Contrapunto
La cola avanzaba lenta, tenaz y maciza hacia la Basílica de San Pedro. Juan se había incorporado hacía cuatro horas en plena noche, después de un viaje interminable en autobús. No había sido fácil aguantar el frío nocturno. Pero ya había sobrepasado Castel Sant’Angelo y embocaba Via della Conciliazione. El sol mañanero y la primera vista de la Basílica le renovaron el ánimo. Dos horas más y podría dar su adiós a Juan Pablo II. Tanto se animó que decidió sacar de la mochila el periódico que había comprado antes de salir, y que todavía no había leído. Entre las muchas páginas dedicadas a la muerte de Juan Pablo II, le llamó la atención un artículo titulado «Las contradicciones del Papa», firmado por Hans Küng.
Ya sabía que Juan Pablo II no era santo de la devoción del teólogo alemán. Pero los sumarios eran sorprendentes: «Para la Iglesia, este pontificado ha sido una gran desilusión y, a fin de cuentas, un desastre». Si lo que estamos viendo es un desastre, pensó, ¿qué será un éxito?
¿En qué basaría Küng su diagnóstico? Una de las razones del teólogo alemán es que Juan Pablo II, con su estricta moral sexual y su rechazo del sacerdocio femenino, «ha provocado un éxodo cada vez mayor de las mujeres que, hasta ahora, permanecían fieles a la Iglesia». Miró a su alrededor. En la cola había más mujeres que hombres, como suele suceder en las iglesias. Si allí se diera un «éxodo» repentino de mujeres, él ya habría llegado hace tiempo a San Pedro. ¿Estas mujeres no cuentan? ¿Y los cientos de miles de chicas con las que participó en la última Jornada de la Juventud no valen nada?
Pero empezaba a sospechar que Hans Küng tiene un modo particular de valorar las manifestaciones que cuentan y las que no cuentan. Küng reconoce que el Papa triunfó entre los jóvenes, pero advierte que las grandes concentraciones «atraen a cientos de miles de jóvenes, muchos llenos de buenas intenciones pero, en demasiados casos, sin ningún sentido crítico». Y aunque Juan estaba de buen humor, aquello ya le puso de mal humor. No hacía falta mucho sentido crítico para advertir que si cientos de miles de jóvenes se hubieran manifestado para pedir la dimisión del Papa, Hans Küng habría dicho que ese era el clamor del Espíritu Santo. Pero si lo que ha ocurrido una y otra vez a lo largo del pontificado ha sido lo contrario, un observador honesto no puede despreciar esa opinión pública.
Juan comprendió que cuando Hans Küng no puede ignorar las multitudes, las descalifica. Esas grandes movilizaciones serían obra de los «nuevos movimientos» conservadores y de un «público poco exigente y leal al Papa». Pero, asegura, los «católicos corrientes no organizados suelen permanecer al margen de las grandes concentraciones». Juan no sabría decir si los que le rodeaban en la cola eran gente especial. Por lo que había podido charlar con algunos, sabía que se habían sumado al homenaje a Juan Pablo II de manera espontánea, sin tiempo para organizarse. Lo que estaba claro era que se trataba de un público exigente consigo mismo, a juzgar por lo que aguantaba. Pero, aunque a Hans Küng no se le cae de la boca la invocación del Pueblo de Dios, se ve que a estos los consideraba como «sin papeles» de la Iglesia.
Terminó el artículo del teólogo: «El resultado es que la Iglesia católica ha perdido por completo la credibilidad de la que gozó durante el papado de Juan XXIII y tras el Concilio Vaticano II». Pasó al lado de una de las grandes pantallas, donde vio arrodillados ante los restos de Juan Pablo II a los Bush y a Bill Clinton. ¡Vaya suerte la de esos tíos, y sin hacer cola! La radio comentaba que más de doscientos jefes de gobierno estarían en las exequias de Juan Pablo II. Los musulmanes saludan a un gran hombre de paz. Personalidades judías honran al Papa que rompió un muro de incomprensión entre católicos y judíos. En el continente negro lloran al gran amigo de África… Juan pensó que con las exequias de Juan Pablo II la credibilidad de Hans Küng quedaba en estado terminal.
Juan Domínguez