir al Señor el coraje de afrontarlos con sabiduría y fortaleza”. Unos dependen de la ignorancia, y exigen un esfuerzo evangelizador; otros, de “ambientes teológicos y pastorales en los cuales se han introducido errores y deformaciones, que nosotros como pastores debemos descubrir, juzgar y corregir”.
Peligros actuales del relativismo ético
“En algunos ambientes de la enseñanza de la fe hoy se han introducido elementos propios del protestantismo liberal. Esto es quizá más evidente en naciones europeas, pero no deja de estar presente en la realidad de América Latina”.
El problema fue ya señalado por Juan Pablo II y Benedicto XVI, como también por Francisco: “La tendencia al relativismo se ha presentado en el mundo de una manera violenta y por estar nosotros inmersos en él, también en la Iglesia se ha hecho presente. Tiene muchas manifestaciones. (…) Una de ella es un cierto sincretismo religioso que ha pretendido equiparar las enseñanzas de diversos idearios religiosos con la fe cristiana, relativizando la Revelación cristiana. (…) También como consecuencia de ese relativismo las verdades antropológicas esenciales sobre la persona humana se han diluido, siendo la expresión más evidente el primado de la teoría de género, que implica un cambio antropológico completo en la concepción cristiana de la persona humana, del matrimonio, de la vida, etc.”
La disidencia teológica
Müller reconoció que en muchos países, “los Obispos han tenido que afrontar la disidencia teológica, sobre todo en materias relativas a la moral católica, como también en otras áreas académicas de vital importancia. (…) Se impone a los pastores en esta materia una vigilancia y una acción prudente pero clarificadora, especialmente cuando lo que se ve afectado es la enseñanza de la fe. (…) es necesario con valentía y audacia rectificar los errores y usar los medios de comunicación para que resulte patente a todos la verdad, que siempre debe resplandecer”.
“Las opiniones de los fieles no pueden pura y simplemente identificarse con el sensus fidei”
El prefecto subrayó que en los momentos de grandes cambios espirituales y culturales es todavía más importante “esforzarse en ‘permanecer’ en la verdad (cf. Jn 8, 31) y tener en cuenta, al mismo tiempo, los nuevos problemas que se presentan al espíritu humano. En nuestro siglo, particularmente durante la preparación y realización del Concilio Vaticano II, la teología ha contribuido mucho a una más profunda ‘comprensión de las cosas y de las palabras transmitidas’, pero ha conocido también y conoce todavía momentos de crisis y de tensión (Instr. Donum veritatis, 1)”.
El influjo de las ciencias humanas en la teología
“El disenso apela a veces a una argumentación sociológica, según la cual la opinión de un gran número de cristianos constituiría una expresión directa y adecuada del sentido sobrenatural de la fe (ibid., 35). En realidad las opiniones de los fieles no pueden pura y simplemente identificarse con el sensus fidei. Este último es una propiedad de la fe teologal que, consistiendo en un don de Dios que hace adherirse personalmente a la Verdad, no puede engañarse. Esta fe personal es también fe de la Iglesia, puesto que Dios ha confiado a la Iglesia la vigilancia de la Palabra y, por consiguiente, lo que el fiel cree es lo que cree la Iglesia. Por su misma naturaleza, el sensus fidei implica, por lo tanto, el acuerdo profundo del espíritu y del corazón con la Iglesia, el sentire cum Ecclesia (ibid.)”.
“Se dice con cierta facilidad que los signos de los tiempos constituyen un «hablar» de Dios a su Iglesia”
El Card. Müller alude brevemente a las confusiones que derivan de la aplicación de metodologías psicológicas, lo que “afecta los procesos formativos de las personas, tanto al sacerdocio, como a la vida consagrada como también de los agentes pastorales laicos. Las diversas corrientes psicológicas presentan una fuente de conocimiento de las personas humanas que parece infalible; y sus metodologías como el camino seguro para obtener resultados de estabilidad, normalidad y desarrollo personal; con esto se las asume como camino principal de discernimiento vocacional, formación y crecimiento interior. De aquí se deriva la desaparición o poca valoración de la importancia de la gracia divina en la vida espiritual, que queda reducida a un nivel meramente natural; y se produce una desfiguración de la finalidad de los sacramentos, de la oración y de las enseñanzas tradicionales de la Iglesia acerca de la vida cristiana y vocacional”.
Partir del dato de la fe
“Cincuenta años después del Concilio Vaticano II se sigue usando y abusando de los ‘signos de los tiempos’, para perfilar las decisiones dentro de la Iglesia. Se dice con cierta facilidad que estos signos constituyen un ‘hablar’ de Dios a su Iglesia. De esta manera la Revelación divina (común, objetiva y universal) queda relativizada; y la Sagrada Escritura se ubica al servicio de estos contenidos para ‘iluminarlos’. De este modo la ‘pastoral’ puede quedar reducida a un conjunto de intervenciones humanas, tanto en lo individual como en lo colectivo, centradas en asuntos temporales. Y por tanto, se hace patente la ausencia de las dimensiones trascendentes, salvíficas y sobrenaturales en la misión pastoral de la Iglesia”.
“Es necesario volver a insistir en que nuestra reflexión teológica y sus consecuencias pastorales deben partir del dato revelado, de aquí la importancia de una enseñanza adecuada de los contenidos de Catecismo de la Iglesia católica, que San Juan Pablo II entregó a la Iglesia señalándolo “como un instrumento válido y autorizado al servicio de la comunión eclesial y como una norma segura para la enseñanza de la fe’ (Constitución apostólica Fidei depositum, 4).
“En algunos ambientes de la enseñanza de la fe hoy se han introducido elementos propios del protestantismo liberal”
”Todo el trabajo teológico ha de estar animado y sostenido por la Sagrada Escritura. (…) El punto de partida de la investigación teológica, a diferencia de la filosofía, es ‘dogmático’ en el sentido de que se identifica con la Palabra de Dios, entendida globalmente, algo que la reflexión teológica nunca podrá poner en discusión sin fallar a su estatuto epistemológico, a su misma constitución de inteligencia de la fe. Esta Palabra de Dios es la que exige ser conocida y comprendida cada vez mejor”.
“En esta inteligencia de la fe la teología procede con su propio método (fides quaerens intellectum). Los dos momentos principales de su actuación son el momento positivo del auditus fidei (toma de conciencia de la fe de la Iglesia a través de su desarrollo histórico a partir del tema bíblico) y el momento reflexivo del intellectus fidei en sus niveles explicativo, especulativo y actualizador. Así pues, el objeto del trabajo teológico es la fe de la Iglesia en su referencia a la divina revelación, respecto a la cual la teología se pregunta sobre el quid sit: ¿qué es lo que significa?, ¿cómo puede interpretarse y hacerse inteligible para el hombre?, ¿cómo destacar la importancia interior que tiene para él?”