La destitución de Mons. Jacques Gaillot, obispo de Évreux, de 59 años, ha provocado una sacudida en los medios católicos de Francia. No es para menos: Roma no depone a un obispo todos los días. Mientras unos aplauden y dicen «ya era hora», otros manifiestan su apoyo a Mons. Gaillot. La prensa, que fue el púlpito más frecuentado por el obispo, se hace eco sobre todo de las muestras de solidaridad. Pero lo que más preocupa al episcopado francés es la división entre los fieles que ha salido a la luz con este motivo.
En su escueto comunicado, la Santa Sede explicaba que Mons. Gaillot «no se ha mostrado apto para ejercer el ministerio de la unidad, que es uno de los primeros deberes de un obispo». Y, ciertamente, nadie niega que desde hace tiempo Gaillot tomaba posturas en contraste con la doctrina oficial de la Iglesia y con la línea del conjunto del episcopado francés. En un tiempo en que tanto se valora la colegialidad episcopal, Gaillot hacía la guerra por su cuenta. Y, sin preocuparse por mantener la comunión con el Papa, actuaba más bien como si no tuviera que dar cuenta a nadie de su misión. Esta concepción individualista de la tarea episcopal no podía dejar de traerle problemas.
Aunque su caso se presente como un enfrentamiento con Roma, en realidad eran sus propios compañeros de episcopado quienes desde hace tiempo venían quejándose de su actitud. Nombrado obispo en 1982, pronto se destacó por sus discordantes declaraciones sobre temas controvertidos, lo que le puso en el foco de la atención periodística. Era a él a quien se iba a entrevistar cuando se trataba de obtener una opinión en contraste con la doctrina de la Iglesia en temas como la homosexualidad, la ordenación sacerdotal de hombres casados, los preservativos, la píldora abortiva… De este modo, Gaillot tomó gusto a las cámaras y no dudaba en hacer declaraciones incluso a revistas como la erótica Lui o la dedicada a homosexuales Gai Pied. Su justificación era que se trataba del único modo de llevar el mensaje evangélico a ese público. Pero lo que le reprochaban los otros obispos era que su mensaje no era realmente el de la Iglesia.
Aislado en la Conferencia episcopal
Ya en enero de 1989, el entonces presidente de la Conferencia episcopal francesa, Mons. Albert Decourtray, le envió una carta en la que le advertía que su comportamiento dañaba la comunión eclesial. Un mes más tarde, Decourtray y Gaillot firmaron una declaración conjunta en la que éste último afirmaba su fidelidad a la doctrina de la Iglesia. La declaración se pronunciaba también sobre «la necesidad de una concertación para evitar que la diversidad de opciones pastorales no entrañe disonancias».
Pero las disonancias continuaron, de modo que Gaillot fue quedándose cada vez más aislado en el seno del episcopado. Un artículo sobre la crisis del clero francés le valió una crítica pública en la asamblea plenaria del episcopado. Un diálogo en la televisión con el teólogo alemán Eugen Drewermann -sacerdote suspendido a divinis- hizo que Mons. Brand, arzobispo de Estrasburgo, ciudad en la que se registró la emisión, le expresara en una carta su deseo de que no volviera por su diócesis.
El 14 de abril del año pasado, Mons. Joseph Duval, presidente de la Conferencia episcopal, le dirigió una carta en la que le decía: «Tu actitud en los medios de comunicación se hace cada vez más intolerable (…). La distancia que muestras respecto a tus hermanos en el episcopado es para nosotros causa de sufrimiento y, para muchos católicos, un motivo de escándalo. Jacques, no puedes seguir avanzando por el camino que has tomado».
En estas circunstancias, el propio Gaillot evocaba el pasado 18 de julio su eventual dimisión: «Quizá un día, sin tardar mucho, cuando las aguas se calmen, tendré la sensatez de dimitir» (declaraciones a France-Inter, recogidas en Le Monde, 19-VII-94). De hecho, en casos extremos como el suyo, lo normal es que Roma pida al obispo que presente su dimisión. Incluso parecía en esas declaraciones que para Gaillot sería un alivio dejar el cargo: «No hay que ser obispo durante mucho tiempo, porque hay un desgaste de la autoridad, del poder. Y además por respeto a la gente».
«Lamentable, pero previsible»
Sin embargo, cuando se ha visto obligado a dejar su cargo, no se ha sentido liberado sino «excluido». Por eso se presenta como quien ha sido rechazado por tomar partido en favor de los pobres. Pero sus puntos de fricción con la jerarquía no tienen que ver con sus pronunciamientos sobre los inmigrantes o la injusticia social. En estos días Gaillot se muestra encantado con las manifestaciones de apoyo que ha recibido. Pero, incluso quienes le miran con simpatía, como Robert Solé en Le Monde, advierten que «si atendemos a los números, es claro que en Francia los partidarios de Mons. Gaillot son muchos menos que sus críticos».
Entre el episcopado, su destitución ha causado tristeza, pero no ha sorprendido mucho. Mons. Duval ha asegurado que «los obispos no están divididos, aunque algunos lamentan la decisión de Roma». El cardenal Lustiger, arzobispo de París, ha respaldado públicamente al Vaticano, recordando que la Conferencia episcopal hizo todo lo posible por evitar que Gaillot se radicalizara más. Para el cardenal Eyt, la destitución es «lamentable», pero «desgraciadamente previsible». Se dice que tres obispos -los de Lille, Montpellier y Cambrai-, han pedido una reunión plenaria del episcopado para debatir el caso Gaillot.
Pero, más que la actitud que pueda adoptar Gaillot, lo que preocupa a los obispos es el riesgo de nuevas divisiones en la comunidad católica. Pues, en algunas cuestiones, lo que el obispo de Évreux decía en la prensa es lo mismo que parte del clero dice en las parroquias. Y una Iglesia que ha experimentado ya el cisma de Lefebvre, teme sufrir nuevas rupturas.